Estreno

El legado envenenado de Jack Wright

Movistar Plus+ estrena hoy, 26 de agosto, la serie que retrata cómo la ambición, la sospecha y viejas heridas familiares dinamitan la paz tras una muerte inesperada

El legado envenenado de Jack Wright
El legado envenenado de Jack WrightMovistar Plus+

La televisión británica ha desarrollado una extraña habilidad para diseccionar las miserias de la vida acomodada, como si la elegancia del entorno necesitara un contrapunto oscuro. «Yo, Jack Wright», disponible completa desde el 26 de agosto en Movistar Plus+, se inserta en esa tradición con un aliento particular: un patriarca millonario, un testamento inesperado y una familia que descubre que lo que se hereda no son solo bienes, sino rencores acumulados.

Jack Wright, magnate de la construcción, aparece muerto en su finca. Todo parece indicar un suicidio, aunque la duda nunca tarda en colarse. El desconcierto aumenta al hacerse público un testamento revisado en secreto. Lo que debía ser un trámite protocolario se convierte en un disparo invisible que rompe la sala: la tercera esposa, Sally, queda prácticamente fuera; los hijos del primer matrimonio reciben poco o nada; y la heredera principal resulta ser Emily, una nieta con la que el patriarca apenas mantenía contacto. Lo que se abre entonces no es solo una disputa legal, sino una auténtica radiografía de cómo el dinero redibuja vínculos y multiplica resentimientos.

La serie juega con la forma del falso documental: entrevistas posteriores al drama que funcionan como recordatorio de que lo que vemos es más testimonio que narración lineal. Este recurso, que en un inicio puede parecer forzado, termina impregnando de autenticidad a un relato que no necesita estridencias para mantener el interés. Más que respuestas inmediatas, lo que ofrece es el retrato de personajes en permanente tensión entre lo que sienten y lo que se atreven a mostrar.

En ese terreno, las interpretaciones sostienen buena parte del atractivo. John Simm se desliza con soltura en el caos de Gray, un hijo mayor cuya vida es un catálogo de excesos, deudas y reproches, como si llevara siempre encima un manual de autodestrucción. Nikki Amuka-Bird aporta a Sally una complejidad admirable: a ratos desconcertante, a ratos vulnerable, siempre con la sensación de que guarda más de lo que entrega. Ruby Ashbourne Serkis dota a Emily de una energía cambiante, entre la inseguridad de la juventud y la responsabilidad brutal que le cae encima. Zoë Tapper se aleja de su imagen habitual para encarnar a Georgia, esposa ambiciosa capaz de reclamar poder con una sonrisa filosa. Cada intérprete, incluso en papeles secundarios, consigue que el espectador intuya historias previas a cada gesto.

El marco visual refuerza la contradicción entre la aparente sofisticación y la podredumbre interna. Mansiones rurales, despachos revestidos de madera y rincones parisinos funcionan como escenario de un combate invisible en el que la riqueza nunca alcanza para comprar estabilidad. La fotografía no busca el efectismo, sino la insinuación: lo luminoso esconde sombras y lo cotidiano se percibe como terreno resbaladizo.

Chris Lang, creador de «Unforgotten», demuestra aquí otra faceta. No se trata de repetir la fórmula policial clásica, sino de explorar un territorio ambiguo en el que la investigación sobre la muerte de Jack convive con las pequeñas guerras domésticas. El inspector Morgan, interpretado con sobriedad por Harry Lloyd, aparece como contrapunto, un observador que intuye más de lo que revela y cuya función no es tanto resolver el crimen como exponer las fragilidades del clan. El resultado no busca héroes ni villanos absolutos, sino personas atrapadas en una telaraña de herencias tangibles e intangibles.

Quien espere un cierre contundente quizá perciba que la serie prefiere el camino sinuoso. No es una debilidad, sino una apuesta narrativa: dejar que la intriga conviva con la incomodidad de lo irresuelto. Al final, lo que queda en la memoria no es únicamente el misterio sobre la muerte del patriarca, sino la constatación de que los Wright se parecen demasiado a cualquier familia que ha discutido por una herencia, con la diferencia de que aquí las cifras son desmesuradas y los egos, todavía más.

«Yo, Jack Wright» no pretende ser una obra definitiva sobre el poder, la ambición o la culpa, sino una invitación a mirar de cerca cómo se desmorona la fachada de una familia que parecía tenerlo todo. Es un viaje entretenido, a veces incómodo, siempre sugerente. Y, sobre todo, es otra muestra de cómo la ficción británica es capaz de convertir un asunto tan burocrático como un testamento en un espejo de las pasiones humanas.

Sally Wright, entre el afecto y la sospecha

En un relato donde las alianzas suelen nacer del interés más impersonal posible, la relación entre Sally, tercera esposa de Jack, y Rose, la primera, resulta desconcertante y cautivadora. Lejos de los clichés de rivalidad, ambas construyen un vínculo teñido de complicidad, casi como si compartieran un secreto invisible que las sostiene. En la serie, esa conexión nunca se explica del todo y, justamente por eso, se vuelve más poderosa: dos mujeres que, pese a las heridas de un pasado común, logran reconocerse en la necesidad de resistir dentro de un mundo diseñado para enfrentarlas.