Teatro
Ni tan Doña Rosita ni tan soltera
Pablo Remón disecciona la obra de Lorca hasta hacerla suya en los Teatros del Canal
Cuando a Pablo Remón le llegó el encargo –por parte de la Comunidad de Madrid– de hacer «Doña Rosita la soltera» dijo demasiado rápido que no. No encontraba conexiones entre el texto de Lorca y él, por lo que no le interesó el proyecto. Sin embargo, «no me quedé tranquilo», cuenta, y empezó a buscar una rendija por la que meterle mano hasta que, «voilà», la encontró: «Resulta que había mil cosas que tratar y muchos asuntos personales que me tocaban». Así que descolgó de nuevo el teléfono y aceptó.
Fue el inicio de la pieza que ahora presenta en los Teatros del Canal, «Doña Rosita, anotada», una función que juega con el original de Lorca hasta llevarlo al terreno Remón, un mundo que surgía según avanzaba la lectura y el dramaturgo contemporáneo iba escribiendo, y completándolo, en los bordes del libro.
Remón entendió que la de «Doña Rosita» «no era la historia de una chica de finales del siglo XIX o principios del XX con un novio que no vuelve, sino que habla del paso del tiempo. De cómo Rosita toma una decisión con veinte años y a los cuarenta se topa con las consecuencias de aquello. Y también me interesó la mirada de Lorca hacia las mujeres de su infancia, así que pensé que debía hacer lo mismo, mirar a las mujeres de mi pasado». El autor aprovecha la coyuntura para presentar el tiempo como «algo que va oxidando los ideales y que nos convierte en otros». En la versión actual, Doña Rosita ya no es una víctima de la época o de su pareja, sino de ella misma, de sus propias elecciones, comenta un Pablo Remón que por primera vez dirige un texto que originalmente no es suyo: «Aunque lo he hecho tan mío que, a partir de un material ajeno, me he permitido ser más personal que nunca».
Sin reverencias
Así, ha acercado tanto el original a su propia figura que bromea hablando de una pieza con autoría de «Federico García Remón» en la que sería difícil hablar del porcentaje que hay de uno y de otro en el resultado final. Porque Remón no tiene miedo «a meter mano a los clásicos», dice: «Es de justicia. Lo importante para mí era mantener la esencia de Lorca y no la literalidad de la palabra. No lo hago con afán de cambiar por cambiar, sino por poner en escena un trabajo lo más potente posible. Lorca está muy vivo y hay que mirarlo sin un exceso de reverencia, de otra forma se puede convertir en un ejercicio de antropología teatral».
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