Feria de San Fermín

Y el estruendo navarro se hizo respetuoso silencio

Y el estruendo navarro se hizo respetuoso silencio
Y el estruendo navarro se hizo respetuoso silenciolarazon

Pamplona. Sexta de la Feria de San Fermín. Se lidiaron toros de Pedraza de Yeltes, bien presentados y serios, hondos y con romana. El 1º, descastado y agarrado al piso; el 2º, aquerenciado y a menos; el 3º, manejable mientras duró, sin fondo; el 4º, movilidad sin entrega, le faltó raza; el 5º se rajó muy pronto, terminó muy parado y reservón; y el 6º, descastado y sin celo. Lleno de «No hay billetes».

Curro Díaz, de rosa y oro, estocada baja (silencio); tres pinchazos, bajonazo (silencio).

Iván Fandiño, de rosa y oro, pinchazo, estocada casi entera (silencio); tres pinchazos, aviso, dos pinchazos más, descabello (silencio).

Juan del Álamo, de verde manzana y oro, estocada casi entera tendida y caída (silencio); media, aviso, ocho descabellos, segundo aviso, cuatro descabellos más (silencio).

Sobraban las palabras. Apenas una fugaz mirada al cielo. Obligada, jamás deseada, pero necesaria. Va por ti, Víctor. Ni 24 horas antes lo había recogido del suelo desmadejado, inerte, escapándosele la vida en décimas de segundo. Nos dolió a todos. El brindis más amargo. Durísimo trance para Curro Díaz. El mejor homenaje, vestirse de luces, torear como Barrio soñaba. De Teruel a Pamplona. De compañero a compañero. Minutos antes, el otro instante de la tarde: el emotivo minuto de silencio que coronó el paseíllo. El perenne estruendo se hizo mudo. Sentido. De las peñas, sólo salían las notas emotivas de “Silencio”. Como todo el debutante encierro de Pedraza de Yeltes, faltó fondo. Y casta. Toda. Se pararon en un suspiro, al menos, a Curro le sirvió para espantar fantasmas para el cuarto. Entonces, bajó la mano de verdad. Dejó una tanda maciza. Encajado. Y más enfibrado. Enrabietado por toda la fatídica maraña de las últimas horas. Queriendo de verdad. Pero no quiso el toro. Sin raza. Para bravo, Curro. Otro melancólico guiño al cielo por Víctor echó Fandiño antes de fajarse con el segundo. Un paquidermo de 625 kilos que cantó enseguida la querencia. Tuvo movilidad, a pesar de semejante mole, pero nunca se empleó. Tras el cambiado por la espalda, Fandiño ofreció la muleta. Y a torear. Lo que fuera, pronto y en la mano. Imposible, soltó la cara y miró a las alturas el colorado. El quinto fue otra utopía. Torazo de imponente alzada y dos velas de quitar el hipo. El de Orduña le robó dos buenas tandas en redondo, tuvo franca embestida, y se acabó. Parado completamente y al cobijo de las tablas, fue una papeleta pasaportarlo. Rival y compañero como novillero, Juan del Álamo tampoco olvidó a la familia de Victor, antes de estrellarse con otro lote sin clase. Sólo el manejable tercero le permitió elevar efímeramente el tono. Ni tres molinetes de rodillas contagiaron la fiesta habitual a una tarde que pesaba un mundo. Varada en el respetuoso silencio. Como el nuestro por ti, Víctor. Glorioso orgullo de torero.