Entrevista

«De pequeña no sentía dolor, hambre ni frío por haber vivido de bebé en un orfanato de Siberia»

Luda Merino fue adoptada en 2004 y con 15 años le diagnosticaron «disociación del dolor»: "Tu cerebro bloquea la sensación al haber experimentado que llorar no sirve para nada"

Luda Merino, adoptada en Siberia
Luda Merino, adoptada en SiberiaDavid Jar

En 10 días cumple solo 23 años pero una conversación con Luda Merino demuestra que la madurez no es una cuestión de edad. Es cierto que su historia vital no es la de cualquiera pero la dureza de sus vivencias contrasta con la naturalidad y sensatez que ha conseguido integrar todo lo que le ha pasado. Buena parte de culpa la tiene su madre adoptiva, que supo dar amor, buscar información y profesionales que le ayudaran a comprender qué le pasaba a su hija adoptada en Rusia hace 20 años. Resulta que la niña no lloraba. Por nada. Ni brecha en la cabeza, ni ampollas en los pies, ni un diente partido tras caer bruscamente contra el suelo: ni se quejaba.

Luda no sentía dolor físico ni emocional por un proceso neuronal que se llama «disociación del dolor»: sencillamente su cerebro le dijo que llorar no servía para nada y dejó de hacerlo. Lo aprendió en una etapa de su vida de la que no tiene recuerdos: los tres primeros años de su vida en el orfanato de Kochnevo, en pueblo situado en mitad de Siberia.

«Cuando salen imágenes de orfanatos, los niños no lloran y la gente piensa ‘ay, mira qué bien’, en realidad deberían pensar: qué mal. Cuando no les atienden dejan de llorar, su cerebro desconecta y «bloquea» el dolor. Y también ocurre con el frío, el hambre... A día de hoy, por ejemplo, yo sigo sin sentir hambre». Son pequeños coletazos de todo aquello que, afortunadamente, Luda pudo «resetear» a los 15 años. Y aunque ya sabe lo que es el dolor emocional, también es capaz de «bloquearlo» a día de hoy si se siente triste.

Todo lo hizo su cerebro, «él solito», durante esos tres primeros años de su vida, cuyos ocho primeros meses, además, los pasó ingresada en un hospital. «Iba encadenando faringitis con laringitis, neumonía... Mi madre dio a luz y se piró», dice sin darle más vueltas. A los tres años llegó a Madrid tras aprobarse el proceso de adopción que comenzó su madre como familia monoparental y aquí ha vivido desde entonces, en un entorno feliz y estable.

Bullying en Madrid

Esta estudiante de Animación 3D que ya acaba este año la carrera con trabajo, aprendió pronto el idioma pero no lo pasó bien en el colegio. Se sentía sola, una «niña rara», no le era fácil hacer amiguitos y a veces le daban ataques de ira; una reminiscencia también de los primeros años de su vida. Eso, según explica, «era la pescadilla que se muerde la cola» y hacía que los niños no quisieran juntarse con ella. Hoy reconoce que sufrió «un poco de bullying», la insultaban y los profesores no decían nada. «Tenía que soportar bromas absurdas como el típico ensaladilla rusa, montaña rusa, filete ruso... todo lo que tuviera que ver con mi lugar de origen. Incluso me hacían bromas como si fuera comunista y me ponían la Internacional», dice hoy riendo.

Cuando pasó al instituto, la cosa cambió. «No fue perfecto», aclara, pero sí mejoró el panorama. «Al menos no se metían conmigo», dice. Aun así, de nuevo, no sentía que quisiera hacer las mismas cosas que las chicas de su edad como salir de fiesta y beber alcohol. Cree que es un rechazo frontal al alcoholismo que ha sufrido su familia biológica, empezando por Olga, su madre, a quien logró encontrar después de mucho tiempo de búsqueda. El resultado, no obstante, ha sido agridulce al ver que su progenitora no quiere tener ningún tipo de contacto con ella.

"No es como en las pelis"

Luda siempre supo que fue una niña adoptada. «No es como las pelis, que te enteras porque te lo dicen en el colegio o de repente descubres algo raro. No. Yo lo he sabido siempre. Tengo recuerdos viendo un álbum de fotos con mi madre, cogiendo un mapa y explicándome: ‘Mira Luda, tú vienes de aquí’. Sé colocarlo en el mapa desde pequeña, para mi era algo normal», admite con naturalidad. Sí recuerda que a los 7 años le preguntaron por sus abuelos paternos y se dio cuenta de que solo conocía a los padres de su madre adoptiva, ya que son una familia monoparental. «Pensé ¿cómo que abuelos paternos? Porque no había caído en ello nunca».

