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Aprende el arte del regateo

Libérate de los prejuicios contra el regateo en países extraños, no se están riendo de ti. En los momentos de regateo estás viviendo parte de una cultura extraordinaria.

El bazar de Kabul durante la ocupación británica, dibujo de James Rattray (1818-1854), alférez en el Ejército de Bengala durante la ocupación de Afganistán. Foto: National Army Museum
El bazar de Kabul durante la ocupación británica, dibujo de James Rattray (1818-1854), alférez en el Ejército de Bengala durante la ocupación de Afganistán. Foto: National Army Museumlarazon

El arte del regateo se remonta a tiempos anteriores a los del dinero. Es algo parecido a la capacidad de hablar en el ser humano, un elemento intrínseco en nuestras relaciones sociales. Los años lo han expulsado de ciertos países -mas que en momentos puntuales -, y estos casi lo han transformado en un burdo entretenimiento, pero la realidad es que el regateo sigue vivo en numerosos países, especialmente fuera de las fronteras de Occidente. Allí no hay demasiadas etiquetas que marquen el precio de nuestros deseos.

Porque al final, ¿qué es el regateo? Ponerle precio a nuestros deseos, el que nosotros estemos dispuestos a pagar. Me extraña cuando en un mercadillo kazajo, un compañero mío exclama que le han timado. ¿Cuándo? ¿No fuiste tú quién eligió el precio? Si no fuiste capaz de negarte a poseer ese cuenco de barro, o esa sortija, será que te superó el deseo, no culpes de tu arte oxidado al mercader que lo poseyó primero. Es necesaria la práctica, además de cierto don, para triunfar en el regateo. Hace falta cierta paciencia y buen humor para triunfar en el arte del regateo, y no dejarse llevar por la cólera y el orgullo ciego.

El orgullo ciego. El peor enemigo del regateo. Antes de empezar, debe entenderse que esto se trata de un juego, nada más. Un juego de ingenio. El turista que piense que le están timando, como le ocurrió a mi amigo en Kazajistán, por el simple hecho de tener que entablar un combate de regateo, está empezando la operación con el pie equivocado. En los mercados de África, Asia y Sudamérica, el regateo no es un deporte exclusivo para los turistas, aquí todos participan, solo que los locales dominan el arte en mayor medida por la práctica exhaustiva, prácticamente diaria, que le han dedicado. La forma de comercio predominante en estos países ocurre mediante el sano regateo, no es un truco para engañar a turistas, no es una malévola trampa en la que todos caemos. Solo nos separa la diferencia de que ellos todavía lo llevan en la sangre, ellos no se han derrotado a los precios fijos que nos arrastran a comprar y consumir alocadamente sin detenernos a considerar el precio correcto de nuestros deseos. Arráncate el orgullo ciego antes de comenzar el regateo.

Quizás yo no esté dispuesto a pagar más de 10 dirham por una pulsera, puede que esté dispuesto a pagar 20. De ello dependerá mi nivel de deseo. Mis ojos, que pocos lo saben descubrir pero son mi aspecto más traicionero, mostrarán al vendedor ese nivel de deseo, y en función de ello combatirá más o menos encarnizadamente el precio. Tras habernos arrancado el orgullo ciego, es sencillo colocarnos una máscara de indiferencia. Quiero decir, amigo vendedor, sí, amigo, no te compensa demasiado subir tanto el precio porque esta misma pulsera la venden dos puestos más allá, o tres, es más, puede que la pulsera no me guste tanto como pensé en un principio. Ya no quiero la pulsera. ¿O si la quiero? ¿Tú que piensas, amigo vendedor? ¿Me la llevo? ¿Pero a qué precio? Sacamos a relucir el ingenio, camuflado de tosca indiferencia. Sí, amigo comprador, llévatelo, no es tanto dinero. ¿Qué es para ti mucho dinero? Esto o aquello.

Suelta la lengua, disfruta del momento. El regateo es un arte y tú eres el escultor de tus deseos. No se trata de gastar mucho o menos dinero, sino el dinero correcto; no se trata de reunir el mayor número de deseos, sino los deseos correctos. ¿Por qué has venido tan lejos si no es para disfrutarlo? Para conocer una cultura extraña no basta con visitar los edificios antiguos y sacarse un doctorado de tanto verlos, ni probar los bocados más exóticos, ni sacar las mejores fotografía. Parte de una cultura es su regateo. Un buen regateo implica un nivel de complicidad y aprecio que solo un verdadero amigo terminará con acierto.

Todos queremos enriquecernos, de deseos o de dinero. Dependiendo de tu lado en la negociación, tu riqueza será de un tipo u otro. El vendedor, que busca su dinero, comenzará con un precio alto, y cuanto más alto sea, más preciado será tu deseo. Podemos sentirnos orgullosos de que nuestros deseos sean tan costosos. Ahora solo falta volverlos asequibles a nuestros dedos. Un método habitual es rebajar el coste que nos han citado al cincuenta por ciento, otros añaden a ese cincuenta un diez por ciento para caerle simpático al vendedor. Otros parlotean sin sentido, incapaces de decidirse por el precio de sus deseos. A estos últimos es habitual verlos caminar derrotados, con la cartera vacía y las manos llenas. Han perdido porque consiguieron todo lo que quisieron pero no fue al precio correcto. Ellos no jugaron, ni tuvieron ningún ingenio. Se limitaron a sepultarse bajo su montaña de deseos, ¿y qué gracia tiene eso?

Diviértete aprendiendo el arte del regateo. Si ves la derrota próxima, no hay problema, libérate de tu deseo y sigue caminando. Suficientes riquezas contiene el mundo para que encuentres deseos nuevos. Si el brillo de tu deseo te ciega y sucumbes definitivamente a la derrota, piensa que la próxima vez lo harás mejor. Cuando te liberaste del orgullo ciego, le arrebataste la amargura a tu derrota, o incluso conseguiste retirarte antes de tiempo.

Pero no lo olvides, el pincel en este arte milenario es el respeto. No conozco un racista que juegue limpio el arte del regateo. Pueden ganar, es posible, despectivos y altaneros, pero si no es juego limpio no será regateo. Será una negociación, en todo caso. Fría y egoísta. No negocies cuando juegues al regateo. Ponle precio a tus deseos, quítate el orgullo y aparenta indiferencia. Luego disfruta del juego.