Teología de la Historia

La unidad histórica de Cataluña es Hispania: la Marca Hispánica

La Marca se comprometió en la cruzada militar contra los invasores musulmanes, «toda una evidencia de solidaridad hispánica»

Coronación imperial de Carlomagno.
Coronación imperial de Carlomagno. Dreamstime

Vivimos tiempos en los que algunos partidos catalanes hacen de su razón de ser el romper España, y que han conseguido nada menos que mandar en el gobierno, teniendo en Sánchez a un inquilino de la Moncloa que sólo puede subsistir si cede a sus continuadas exigencias. Ante ello es oportuno conocer las profundas raíces Hispanas de Cataluña, teniendo como referencia histórica irrefutable a la Marca Hispánica como auténtico embrión suyo, explicado y conocido por medio de reconocidos historiadores. Esa corriente nacionalista catalana interpreta que su «hecho diferencial» encuentra precisamente su raíz histórica en ella, lo que llevaría a que Cataluña se construyera sobre matriz «carolingia», mientras que el resto de España lo hiciera sobre matriz visigótica. Por ello es preciso conocer qué fue y cómo nació esa mera referencia geográfica fronteriza que nos lleva al año 732 hasta Poitiers, lugar en donde habiendo penetrado los musulmanes, fueron derrotados por Carlos Martel, frenando la expansión musulmana hacia el resto de Europa tras haber comenzado en 711 la invasión de la península ibérica. En su contraofensiva, los francos emprendieron una campaña militar que llegó hasta Gerona, Urgel, Vic y Barcelona para formar ya con Carlomagno, y a finales del siglo VIII, la región geográfica conocida como Marca Hispánica, dependiente de Aquisgran en lo político y Narbona en lo religioso. Un siglo más tarde, a finales del siglo IX, se plantea a las autoridades y habitantes de la citada Marca, la alternativa de decidir si seguir unidos a las autoridades carolingias, o solidarizarse con las otras regiones españolas en la común empresa de la Reconquista, ya iniciada en Covadonga. Este será el ideal que prevalecerá, rompiendo progresivamente los lazos que les mantenían atados a las autoridades carolingias, para constituirse en Condados independientes de ellos. Pero no acabará ahí su compromiso hispano ya que no les basta llevar la frontera hasta el Ebro sino que se comprometerán en la cruzada militar contra los invasores musulmanes. Y así veremos al Conde de Urgel y a los obispos de Vic, Gerona y Barcelona participar unidos a los demás españoles en la expedición guerrera de Córdoba de 1010 y acudir, entre otras, junto a Alfonso VIII en la batalla de las Navas de Tolosa en 1212. O acudir con Jaime I a ayudar al Rey Fernando III (El Santo) en la toma de Murcia, lo que constituye «toda una evidencia de solidaridad hispánica por encima de cualquier otra diferencia que pudiera evidenciarse», como expresa Marcelo Capdeferro en su obra «Otra Historia de Cataluña». Por si no fuera suficiente lo narrado debe conocerse lo escrito por Ramón de Abadal Viñals sobre la denominación «Marca Hispánica» que sólo aparece en 821 y desaparece en 850 en los anales imperiales carolingios, pero siempre como «frontera de España». Significativo resulta que tal denominación estará olvidada desde entonces hasta ser recuperada ocho siglos después, en 1640 con ocasión de la Revolución «dels segadors», cuando el «Puigdemont» del momento quiso justificar la incorporación de Cataluña a Francia otorgando a Luis XIII el título de Conde de Barcelona, perteneciente a la Corona de España. Es preciso conocer que la Marca Hispánica nunca tuvo valor jurídico, expresando un mero territorio geográfico fronterizo, siendo dividido en condados y obteniendo cierta relevancia a finales del siglo IX con Wifredo («El Velloso»),conde de Barcelona. Como hemos dicho, Cataluña comenzó a formarse como tal a partir de ese tiempo y hasta el siglo XIII, en ese espacio geográfico y a partir de unos elementos étnicos y una herencia claramente hispana. La futura Cataluña formó parte del país que los griegos llamaron Iberia, y los romanos Hispania; y siéndolo tanto de la Hispania romana como de la visigoda, con unas raíces como las referidas… En puridad, sólo puede hablarse de Cataluña propiamente dicha, a partir del momento en que Jaime I logrará que se declaren vasallos suyos los tres condados de la antigua Marca Hispánica que aún permanecían separados del Condado de Barcelona. Es una realidad histórica que, insistimos, es reconocida incluso por autores nacionalistas, que se refieren a Cataluña como algo existente con identidad propia a partir de entonces. De tal forma que el inicio de la formación de Cataluña tiene sus raíces en la Reconquista, que la unirá a los reinos de otras regiones hispanas en ese común objetivo. Tanto los habitantes de aquellas tierras como los extranjeros tenían plena conciencia de que la futura Cataluña formaba parte de Hispania. Así, tanto Carlomagno como sus sucesores inmediatos establecieron allí el llamado «régimen de los hispanos» como recoge Ferràn Soldevila en su obra «Historia de Catalunya». Encontramos en la documentación oficial de la época frases como «aquel mismo verano fue capturada Barcelona, ciudad de Hispania», o «Tarragona era desde tiempos antiguos, la más noble de las metrópolis hispanas», que son recogidas por Capdeferro y Soldevila en las obras citadas. Asimismo desde el ámbito catalán, ya los «Usatges» llamaban a Ramón Berenguer I «Hispaniae subjugator» (dominador de Hispania), y Jaime I se refiere a su padre el Rey Pedro «como el más franco de cuantos hubo en España». Lo mismo acontece cuando Bernard Desclot narra un viaje del Conde de Barcelona a Alemania para entrevistarse con el emperador y se presenta diciendo: «Señor, yo soy un caballero de España». Para a continuación presentarse a la Emperatriz diciendo: «Yo soy un Conde de España al que llaman el Conde de Barcelona». Y el emperador dice a su séquito: «...han venido dos caballeros de España de la tierra de Cataluña», como registró Eginhard, secretario y cronista de Carlomagno.

