Religión

Parolin: silencio diplomático de un papable sometido a máxima presión

En la antesala del cónclave, no pocas miradas están puestas sobre el secretario de Estado de la Santa Sede, que parte como favorito, pero al que no le faltan críticos que cuestionan su liderazgo y carisma

El cardenal Parolin, ayer, durante la misa por el alma de Francisco
El cardenal Parolin durante la misa por el alma de FranciscoVATICAN MEDIA HANDOUTAgencia EFE

No ha concedido ninguna entrevista desde el fallecimiento del Papa Francisco. Tampoco se ha dejado ver por el acceso del Santo Oficio, donde los fotógrafos y periodistas retratan a posibles papables antes y después de las congregaciones generales. La ventaja de vivir en el interior del Estado más pequeño del mundo como «primer ministro» vaticano le ha permitido esquivar la presión directa como principal candidato a tomar el relevo del Papa Francisco al frente de la Iglesia católica. Sin embargo, esto no le ha impedido al cardenal Pietro Parolin que todos los focos se hayan dirigido a él en los novendiales, esto es, los nueve funerales que se han celebrado en estos días por el alma del Papa Francisco. Y, sobre todo, se ha visto incapaz de controlar la ríos de tinta que sobre su persona se han vertido en estas dos semanas, con «fake news» incluidas para intentar tumbarle como futurible Sucesor de Pedro.

Así llega el secretario de Estado de la Santa Sede a las puertas de la Capilla Sixtina. Con 70 años a sus espaldas y procedente de un pueblecito del Véneto, recibe loas y recelos tantos de los tradicionalistas como de los más abiertos del ágora púrpura. Ha sido el número 3 de Jorge Mario Bergoglio durante todo su pontificado y su voz, manos y pies en aquellos lugares donde el Pontífice no podía viajar, bien por salud, bien porque se necesitaba más una presencia ejecutiva que pastoral. A él se le atribuyen trabajos de la cocina diplomática como el acuerdo con el Gobierno chino para acabar con una Iglesia oficialista controlada por el régimen y otra clandestina, además de ser puente en conflictos como el de Ucrania y Gaza. No en vano, es diplomático de carrera. Y antes de asumir su actual cargo, fue nuncio en Venezuela, pero también estuvo destinado en Nigeria y México, además de ser un especialista en la geopolítica del continente asiático, fortaleciendo las relaciones con Vietnam e intentando apaciguar Oriente Medio.

Con este expediente por delante, en estos días se han aireado algunos posibles desencuentros con Francisco en la etapa final de su mandato, tanto en cuestiones ejecutivas, como de fondo, por diferencias sobre la sinodalidad, una de las principales apuestas pastorales del Papa fallecido que busca promover una mayor participación de las monjas, los sacerdotes y los cristianos de a pie en la Iglesia, desde las parroquias hasta el mismo Vaticano. «Su gestión como secretario de Estado no ha dado resultados a la altura. Pienso que Parolin, aunque competente, no tiene la autoridad que se espera de un secretario de Estado, y mucho menos de un Papa», asegura el cardenal francés Philippe Barbarin en una entrevista, descartándole como aquel que debería terminar de aterrizar las reformas de Bergoglio.

No ha sido el único dardo directo que ha recibido. Aprovechando que durante la era Francisco ha tenido que sortear algún problema serio de salud, podría tomarse como verosímil una noticia falsa que se lanzó el pasado jueves. El portal ultracatólico norteamericano Catholicvote.org dejaba caer que «se desmayó al final de la sesión» de la Congregación General, refiriéndose a un «episodio de hipertensión». La Santa Sede, que no suele entrar a desmentir la rumorología, no dudó en tumbar este falso desvanecimiento que buscaría cuestionar su capacidad para poder tomar el mando en unos días. «No, eso no es cierto», remarcó con rotundidad el portavoz vaticano Matteo Bruni este sábado al ser preguntado en rueda de prensa, que hizo hincapié además en que «no ha habido ninguna intervención por parte de médicos o enfermeras». Además, se ha situado en el epicentro de la polémica generada en torno al cardenal defenestrado Angelo Becciu, despojado de todos sus derechos por el Papa al ser condenado por malversación. Fue Parolin quien tuvo que enfrentarse cara a cara al purpurado para mostrarle las dos cartas firmadas con una «F» de Francisco e intentar argumentar la validez jurídica de estos documentos por los que quedaría demostrado que no podía participar en el cónclave. Afortunadamente, a pesar de su enrocarse inicialmente, el cardenal sardo se echó a un lado.

Por si fuera poco, sus compañeros de cónclave le examinaron a modo de tribunal hace justo una semana. El domingo 27 de enero, 24 horas después del funeral de Francisco, él fue el encargado de presidir la primera misa de los novendiales, que se celebró también en la plaza de San Pedro, puesto que coincidía con el jubileo de los adolescentes. Ante más de 200.000 personas, pero sobre todo, bajo la lupa del resto de purpurados, pronunció una homilía en la que alabó a su jefe por poner la misericordia en el centro de la agenda eclesial. «Fue exquisito en sus palabras, pero su gran timidez le impidió en muchos momentos levantar la mirada del papel, lo que ha sido interpretado por algunos como falta de carisma y de liderazgo», comenta un cardenal que estuvo presente y que lamenta que «fuera una oportunidad perdida para conectar con los jóvenes con algún gesto espontáneo o algún saludo en distintos idiomas para los chavales».

En medio de todo estos entuertos, lo cierto es que Parolin podría contar de entrada con cerca de 40 votos para la primera votación del cónclave, esto es, el sondeo que se celebraría en la tarde del este miércoles, 7 de mayo. Al apoyo que tendría de los electores italianos y de algunos votantes periféricos que se han sentido cuidados desde la lejanía por el secretario de Estado, se sumaría el inesperado respaldo procedente del ala más conservadora de Colegio Cardenalicio. ¿El motivo? Se trataría de una estrategia de voto útil por un candidato que consideran moderado y maleable, conscientes de que cualquier otro nombre asociado con una concepción tradicionalista de la Iglesia, como el guineano Robert Sarah, el norteamericano Raymond Burke o el alemán Gerhard Ludwig Müller, no tendría opciones reales.