Religión

«Plan renove» de cardenales para reformar la Iglesia

Con los 21 nuevos purpurados que creó ayer, Francisco ha nombrado al 72% de los electores en un hipotético cónclave para «no vivir de las rentas»

A Francisco le salen las cuentas. Con el noveno consistorio de su pontificado que celebró ayer y que suma 21 nuevos cardenales, 18 de ellos menores de 80 años, los elegidos en la era Bergoglio superan la suma de todos los creados por Juan Pablo II y Benedicto XVI. En total, el colegio cardenalicio cuenta con 242 cardenales, de los cuales, 136 son electores, puesto que hoy mismo el arzobispo bangladesí Patrick D’ Rozario, el 137 de la lista, cumple 80 y quedaría fuera de la Capilla Sixtina en un hipotético cónclave.

Y es que, el casting papal de purpurados tiene un doble objetivo. Por un lado, asesorar al pontífice en el gobierno de la Iglesia, un tarea especialmente relevante en la coyuntura reformadora que está pilotando Francisco. Por otro, elegir al próximo sucesor de Pedro. En este sentido, el Papa jesuita ha venido dibujando y configurando a lo largo de esta década un perfil de purpurado «con olor a oveja». En paralelo, ha acabado con los nombramientos vinculados a ciudades tradicionalmente ligadas al cardenalato, como Milán o Toledo, priorizando la persona que está al frente, llegando a designar, como en esta ocasión, lo mismo al obispo auxiliar de Lisboa que al responsable de la Iglesia en Mongolia, que apenas cuenta con 1.400 católicos a su cargo. Y es precisamente esta mirada a los epicentros católicos clásicos la principal línea estratégica del actual Obispo de Roma.

Así lo verbalizaba ayer, nada más comenzar su homilía, cuando aseguró que los nuevos cardenales «gracias a Dios, son de todas partes del mundo, de las más diversas naciones». Gracias a Dios, y por mediación suya, puesto que ha dado un vuelco continental desde que él mismo fuera elegido en marzo de 2013. Europa continúa siendo el continente con más electores, con un total de 53, frente a los 23 de Asia, los 22 de América Latina, los 19 africanos, los 17 norteamericanos y los 3 de Oceanía. Sin embargo, si hace diez años el 52% de los cardenales con derecho a voto eran europeos, hoy se reduce al 39%. Francisco ha entregado birreta rojiza y anillo este tiempo a 37 obispos del viejo continente, más que de ningún otro. Sin embargo, es cierto que también ha roto el techo en el número de cardenales del resto del mundo. Pese a ello, esos cuatro de cada diez cardenales europeos hablan de una desigualdad geográfica, en tanto que en la actualidad solo el 21% de la población católica vive del estrecho de Gibraltar para arriba.

A todos ellos se dirigió ayer por la mañana en la plaza de San Pedro para hacerles un encargo de cara a los próximos años, pero también con una encomienda a corto plazo. «El Colegio Cardenalicio está llamado a asemejarse a una orquesta sinfónica, que representa la sinfonía y la sinodalidad de la Iglesia», entonó Francisco, en la antesala de la asamblea del llamado Sínodo de la Sinodalidad, que arrancará este próximo miércoles y en el que 464 participantes de todo el planeta analizarán el aquí y ahora en Roma durante un mes con propuestas de reforma para la institución. De hecho, el pontífice presidió una vigilia de oración para rezar por los frutos de este encuentro.

Y es que la palabra sinodalidad recoge para Jorge Mario Bergoglio uno de los desafíos más relevantes de su pastoreo, puesto que más allá de ser un mero sinónimo de colegialidad, busca establecer una estructura eclesial de pirámide invertida, con mayor corresponsabilidad de los laicos, esto es, de los católicos de a pie, con equipos de trabajo para evitar todo autoritarismo, con todos los escándalos que ha generado este proceder en las últimas décadas, sea en materia financiera o a través de la crisis de los abusos.

Por eso, ayer, en su homilía ante los «príncipes» de la Iglesia –palabra que Bergoglio ha excluido de su vocabulario– llamó a sus nuevos colaboradores a respaldar estos cambios desde lo que presenta como «fidelidad creativa», una expresión eclesial que habla de abrirse a «la sorpresa» de Dios manteniendo la esencia del cristianismo, sin aferrarse a falsos tradicionalismos. Es más, en su alocución llegó a asegurar que la Iglesia «no vive de rentas, ni mucho menos de un patrimonio arqueológico, por valioso y noble que sea». Frente a ello, defendió que «la Iglesia –y cada bautizado– vive del presente de Dios, por la acción del Espíritu Santo».

En esta misma línea, y con un dardo dirigido a los negacionistas y que solo entienden una manera de catolicismo, el Papa reivindicó que «la diversidad es necesaria, es indispensable, pero cada sonido debe contribuir al proyecto común», detalló. «Nos hace bien reflejarnos en la imagen de la orquesta, para aprender cada vez mejor a ser Iglesia sinfónica y sinodal», remató.