Anotaciones manuscritas

El periodista que «salvó el tipo» a Juan Pablo II y a la Iglesia

Se publican las memorias póstumas del portavoz papal Joaquín Navarro-Valls

Juan Pablo II junto a Joaquín Navarro Valls, portavoz de la Santa Sede desde 1984 hasta 2006.
Juan Pablo II junto a Joaquín Navarro Valls, portavoz de la Santa Sede desde 1984 hasta 2006.Grzegorz Galazka

Hoy, a las 21:37, ha fallecido el Papa. Me siento incapaz de analizar esta situación: ni el hecho en sí, ni en relación con la Iglesia, ni en relación conmigo mismo». El hombre que tenía el don de la palabra, enmudecía. Es lo único que pudo relatar Joaquín Navarro-Valls el 2 de abril de 2005, tras la muerte de Juan Pablo II.

Con esta franqueza se expresa aquel que fue algo más que el portavoz de Karol Wojtyla. Es tan solo una de las anotaciones de puño y letra que se recogen en «Mis años con Juan Pablo II» (Espasa), obra que recopila escritos inéditos donde narra en primera persona lo que vivió y vio junto a uno de los hombres más influyentes del siglo XX. Casi dos décadas han pasado de la desaparición del pontífice polaco y cinco años de la muerte del comunicador. Ahora ven la luz por expreso deseo de Navarro-Valls. El sucesor de Pedro sabía de las notas de su confidente y bromeaba con ello: «¡Cuidado con lo que decís! ¡Dentro de unos años lo veréis publicado en un libro del doctor Navarro!». Así, se alternan episodios históricos como la visita de Gorbachov al Vaticano con hechos cotidianos, como las vacaciones papales en la montaña.

«Joaquín decidió que se publicara años después de su muerte, precisamente para no mostrarse como el modelo comunicativo de la Santa Sede en una época en que se estaba repensando y reorganizando todo lo relativo a la comunicación vaticana», explica Rafael Navarro-Valls, que firma el epílogo del libro. Sobre su contribución a este libro que va más allá de un mero recordatorio, asegura que «me he limitado corregir la redacción que, sobre las 600 páginas manuscritas de mi hermano, reordenó el editor y procurar difundir el libro una vez editado».

Un fichaje relámpago

Capítulo a capítulo, se bucea a la par en la personalidad del Papa Wojtyla y su colaborador, un médico cartagenero del Opus Dei que acabó estudiando periodismo y con plaza como corresponsal en el Vaticano. Tuvo su primer tú a tú con san Juan Pablo II en un almuerzo el 18 de noviembre en 1984. Le pidió consejo y debió gustarle lo que escuchó porque doce días después le fichaba como portavoz, donde permaneció durante 22 años y acompañó en esta misión dos años más a Benedicto XVI. «No soy consciente del todo de la responsabilidad que acababa de asumir. Caí en la cuenta media hora después, cuando regresaba en taxi a mi casa», escribe Joaquín del día en que le comunicaron que sería el director de la Oficina de Prensa de la Santa Sede. Con el tiempo fue mucho más que el responsable de la política informativa de la Iglesia católica. La confianza de Wojtyla fue tal que participó en la primera delegación vaticana que pisó el Moscú soviético y fue clave para preparar el viaje papal a la Cuba de Fidel Castro.

«Al releer las notas se ha reafirmado en mí la admiración por su fortaleza y sereno esfuerzo por hacer lo que desde el primer momento se propuso», confiesa Rafael sobre la entrega de su hermano: «Cuando Juan Pablo II le preguntó qué se necesitaba para hacer una reestructuración de la Oficina de Prensa de la Santa Sede, Joaquín contestó ‘Más que una reestructuración es necesaria una revolución’». Para el catedrático emérito de la Complutense y vicepresidente de la Real Academia de Jurisprudencia y Legislación de España, estas memorias «son la larga historia de ese empeño» en aterrizar esa «revolución».

