Sevilla

El Cid, a pesar de Victorino

El Cid, a pesar de Victorino
El Cid, a pesar de Victorinolarazon

A Victorino Martín han llegado a abrirle hueco en el calendario litúrgico de Sevilla por tardes míticas. «San Victorino» Martín. Cuando sale el cárdeno que se come la muleta por abajo, con la cara de ratón, que sigue el engaño haciendo un surco en el albero, la emoción estalla. No hay toro que transmita tanto como el toro bueno de Victorino. Que se lo pregunten a El Tato, a Pepín Liria, a Ruiz Miguel. Que le pregunten a El Cid si se acuerda todavía de «Borgoñés». La alimaña de Victorino perfumada en cloroformo mejor que no salga. Pero si sale, el público se aprieta en el asiento como si bajara la montaña rusa. Esta polaridad está en la leyenda y la realidad de Victorino. Por eso lo peor que puede pasarle es que salga una corrida como la de ayer. Que ni lo uno ni lo otro. Ni el asaltillado que embiste al ralentí –tan de México-, ni el que deja un rastro de lava cuando coge por abajo la muleta, ni el que salta al ruedo haciendo ecuaciones de tercer grado, integrales y derivadas. Sí hubo algunos toros de la «A» coronada –tercero y cuarto, por ejemplo- que en mitad de la suerte se paraban en seco, como a tirón de serreta, y se volvían sobre los cuartos traseros, ejercicio que bien vale para la doma vaquera, pero no para la lidia de toros bravos.

Con todo, El Cid recordó en muchos momentos a El Cid que campeó por toda España conquistando puertas grandes. Cuatro veces la del Príncipe de Sevilla –y con Victorino-, que a algunos se les olvida. El Cid es uno de los toreros de las últimas décadas que mejor ha entendido a esta ganadería. No lo digo yo, lo ha dicho en más de una ocasión el de Galapagar. Ayer lo demostró con dos toros con más teclas que un piano. Y si al quinto le pega el estoconazo que le pegó al tercero hubiera cortado una oreja. Recordó a El Cid de otro tiempo por lo asentado, por la forma de tragar, por ir zurciendo la faena hasta encontrar la madre del hilván que da el triunfo. Ese hilván del que salieron los buenos derechazos al quinto y los pases de pecho a la hombrera. Pero en Sevilla hay que estar bautizado y El Cid, por muchas Puertas del Príncipe que haya abierto, se ha hecho en la Casa de Campo de Madrid y además no se parece a Marlon Brando. Ni un pañuelo en la sombra para pedir la oreja después de un pinchazo. Ni siquiera una ovación contundente para dar la vuelta al ruedo. Luque pasó el trago del mano a mano como Victorino, sin pena ni gloria.