"Siempre quieres saber"

A pesar de todo, ella sí quiso saber quiénes eran sus padres biológicos. «Siempre quieres saber, es algo innato, empiezas a buscar y siempre quieres saber más y más». Fue a los 12 años cuando se lo pidió a su madre y ella contactó con gente a través de otra familia. «Una conocida tenía el contacto de un hombre que vivía en Rusia, había sido policía y se dedicaba a buscar a gente pero para saber allí tienen que ir soltando dinero y tenía que trasladarse desde Moscú hasta el pueblo». Tras mucho tiempo, el hombre les acabó enviando un informe después de haber encontrado a dos hermanas: la tía y la madre biológica de Luda. Al parecer ellas le contaron que se habían quedado sin padres muy jóvenes.

«Este hombre la grabó y fue la primera vez que la vi. Ella era (o es) alcohólica y me tuvo con 24 años pero al parecer ya había tenido a más en las mismas circunstancias, creo que a dos». Esto fue en 2017. «Fue la primera búsqueda. Al principio lo viví con calma pero luego me emocioné y se quedó ahí la cosa. La segunda búsqueda fue el año pasado», explica. Se enteró de que la gente adoptada podía hacerse un test de ADN gratis y le salió que tenía antepasados alemanes, austríacos, hindúes... «De todo menos de Siberia y ahí empiezo a tirar del hilo».

"A mi madre biológica le vendría bien hablarlo"

Una vez que iba teniendo más información comenzó a indagar en redes sociales y fue cuando dio con muchos primos, tíos y hasta con su padre biológico, que la creía muerta. «Fue lo que le dijo mi madre. Él fue muy majo, igual que todos con los que he ido hablando». Pero Olga, su madre, es la única sigue sin querer hablar con ella. «Hasta le hice un vídeo chapurreando lo poco que se de ruso pero nada. A la primera que le vendría bien hablarlo es a ella, por humanizar lo que pasó».

Cuando sintió de nuevo el rechazo de su madre admite que le dio rabia. «Hay una parte de ti que piensa: joder, pero por qué no quiere». A pesar de la negativa de su madre biológica, Luda reconoce que ha tenido «relativamente suerte» ya que hay muchos adoptados en Rusia a quienes les ha afectado el alcoholismo gestacional y lo arrastran en su capacidad intelectual y hasta físicamente.

"Esa mirada como perdida tarda en irse"

También puede afectar al carácter muchas cuestiones derivadas de la falta de desarrollo de un apego seguro. Luda reconoce que ha tenido muchos ataques de ira, sobre todo en la adolescencia, y sentía muchísima rabia cuando escuchaba, por ejemplo, el llanto de un bebé. Algo se quedó registrado en su cerebro de la etapa del orfanato. «Yo miro fotos mías de pequeña y veo esa mirada como perdida, a la nada, como en stand by... Esa mirada tarde en irse», reconoce. Una mirada parecida intuyó en los niños de Castro Urdiales que el mes pasado asesinaron a su madre adoptiva. Más allá del estigma que siempre sobrevuela en torno a los adoptados, Luda se pregunta qué pasaba en esa casa.

«Nunca se puede justificar un asesinato pero si es verdad lo que el chico cuenta y no les trataban de forma adecuada, deben entender que son chicos que ya se han sentido abandonados y maltratados una vez». Y es que, la joven cree que queda mucho por investigar en este sentido. «Me hubiera gustado que, por ejemplo, me estudiaran a mi cuando tenía la disociación del dolor porque luego eso se pierde y no se llega ni a estudiar y no habrá tantos casos».

"No basta con dar amor, hay que buscar buenos profesionales"

Esta familia recalca la importancia de que los padres adoptivos se informen bien antes de comenzar el proceso de adopción y sepan todo lo que conlleva. «Con amor, con que te quieran mucho, no es suficiente. Mi madre tuvo que ir al colegio y explicarle a los profesores y buscar una psicóloga especializada, porque sino pueden empeorar la situación». Es importante las pautas específicas para niños que ya han sentido un abandono. «No les puedes castigar metiéndoles en un cuarto porque se vuelven locos: creen que vuelven a abandonarles».