Toros

Toros

Roca imparable y Rey en Pamplona

El torero peruano corta tres trofeos y sale por la Puerta Grande en los sanfermines de Pamplona

Roca Rey dando un pase de rodillas
Roca Rey dando un pase de rodillaslarazon

Pamplona. Séptima de San Fermín. Toros de Núñez del Cuvillo, bien presentados. El 1º, noble y manejable; el 2º, apagado y a menos; el 3º, movilidad sin clase; el 4º, movilidad con sus complicaciones; el 5º, noble, de buen juego y rajadito; y el 6º, va y viene sin ritmo. Lleno.

Antonio Ferrera, de turquesa y oro, dos pinchazos, estocada caída, aviso (saludos); estocada caída, aviso, descabello (saludos).

Roca Rey, de blanco y plata, estocada (oreja); estocada (dos orejas).

Ginés Marín, de grana y oro, estocada, descabello, (silencio); tres pinchazos, estocada, aviso (silencio).

A Roca Rey le tocó la moral, por no decir palabrotas y justificar aquello de los estudios (que recuerda padre con mucho esfuerzo y dedicación) que Ginés hiciera un quite en su toro, el segundo de la tarde y replicó a modo de inmolación, tampoco había necesidad que a estas alturas de los sanfermines el corazón da para lo que da. Y en pleno cite de unas saltilleras (youtube ayuda si hay dudas) movió el capote (situado detrás de su cuerpo) con tal brusquedad detrás de su cuerpo de un extremo al otro que al toro no le quedó otra que arrollarlo, aunque fuera un poco por no quedar de lirón. Eso sí, fijó las 20.000 miradas de ipso facto. Calló hasta el del tambor, o derivados, que no estoy puesta. Bien. Siguió por ahí. Una arrucina en pleno comienzo de muleta resultó volcánica y agonizante para las emociones. Fue más fiera que el toro que se paró en un pispas y casi ahí quedó la historia de lo que pudo ser y no fue. Apretó con los mínimos e hizo milagros para lo que había. De la emoción con la que venía sumó la estocada y cortó una oreja aunque pidieron dos. Y a punto estuvo de quedarse con el toro ante los problemas de las mulillas para llevárselo. No había opción. Era un sí o sí. No había plan b ni alternativa: Roca Rey se iba de Pamplona a hombros. Y desorejó al quinto por partida doble. Arrolló. Arrasó. En todas las vertientes. El toro se dejó hacer, con nobleza, no siempre largura en el viaje, y acabó rajándose ante abrumadora puesta en escena del torero peruano. En pie, de rodillas. Un todo por el todo.

Antonio Ferrera anduvo torero y austero con un primero noble y manejable con el que toreó asentado y con reposo. Contraste brutal en el bullicio. La vida ocurría en dos tiempos. Y así pasó con el cuarto, porque en la movilidad del Cuvillo hubo encubiertas muchas complicaciones que Antonio lejos de cantar y cacarear tapó con oficio y valor torero, lo contrario a lo que muchas tardes se prodiga en el ruedo. De ahí el mérito. Toreó para él, sin pensar en el lugar donde estaba, a pesar de que las dimensiones del toraco eran suficientes para situarle. Tapó, maquilló, disimuló las dificultades que llevaba el toro intrínsecas en el viaje y aguantó embestidas en las que quiso el toro ir por él, pero escapó. Y en ese camino, que no huida, construyó Ferrera una faena maciza, no en el camino del triunfo, sí en la sinceridad y el peso de lo bien hecho.

Ginés Marín despachó al tercero en el centro del ruedo con un imponente cartucho del pescao de los que ponen el corazón a bombear a la fuerza. Fue buena la tanda de naturales que siguió, porque el Cuvillo tenía movilidad. Pero le faltaba clase y entrega y lo dejó ver en el trasteo de Marín, que remató con solvencia, sin apreturas ni encontrar más argumentos. Se le acumularon los pases a la faena de Gines al sexto, que iba y venía sin ritmo y la faena sin hilo conductor. A hombros se fue Roca Rey. Roca, el intocable.