JMJ

El Papa de la inclusión: «En la Iglesia nadie sobra»

Francisco ha defendido en Lisboa ante los peregrinos de la Jornada Mundial de la Juventud una comunidad católica con «sanos y pecadores»

"Bienvenidos y gracias por estar aquí, ¡me alegra verlos! Y también me alegra escuchar el simpático alboroto que hacen y poderme contagiar de su alegría». Con estas palabras arrancó su alocución el pontífice argentino en el marco de una ceremonia de acogida que parecía una JMJ más ibérica que únicamente portuguesa por los constantes gritos de los españoles presentes. No en vano, nuestro país es la delegación más numerosa de las presentes, con cerca de 80.000 participantes. Además, el Papa se dirigió en todo momento en castellano en un discurso en el que invitó a los jóvenes a tener un encuentro de tú a tú con Dios para hacerle presente sus problemas e inquietudes. «Las preguntas que ustedes tienen en su interior, háganselas a Jesús», les dijo, subrayando cómo «el Señor los llamó, no solo en estos días, sino desde el comienzo de sus vidas».

«Somos amados como somos, sin maquillaje. ¿Entienden esto? Y somos llamados por el nombre de cada uno de nosotros. Si Dios te llama por tu nombre, significa que para Dios ninguno de nosotros es un número, es un rostro, una cara, un corazón», enfatizó frente a «los algoritmos, los estudios de mercado y las sonrisas de falsa bondad que te prometen que vas a ser alguien y luego te dejan solo». «Son las ilusiones de lo virtual y debemos estar atentos para no dejarnos engañar, son pompas de jabón», alertó a los adolescentes, veinteañeros y treintañeros que tenían enfrente. «A Jesús cada uno de ustedes le importa», aseveró.

En este sentido, el Sucesor de Pedro recordó a los presentes que Cristo no elige hoy personas «perfectas», como tampoco lo fueron sus primeros discípulos: «Somos llamados como somos, con los problemas que tenemos y nuestra alegría desbordante. También a ti el Señor te dice: ‘¡Ve!, porque hay un mundo que necesita eso que tú y solo tú puedes darle’». «Hemos sido llamados porque somos amados», insistió una y otra vez. De la misma manera, les explicó que «el Señor no señala con el dedo, sino que abre sus brazos; nos lo muestra Jesús en la cruz. Él no cierra la puerta, sino que invita a entrar; no aleja, sino que acoge».

El momento culmen de su discurso llegó cuando interpeló al público para borrar cualquier tipo de derecho de admisión en la comunidad católica. «En la Iglesia hay espacio para todos. Para todos. Ninguno sobra, ninguno está demás. Para todos», sentenció. Es más, se remitió al Evangelio para reforzar su argumento y recordó que, cuando Jesús llamó a los apóstoles, también llamó a todos, jóvenes y viejos, sanos y pecadores, incluso si soy un desgraciado, cada uno con su lenguaje», subrayó. En este punto, levantó la mirada, alzó la voz y reclamó una respuesta de los peregrinos: «Cada uno con su lengua repita: Todos, todos, todos. La Iglesia es la madre de todos». Y los jóvenes siguieron a su pastor.

A partir de ahí, les propuso ser evangelizadores entre sus coetáneos porque «todos necesitan saber que Dios está cerca, que espera un pequeño signo del corazón para llenar nuestras vidas de maravilla». « Que sean días en los que grabemos en el corazón que somos amados tal como somos. Este es el punto de partida de la JMJ, pero sobre todo de la vida», compartió el Papa. Con la vista puesta en el viacrucis que se celebrará mañana, la vigilia de oración del sábado y la eucaristía del domingo, les animó a gritar hasta tres veces: «¡Dios nos ama!». Y se encontró con una marea humana que correspondió con creces. Y el Papa sonrió como solo lo hace cuando se encuentra feliz. Y ayer, en Lisboa, estaba feliz.

Este encuentro de tú a tú con la multitud puso fin fin a una intensa jornada que Francisco comenzó con una eucaristía matutina en la intimidad. Celebrada en la nunciatura, el Papa estuvo acompañado de cuatro familiares de una peregrina francesa que falleció el pasado martes por un accidente doméstico en una de las casas que acogen a jóvenes en esta JMJ. Tras la misa, se reunió con un grupo de peregrinos ucranianos, un gesto más del Papa hacia el país que sufre la invasión rusa desde hace más de un año.

Después, puso rumbo a la sede de la Universidad Católica Portuguesa. Rodeado de docentes y alumnos, entonó un canto a la formación humanista que tenga como fin transformar la realidad. «Sería un desperdicio pensar en una universidad comprometida en formar a las nuevas generaciones solo para perpetuar el actual sistema elitista y desigual del mundo, en el que la instrucción superior es un privilegio para unos pocos», dejó caer el Obispo de Roma. En esta misma intervención, hizo un alegato en favor de la igualdad. «Amigos, permítanme decirles: busquen y arriesguen», planteó a los docentes y estudiantes, con el fin de animarlos a ser «protagonistas de una ‘nueva coreografía’ que coloque en el centro a la persona humana, sean coreógrafos de la danza de la vida».

Frente a ellos, puso de relieve iniciativas sociales como la Missão País, llevada a cabo por la universidad, como indispensable para humanizar la formación. «El título de estudio, en efecto, no puede ser visto solo como una licencia para construir el bienestar personal, sino como un mandato para dedicarse a una sociedad más justa e inclusiva, es decir, más desarrollada», sentenció el Papa. «Las mujeres son segundas, son suplentes y es un colectivo. La contribución femenina es indispensable», comentó el Papa, que está abriendo una cuota inédita de participación de las mujeres en la Iglesia.