Vaticano
Los seis cardenales «haters» del Papa, al descubierto
La carta de un grupo de purpurados contra Francisco desvela el constante boicot que sufre el pontífice argentino
El Papa sabía que iba a estallar. Desconocía cuándo, pero estaba preparado para otro boicot público a su pontificado. El 10 de julio le entregaban oficialmente una carta firmada por cinco cardenales que incluía lo que, en la jerga eclesial, se denomina «dubia». Preguntas sobre dudas doctrinales que esperan una respuesta taxativa suya. En este caso, 5 cuestiones entre las que se incluían dos temas especialmente espinosos: la bendición a las uniones de personas del mismo sexo y la ordenación de mujeres. En 24 horas, el pontífice respondió de vuelta. El 21 de agosto, los cardenales reformulaban sus preguntas al no quedarse satisfechos con el escrito papal.
Este diálogo epistolar privado se quebró este lunes, cuando los «príncipes» de la Iglesia filtraban sus preguntas eludiendo las contestaciones de Francisco. Fecha, modos y medios estaban perfectamente milimetrados: se disparó solo 48 horas antes de que Francisco abriera la asamblea del Sínodo de la Sinodalidad, el foro más plural desde el Concilio Vaticano II para dibujar el futuro de la Iglesia desde el Concilio Vaticano II. El Papa, acostumbrado a convivir con estos constantes «hackeos» por parte de un sector de la Iglesia, lo desactivó de inmediato. A los pocos minutos de airearse el envite púrpura, el Vaticano publicaba sus respuestas lo que permitió inaugurar sin sobresaltos del Sínodo.
Pero, ¿quiénes son los cinco cardenales «haters» de Jorge Mario Bergoglio? En la cabecera de los firmantes están el estadounidense Raymond Leo Burke (75) y el alemán Walter Brandmüller (94 años), que en 2016 coordinaron otro escrito similar con otros dos cardenales ya fallecidos –Carlo Caffarra y Joachim Meisner– a raíz de la encíclica «Amoris laetitia», en la que se abre la puerta a la comunión de los divorciados vueltos a casar. Junto a ellos, escriben el mexicano Juan Sandoval Íñiguez (90), Robert Sarah (78), de Guinea Conakry, y Joseph Zen Ze-kiun (91), de Hong Kong.
De ellos, los principales promotores serían Burke y Sarah, no solo por su edad. Nacido en Wisconsin, Burke fue nombrado por Benedicto XVI en 2008 prefecto del Tribunal Supremo de la Signatura Apostólica, que equivaldría a presidente del Supremo de nuestro país. En 2010 Ratzinger le creó cardenal. Francisco le relevó en 2014 pero no le arrinconó, sino que le designó patrono de la Soberana Orden de Malta. No fue hasta este mes de junio cuando le retiraría de la entidad, cansado quizá de que públicamente instara a los católicos a desobedecerle, además de ser negacionista del coronavirus y las vacunas, y declararse fan de Donald Trump.
Sarah también es un curial de largo recorrido y se le llegó a considerar el primer papable negro de la historia. Benedicto XVI le creó cardenal y Francisco le fichó en noviembre de 2014 como prefecto para el Culto Divino. Pronto comenzaron las desavenencias con el Papa, entre otras cosas, por promover la misa preconciliar. Su golpe de gracia llegó en enero de 2020 cuando publicó un libro que dijo estar escrito a cuatro manos por Joseph Ratzinger, una obra que buscaba poner contra las cuerdas a Bergoglio ante la inminente aparición de su exhortación apostólica sobre la Amazonía. Se rumoreba que con ella podría abrir el sacerdocio a hombres casados. Francisco no cambió nada, pero sí quedó al descubierto que Sarah y el secretario del Papa fallecido, Georg Gänswein, utilizaron unos textos suyos sobre el celibato para incluirlos en su libro y presentarlos como un órdago a su sucesor. Un año después llegó su jubilación.
En el caso de Brandmüller, este nonagenario arzobispo bávaro no ha sido hombre de Curia ni de pastoreo, sino un historiador especializado en concilios al que Benedicto XVI premió con el cardenalato en 2010 cuando ya había cumplido los 80. Entre sus propuestas de reforma de la Iglesia se encuentra «limitar el derecho de voto en el cónclave, por ejemplo, a los cardenales residentes en Roma». También considera oportuno que sean electores los octogenarios, esto es, que vote él.
Sandoval Íñiguez fue arzobispo de la mexicana Guadalajara y logró su cardenalato en 1994 gracias a Juan Pablo II. En contra de los matrimonios y las adopciones gais, ha legado a responsabilizar de la violencia machista a la «imprudencia de las mujeres».
El quinto «dubia» es el salesiano Joseph Zen, principal opositor del acuerdo actual entre la Iglesia y China, que considera una claudicación al comunismo. Francisco le tiene estima por su lucha en favor de la libertad de los católicos en China y cenó con él en enero cuando viajó a Roma para el funeral de Benedicto XVI. A buen seguro que su firma en la carta le ha decepcionado.
En total, son cinco cardenales de los 242 existentes. De ellos, solo dos podrían acceder a la Capilla Sixtina en caso de cónclave. Pero no están solos. A ellos habría que sumar algunos purpurados que, sin exponerse, comparten causa evitando aplicar en sus diócesis y países las reformas franciscanas, sea en materia de formación de los seminarios o en la lucha antiabusos. Se unirían otros más que ya han dado un respaldo más o menos explícito a los «dubiales». Entre ellos, se encontraría el cardenal alemán Gerhard Müller. El antiguo prefecto para la Doctrina de la Fe nombrado por el Papa alemán, y Francisco prescindió en 2017. Desde entonces, sus críticas se han recrudecido. En estos días ha llegado a asegurar que el Sínodo puede «destruir» la Iglesia. Precisamente, el Papa ha querido invitarle personalmente a Müller a la asamblea. ¿Su reacción? Saltarse en menos de 24 horas la cláusula de confidencialidad, concediendo una entrevista a la EWTN, principal emporio católico estadounidense y plataforma elegida por los «dubiales» y por la resistencia papal propagar sus mensajes anti Bergoglio.
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