Viajes
Prueba a beber un coñac... en la ciudad de Coñac
La comuna francesa donde se originó la conocida bebida espirituosa es también el lugar ideal donde cumplir con un divertido cliché
Viajamos y buscamos un cliché. Fantaseamos con el momento de ver un tablao flamenco en un local en penumbra de Andalucía, masticamos la paella valenciana a las orillas del Mediterráneo, nos escurrimos a cuatro patas por las pirámides de Egipto…. Entonces hoy vengo y te propongo un nuevo cliché para cumplir, esta vez en Francia, en la región ondulada de Nueva Aquitania, en el departamento de Charente, en la comuna de Coñac (Cognac para los franceses). A las ocho de la tarde comienza a desdibujarse el brillo de nuestro sol, agotado tras aguantar un día entero sosteniendo el firmamento, y es en este momento cuando afilamos las herramientas del placer y sucumbimos al cliché: bebernos un coñac en Coñac.
Breve historia de Coñac
Los viñedos insertados en la fértil tierra de Nueva Aquitania rebosan de colores verdes y de fruto en esta época del año, y basta un barrido con la mirada desde la carretera para comprender que el aroma de la uva se transmutará pronto en los olores del vicio, del placer, el glamur, el saborcillo dulzón que invade el paladar de los amantes del coñac. El cliché envuelve aquí los cinco sentidos, desde el tacto de las hojas de las vides hasta el crujir de los troncos cuando la lluvia pesa sobre ellos.
Pero mejor será hacer los deberes, antes de lanzarnos de cabeza a esta maravillosa diversión de los adultos. Conviene saber que justo aquí, en Coñac, rodeado de vides, nubes y bosques tan frondosos como una selva, lloró por primera vez uno de los monarcas franceses que más quebraderos de cabeza trajo a nuestro país. Es Francisco I. Enemigo acérrimo de Carlos I, contrincante número uno de España, amigo de protestantes y sarracenos. Tuvo que ser en el viejo castillo de Coñac (imagino que entonces no era tan viejo) donde nació el que más tarde sería padre del rey de Francia y de la reina de Escocia, padre de reyes por doble partida, apodado también entre sus seguidores como el “padre y restaurador de las letras”. Como dato curioso cabe decir que el archiconocido Leonardo da Vinci murió en el Castillo de Amboise bajo la protección de este monarca nacido entre viñedos.
Fíjese que Francisco I también formó en Coñac una coalición internacional para enfrentarse al poder casi sobrenatural de los Habsburgo, y la llamó la Liga de Coñac, vaya cachondeo, como si aquello fuera una cofradía de amigotes. Tiene sentido que el mujeriego y borrachín Enrique VIII de Inglaterra (el mismo que decapitó a dos de sus esposas) estuviera entre sus integrantes, ¿o no?
¿Por qué hay coñac en Coñac?
La pregunta parece irrelevante pero haríamos bien en formulárnosla. Porque en la época de nuestro “amigo” Francisco I no existía todavía el delicioso elixir y tuvieron que diluirse un puñado de siglos hasta que saltó el chispazo.
Todavía de la mano del rey francés, encontramos que otorgó a Coñac el derecho a comerciar con sal, un jugoso negocio para la época, muy lucrativo, que pudo ejercitarse con total facilidad gracias a las aguas navegables del río Charente. La apertura de Coñac al comercio permitió la afluencia de los rudos marineros venidos de largas travesías río abajo, río arriba y mar adentro, muchos de ellos sedientos por ese otro cliché del marinero borrachín del siglo XVIII. Entonces se reunieron las siguientes condiciones: Coñac recibía marineros gracias al comercio, en el siglo XVIII la demanda de sus vinos se redujo considerablemente y algún tipo de genio pensó en destilar su vino para concentrar el alcohol. De esta manera los marineros podrían llevarse consigo el preciado producto para después diluirlo cuando lo fueran a beber. Y claro que los marineros no tuvieron ningún interés en diluirlo y lo bebieron así, a palo seco, a las bravas y a las marranas, siendo entonces las primeras personas de la historia que paladearon el famoso coñac… nacido en Coñac.
Luego nos enteramos de que la uva blanca de la región es ideal para elaborar el coñac porque las condiciones agroclimáticas de Coñac son ideales para su siembra (llueve pero no mucha lluvia, hace calor pero no mucho calor, hay humedad pero no mucha humedad) y que su suelo calcáreo facilita la elaboración de vinos secos y mínimamente ácidos. Así nos encontramos que el coñac existe por un cúmulo de azarosas coincidencias, desde el nacimiento de un rey hasta los caprichos de algunos marineros, pasando por casualidades de un estilo todavía más divino, como son la lluvia y el color de la tierra. Imaginen los amantes del coñac que si lloviese menos aquí, o Francisco I hubiera sido un tipo simpático, el coñac nunca habría existido. Es curioso.
¿Dónde beber coñac en Coñac?
Mi recomendación personal es que el lector camine tranquilamente por el paseo del río Charente y que se deleite con los tonos verduzcos del agua henchida de historia y de minerales y que se olvide del coñac. Solo durante unos minutos. Y que observe ese castillo donde pataleó en pelotas y sin pelo quién más tarde fue uno de los hombres más poderosos del planeta. Que se sienta grande porque somos más grandes que Francisco durante su primer día, y que inmediatamente se sienta minúsculo, porque somos mucho más pequeños que Francisco cuando durmió por primera vez.
Ahora sí puede buscar un coñac, quizá en alguna de las terrazas que acarician este río, quizá pueda tomarlo solo, con un chorrito de agua, con hielo, con limonada gélida y natural. Pero si queremos cumplir con este cliché apasionante hasta el final, entonces recomiendo tomar el coñac a escondidas en las bodegas del Castillo de Coñac, donde un amable caballero nos ofrecerá una amplia cata y nos explicará los entresijos de este arte nacido en el siglo XVIII. Así perteneceremos de alguna manera a la infame Liga de Coñac, definitivamente, solo apta para vividores y gobernantes, asesinos y hombres grandes.
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