Redes sociales

Cómo un «like» de Facebook trastoca tu cerebro

Cómo un «like» de Facebook trastoca tu cerebro
Cómo un «like» de Facebook trastoca tu cerebrolarazon

Los expertos en nuevas tecnologías llevan mucho tiempo intentando comprender, desde un punto de vista social, psicológico y hasta neurológico, el poder de atracción que las redes sociales tienen para los adolescentes. La misma pregunta, sin tecnicismos, en lenguaje doméstico, se hacen cada tarde, cada noche, tantos y tantos padres de hijos adolescentes: ¿qué hay que hacer para que despegue de una vez los ojos de Instagram y hable conmigo?

Para entender por qué son tan importantes las redes sociales para los adolescentes, el director del Observatorio para la Promoción del Uso Saludable de la Tecnología (EducaLIKE), Guillermo Cánovas, recurre a dos conceptos aparentemente contradictorios (riesgo y recompensa) y a una metáfora muy ilustrativa: la de un joven haciendo un caballito a lomos de una moto. Y, también, a una sorprendente constatación médica que conecta –quién lo iba a decir- un inocente “me gusta” de Facebook con una zona muy concreta del cerebro.

Vayamos por partes. Y partamos de un mito muy arraigado: nuestros adolescentes son unos inconscientes que suben cualquier cosa a Facebook sin saber que puede tener consecuencias. “Esto es un prejuicio histórico que conviene dejar atrás y, en cualquier caso, es una generalización que no se puede aplicar a todos”, explica Cánovas.

Valoran más la recompensa que el riesgo

“No es que los jóvenes no tengan un sentido del riesgo o del peligro, sino que valoran más la recompensa que obtienen a cambio, y por eso les merece la pena arriesgarse a publicar ciertas cosas”, aclara el experto. Esto les diferencia de los adultos, que no suben ciertos contenidos a su “muro” porque la recompensa que obtienen a cambio (reconocimiento social medido, digamos, “al peso”, a golpe de “like”) no les aporta gran cosa.

Y aquí viene la metáfora para ilustrarlo. “Un joven que circula con su moto recién estrenada y se encuentra con cuatro amigas estará tentado de hacer un ‘caballito’ delante de ellas –expone Cánovas-. La recompensa que puede conseguir por ello es mucho mayor que el riesgo de tener una caída. Un hombre de 50 años jamás hará eso si se cruza con cuatro señoras. La recompensa es mínima y el riesgo de tener una caída, muy alto”.

En el fondo, según el director de EducaLIKE, la recompensa que buscan esos adolescentes tensando los límites de su reputación digital es la de la aceptación, la integración y el éxito entre sus iguales. Este instinto de supervivencia no es nuevo, y hunde sus raíces en la tradicional “valoración por comparación” con el resto que ya existía el siglo pasado en dos ámbitos, el entorno inmediato y en la escuela, pero en esta ocasión añadiendo un nuevo campo de juego: internet.

De la “hormona del amor” al núcleo accumbens

Para ayudar a recelosos y temerosos padres a entender este fenómeno, las últimas técnicas en neuroimagen echan una mano: cuando un adolescente siente el riesgo de ser rechazado por sus iguales se le activa la misma zona del cerebro que se “enciende” cuando la vida está amenazada (y que nos fuerza a elegir entre luchar o huir) o cuando hay un riesgo de morir de hambre. Esto no ocurre en otras edades, y de ahí esa necesidad imperiosa por recibir una validación social.

Y más aún. Guillermo Cánovas recuerda que algunos estudios han demostrado incluso que cada vez que un joven recibe un “me gusta” a una foto subida a una red social se activa la misma zona cerebral, el núcleo accumbens, que se pone en marcha cuando se reciben recompensas, un premio de la lotería, alimentos o incluso una propuesta sexual. Ahí es nada.

Lo más curioso es que esta reacción desaparece misteriosamente cuando cumplen 19 o 20 años. A partir de esa edad queda otra consecuencia también validada por estudios médicos, según la cual el intercambio de mensajes entre una pareja en redes sociales puede elevar las cantidades en sangre de oxitocina –la conocida popularmente como hormona del amor- al mismo nivel que una carta o incluso una conversación vis a vis.

“Qué más da que nos comuniquemos por cable o por papel, que estemos a diez o a diez mil kilómetros de distancia –concluye Guillermo Cánovas-. En el fondo, estamos ante una persona que siente y otra que hace sentir. Las cosas que se viven y se sienten en internet no son falsas. Son verdad”.