Sin embargo, ser el dircom de la Santa Sede, como de cualquier otra entidad, implica callar mucho más de lo que se cuenta… Joaquín no fue una excepción. «Aceptó el cargo con dos condiciones: relación directa con el Papa y transparencia en su labor informativa», subraya Rafael: «Esto le acarreó alguna fricción con la Secretaría de Estado». Y pone como ejemplo «cuando comunicó que el Papa tenía Parkinson y cuando influyó, contra el parecer de la Curia, a difundir la sorprendente conducta de Marcial Maciel y la sanción impuesta por la Santa Sede». «Me figuro que debió callar algunas cuestiones sujetas al secreto de oficio, pero estas fueron las menos», apostilla Rafael.

Lo cierto es que entre ambos había una sintonía palpable. Pero, buen seguro, que en algún instante pudieron tener sus discrepancias a la hora de afrontar alguna crisis. Para Rafael, «el respeto de Joaquín por san Juan Pablo II, dentro de la amistad, era extremo. Tal vez, por esto, las fricciones si se dieron debían ser mínimas. Entre otras cosas porque le dio la mayor libertad en su función. Sí hay, sin embargo, un punto de disonancia. Como Joaquín, aparte de periodista, era médico, le aconsejaba un mayor descanso en su actividad. Juan Pablo II solía contestarle: ‘Ya descansaré en la vida eterna’».

El Papa era jefe. El comunicador, empleado. ¿Y, sin embargo, amigos? «Joaquín negaba esta amistad, y citaba a Platón, que decía que para haber amistad tiene que haber una cierta igualdad, y entre Juan Pablo II y él la distancia era enorme. Pero la verdad es que, desde mi punto de vista, sí eran amigos. Basta ver algunas de las fotos inéditas que se recogen en ‘Mis años con Juan Pablo II’, para descubrir una notable complicidad entre ambos. Platón no tenía razón: cabe la amistad entre los desiguales».

Joaquín salvó en más de una ocasión al Papa y a la Iglesia ante la opinión pública. «Leyendo estas memorias se descubren acciones de Joaquín, que ayudaron más de una vez en ‘salvar el tipo a la Iglesia’», reconoce Rafael. Así, rememora «su dura intervención frente a Bush, cuando este ordenó cercar la Nunciatura en Panamá, donde se había refugiado Noriega. Los tanques norteamericanos cortaron las comunicaciones de la Nunciatura, emitían constantemente emisiones de radio a todo volumen y manifestaban los soldados actitudes agresivas. Joaquín emitió por televisión en persona un fuerte comunicado condenando la actitud norteamericana». Su hermano admite que fue «tanta fue la dureza, que al día siguiente, el propio presidente dulcificó sus amenazas hablando de ‘mis buenos amigos vaticanos’ y cesando en sus actitudes hostiles».

A la par, rescata una escena en el Cairo, «cuando plantó cara al vicepresidente de Estados Unidos, Al Gore, por presentar dos caras en materia de natalidad»: «Un periodista interpeló al portavoz diciéndole: ‘¿Llama mentiroso al vicepresidente?’. Sin inmutarse, Joaquín contestó: ‘Eso he dicho’».

¿Y si hubiera un comunicador en los altares?

Francisco canonizó a Juan Pablo II. ¿Podría darse el caso de que Joaquín Navarro-Valls, su portavoz y confidente, fuera elevado a los altares o es pretencioso tan siquiera pensarlo? «Mire usted, eso es algo que está fuera de mi alcance», admite su hermano Rafael. «Le contaré, sin embargo, una anécdota. Después del funeral por su alma, transportamos mis hermanos y yo el féretro al coche fúnebre para dirigirnos al cementerio. En ese momento, sin yo activarlo, comenzó a sonar en mi móvil la canción ‘My Way’, que era una de las canciones preferidas por Joaquín. El suceso me emocionó, ya que me pareció que, de algún modo, nos transmitía que su alma había llegado a buen puerto».