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Estreno

"La Encrucijada": No llames amor a la venganza ¿o sí?

Antena 3 estrena una historia fresca y dinámica que mezcla heridas abiertas, traiciones en cadena y un romance tan inconveniente como inevitable

"La Encrucijada": No llames amor a la venganza ¿o sí? Atresmedia

Hay historias que no hace falta reinventar para que funcionen. “La Encrucijada”, que arranca esta semana en Antena 3 con doble cita semanal, es una de ellas. Coge la vieja receta del melodrama —enemistad familiar, amor prohibido, venganza que arrastra generaciones— y la actualiza sin pretensiones. No necesita fuegos artificiales para captar la atención. Le basta con una mirada cruzada entre César Bravo y Amanda Oramas para colocar al espectador en el centro del conflicto: ¿hasta dónde se puede tensar el deseo antes de que se rompa?

César, interpretado con contención templada por Rodrigo Guirao, vuelve a su tierra natal desde México, decidido a hacer pagar a Octavio Oramas por la muerte de su padre. Todo es venganza, todo es plan. Hasta que Amanda aparece y el guion cambia. Ella, con una mezcla de convicción y vulnerabilidad, se convierte en el verdadero desafío. Astrid Janer no le imprime dramatismo forzado, sino una firmeza limpia, como quien sabe que no podrá salir ilesa.

En medio de esa tensión, Atresmedia adopta un formato inusual en la ficción española. Emisión doble por semana, episodios de 50 minutos, un total de 60 capítulos que se estiran hasta otoño. Un modelo heredado de las series turcas que aquí se ha cocinado con ingredientes propios: paisaje volcánico, elenco potente y una dirección que prefiere el conflicto emocional antes que el grito gratuito.

“La Encrucijada” se estrena esta misma noche en el prime time de Antena 3, pero para quienes no quieran esperar, los primeros episodios ya están disponibles en atresplayer, que ofrece la posibilidad de adentrarse en los secretos de Oramas antes de que lleguen a la pantalla tradicional. Una apuesta que combina el ritmo de estreno lineal con la comodidad del visionado bajo demanda.

La serie respira internacionalidad, desde su ambientación rodada en Madrid y Canarias hasta su tono narrativo, con escenas que avanzan sin recrearse y diálogos que rehúyen la grandilocuencia. Hay acción, sí, pero con una verosimilitud rara de ver. Lo que en otras producciones sería coreografía, aquí se siente urgencia. Cuando alguien corre, lo hace porque tiene que hacerlo. Cuando alguien pelea, no hay tiempo para lucirse.

Y pese a que los papeles parecen repartidos desde el primer minuto —César como el héroe dolido, Amanda como la enamorada atrapada, Octavio como el villano impecable—, la historia se encarga de desmontar ese mapa. Los verdaderos enemigos no siempre se presentan con traje oscuro ni rostro severo. A veces visten de familiar bienintencionado o de aliado silencioso. Esa es una de las virtudes del guion: nadie está a salvo del matiz.

Uno de los aciertos más llamativos es la relación con el entorno. Canarias no aparece como postales de Instagram, sino como parte del relato. El pueblo ficticio de Oramas se convierte en escenario emocional, con playas, acantilados y bosques que actúan como ecos del pasado familiar. Los personajes se mueven en un terreno que no solo los acoge, también los revela.

Por si fuera poco, el ritmo de la serie no permite acomodarse. Justo cuando crees haber entendido quién está en el centro del conflicto, surge una nueva lealtad o una traición que cambia la dirección. Pero no lo hace con volantazos absurdos. Cada giro está sostenido, trabajado desde lo narrativo, y eso se nota.

El personaje de Octavio, al que da vida Abel Folk, es uno de los puntos fuertes. No hay villanía caricaturesca ni cinismo exagerado. Es un hombre que provoca rechazo y empatía a partes iguales. Su dureza contrasta con ciertos momentos de debilidad casi infantil que lo hacen reconocible, incluso humano.

El resto del reparto cumple sin fisuras. Paula Prendes, Antonio Velázquez, Isabel Serrano y Silvia Marsó, entre otros, componen un paisaje coral donde nadie es accesorio. Cada uno sostiene un pedazo del relato, con conflictos propios que enriquecen el núcleo principal sin dispersarlo.

“La Encrucijada” no busca inventar la pólvora, y ahí radica parte de su magnetismo. Es melodrama puro, pero ejecutado con oficio, visualmente limpio y emocionalmente efectivo. No intenta parecer lo que no es. Ofrece pasión, historia, familia, y una tensión que no grita, pero que aprieta. En un verano lleno de estrenos más ruidosos que consistentes, esta ficción se planta sin aspavientos y consigue que el espectador quiera volver. Porque, al fin y al cabo, el amor duele, la venganza atrae y hay historias que no importa cuántas veces hayamos visto: seguimos cayendo.

El músculo creativo detrás de la historia

Detrás de “La Encrucijada” hay una estructura sólida y precisa. Dirige Alexandra Graf, junto a Moisés Ramos, María Cereceda y Jacobo Martos en capítulos. La producción ejecutiva corre a cargo de Eduardo Galdo y Montse García, mientras que Joana Martínez Ortueta lidera el equipo de guionistas. Aníbal Vázquez está al frente de la producción, con Javier Mampaso como director de Arte. Arturo Hernández firma la fotografía, Isabel Brena el vestuario y Carla Orete el maquillaje. Un engranaje de profesionales que sostiene una ficción ambiciosa con aroma internacional y vocación de éxito en prime time.