Sevilla
Ortega quiso salvar el honor que sí tuvo Jandilla
José María Manzanares corta la única oreja de la tarde de uno de los tres toros buenos, mientras el sevillano hace lo mejor por verónicas en Sevilla
Tiene el tiempo ese veneno enquistado de devolverte aquello que propusiste olvidar. Y de pronto, un día, uno cualquiera, te lo escupe delante de tus narices. Algo así ocurrió con la historia tantas veces repetida de El Fandi. Era el retorno a Sevilla, dos años después, con la plaza mucho menos llena que el día anterior, a pesar de que en el cartel estaban Manzanares, niño bonito de la Maestranza, y Ortega, de la tierra. El de Granada abrió plaza con dos largas cambiadas de rodillas, como siempre, mérito el suyo, las banderillas, la vida en orden... Hasta que las bondades del toro florecieron en una vulgar muleta de El Fandi, que cruzaba el campo de batalla a trallazos, y lagrimones en honor a lo bravo. Igual tenía veinte muletazos, pero para otra cosa. La historia quedaría en anecdótico, en un intento de empatizar, si no fuera porque aquí, en este día y a esta hora, se juegan el pan y el prestigio todos, también los ganaderos y ni qué decir el que ha pasado por taquilla. Una estocada caída cerró la faena, «baja la mano», gritó una voz del tendido con toda la razón. El torero jaleaba una estocada que distaba mucho de estar en lo alto. Ya vale todo...
Tuvo lo suyo bueno también el segundo de la tarde, movilidad, repetición y franqueza, como el que había abierto plaza (aquel lo fue más). Esta vez era el turno de Manzanares y ese empaque que lo envuelve todo para el regalo perfecto. Y así fue la faena que, tras una estocada baja, fue premiada con una oreja, pero presidida por el toreo por fuera y ligero. Si se llega a encajar, cruje Sevilla. La liviandad puede ser alegría, la del trofeo, pero la huella es pasajera.
Y entonces, con estos mimbres, Juan Ortega salió a escena e hizo tambalear los cimientos de la plaza convirtiendo el simulacro en verdad, rompiendo las líneas rectas para arrebatarse con el toro con hondura, por verónicas, arrebujado, roto a veces, fundido otras. Una emoción palpable que actuó como un muelle en la afición. Las chicuelinas al paso y una media fueron un fogonazo directo al pecho. Ahí el olé no se dice, se arranca. Cabrón el destino que el toro no quiso empujar después en la muleta y la faena se fue diluyendo, poco a poco, entre los toreros intentos del sevillano y el desatino de los aceros.
Otra vez le salió el toro a Fandi en cuarto lugar. Nada nuevo bajo el sol. Se le fue, pero mientras siga la casa Matilla por detrás y el intercambio de intereses, los logros y el respeto al público y el ganadero se juegan en una liga aparte.
Toro difícil
Fijeza, movilidad, repetición y desorden tuvo la embestida del quinto, que se acostaba. Y así la faena, a expensas del Jandilla, como a la defensiva.
Confabulado con la mala suerte el sexto de Ortega no fue ni chicha ni limoná. Poco había que exprimir en vías del triunfo. Iba y venía sin más. Juan intentó construir faena, pero la de verdad había sido con el capote al tercero. Aquel intento de salvar el honor que sí tuvo la corrida de Jandilla. ¡Qué cosas!
Ficha del festejo
SEVILLA. Segunda de la Feria de San Miguel. Se lidiaron toros de Jandilla y Vegahermosa, el 2º. El 1º y 2º, 4º, buenos; 3º, deslucido; 5º, movilidad desordenada y bronco; 6º, deslucido. Tres cuartos de entrada.
El Fandi, de corinto y oro, estocada baja (silencio); estocada caída (silencio).
José María Manzanares, de gris plomo y oro, estocada caída (oreja); estocada (saludos).
Juan Ortega, de verde botella y oro, estocada corta, seis descabellos , aviso (saludos); estocada (saludos).
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