Si hasta ahora hemos acudido a fuentes políticas para acreditar la identidad catalana como estrechamente unida desde su formación a la común hispana, lo mismo encontramos en las fuentes eclesiásticas. Por ejemplo, en las Actas de los Concilios visigóticos e hispano- romanos, los celebrados en la antigua provincia romana tarraconense, se encuentran junto a todos los demás recogidos en «La Catholica Hispania». Así la colección se abre con las actas del Concilio de Elvira, sigue con los de Zaragoza y Toledo para continuar con el I de Barcelona (540), Lérida (546), el II de Barcelona ( 599), etcétera.

En un texto redactado en latín en Liébana en el siglo VIII se encuentra la frase: «Ya es notorio, ya es conocido, y no sólo por Asturias, sino que se ha divulgado por toda Hispania, hasta en Francia...» lo que evidencia la existencia de conciencia de una «tota Spania» ya formada, distinta de «hasta Francia». En cuanto a la lengua hablada en la Hispania visigoda en los siglos VI y VII, tenemos conocimiento de un conjunto documental de extraordinaria importancia, con unas pizarras escritas en esa época, y encontradas en las provincias de Salamanca y Ávila, así como de Cáceres, Segovia, Madrid, Portugal, y de cronologías un poco posteriores en León, Zamora, Asturias y Andorra (..). Todas ellas revelan una lengua aún latina, pero que ya preconizan su evolución a lenguas romances. Evidencian una sociedad con una cultura común dentro de una geografía física que paulatinamente conforma una geografía cultural que tenemos que denominar Hispania. Es el «mundo hispano» como muy bien definió el Beato Liébana, uno de los más prestigiosos estudiosos de la antigüedad clásica y del mundo visigótico. «Cataluña es España» , como España «no es» sin Cataluña. Una persona, una familia, una nación... que desconoce sus raíces, carece de identidad, e ignora el sentido de su propia existencia. Porqué y para qué existe.

San Juan Pablo II y Benedicto XVI, grandes teólogos de la Historia, escribieron y hablaron extensamente acerca de la necesidad de conocer nuestra Historia. La que hace el hombre con su libertad, en el espacio y el tiempo, en la que pudiéramos denominar como dimensión «horizontal». Porque junto a él y respetando su libertad existe la dimensión vertical: desde el Cielo y junto al hombre, Dios hace la Historia. Él es «el Señor de la Historia».