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«Brave New World»: el precio de la felicidad
La plataforma StarzPlay estrena en España la esperada adaptación de «Un mundo feliz», la célebre novela de Aldous Huxley
Si la palabra es distopía y lo que buscamos son soluciones de continuidad, es muy probable que pensemos, primero en «1984» y, segundo, en «Un mundo feliz». Orwell y Huxley, de la mano en esa falsa diatriba de una cultura popular que los presentó como opuestos sobre lo que estaba por venir, la incertidumbre del mañana, probablemente renegarían hoy en día de un debate en términos tan absolutos. Al fin y al cabo, ambos autores, pero sobre todo Huxley, no proyectaban un deseo ni un augurio, solo plantaban la semilla de la ficción con base en los frutos que veían madurar en su tiempo. No había tantas ganas de acertar como deseos de prevención ante la oscuridad.
StarzPlay, esa plataforma todavía pequeña que se está especializando en traer lujos muy disfrutables, estrena ahora en nuestro país «Brave New World». Haciendo suya la distopía que nos sitúa en una sociedad que aprende por hipnosis, maneja las emociones con pastillas y entiende el sexo como res pública, la serie ahonda en aspectos críticos como la ausencia de conflictos bélicos y la erradicación final de la pobreza en un mundo en el que está prohibido rebelarse. Las reglas para conseguirlo, además de una jerarquía de hierro son sencillas: está prohibida la privacidad, la familia y, por supuesto, la monogamia y todo lo que suponga anquilosarse en la vida de otro ser humano.
Protagonizada por Alden Ehrenreich, el Han de «Solo: una historia de Star Wars» (2018), la primera temporada de la serie cuenta con nueve excelentes capítulos que, sin dejar de lado los dilemas morales del libro, añade acción a raudales.
Por «Brave New World» también pasan Jessica Brown Findlay, a la que muchos recordarán por ser la chica de los 15 millones de créditos en «Black Mirror» y también Harry Lloyd, el Charles Xavier de la siempre recomendable «Legion»
El futuro ya no es lo que era
Más allá del excelente reparto de caras frescas, la serie se mueve entre los dos escenarios principales que se intuyen en la novela de Huxley: Nuevo Londres, capital de facto del imperio feliz en el que los humanos son encapsulados desde lo celular; y La reserva, donde, como si de un DisneyLand particular se tratara, se conserva a un pequeño grupo de humanos «salvajes» para recordar las viejas formas de vida del pasado y, obvio es, mantener a raya cualquier conato de revolución o de pensamiento intrusivo que pueda colarse entre la sociedad de alfas, betas, gamas, deltas y épsilons. De hecho, uno de los grandes aciertos de esta producción de NBC es su irónico uso de la propaganda: casi cada cambio de escenario es acompañado por algún anuncio de las bondades del régimen,
Es en ese cruce de mundos, el «salvaje» al que da vida Ehrenreich se encontrará con la responsabilidad no demandada de ayudar a los que dicen ser sus amigos a levantarse en armas y recuperar su libertad. Al otro lado del muro, porque ya no hace faltan sutilezas metafóricas, uno de los Alfa más importantes empezará a replantearse todo el sistema que le privilegia cuando ve que uno de los trabajadores de menor casta se suicida. Todo ello, mientras intenta lidiar con las responsabilidades de su cargo y con una Beta que le quiere poner las cosas difíciles y le hace las preguntas que nadie nunca se atrevería hacerle.
Al final, y aunque la serie se tome licencias modernizadoras que ayudan a entender mejor a qué nos avocaría una sociedad en la que no haya más compromiso que el individual, todo es fiel a Huxley, a su relato y, sobre todo, a esa pulsión que nos hablaba del fin del arte y la cultura en pos de una amalgama informe que lo acabaría devorando todo.
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