Viajes
Así era el Sáhara antes de convertirse en un desierto
Hace millones de años fue un mar, y hasta hace pocos milenios, una de las zonas vegetales más vivas del planeta
Esto me ocurrió en Egipto, a medio camino entre El Alamein y el oasis de Siwa, cuando Zakaria y yo llevábamos cuatro horas conduciendo Sáhara adentro, comiendo pipas y bebiendo mucha agua porque en el Sáhara hace un calor espantoso pero las pipas en Egipto están riquísimas. Me entraron ganas de hacer un pipí y nos detuvimos a un lado de la calzada. Lo que parecía un gesto rutinario (abrir bragueta, sacar al amigo, humedecer un pedacito de arena, meter al amigo de vuelta en su cueva, cerrar la cremallera, regresar al vehículo) se convirtió en la experiencia más próxima que he tenido a sentirme Indiana Jones, o algo parecido. Esto es porque, mientras admiraba en este momento de alivio la línea recta casi perfecta como dibujada por la mano de Dios del horizonte, una piedrecita captó mi atención por el rabillo del ojo. Como soy un tipo muy curioso, al terminar este acto tan sano y natural me agaché a recoger la piedra para estudiarla con detenimiento. ¡Cuál fue mi sorpresa al encontrarme allí, de una forma tan aleatoria que roza la delicia, un pequeño fósil de un caracol marino, doscientos kilómetros desierto adentro!
Un mar viejo, viejo
Todos sabemos que nuestro planeta es uno muy indeciso. Nunca llega a convencerse de sus formas. Durante millones de años se elevan enormes porciones de tierra aquí y luego allá, se hunde la tierra en el mar, sube el nivel de las aguas, ocurren terremotos y movimientos sísmicos espantosos, una isla realiza una travesía de miles de kilómetros, como un barco, a lo largo de millones de años, como un caracol, y luego se estampa contra un pedazo de tierra mayor y deja de ser isla para convertirse en una península. A los ojos del Universo (para quien diez millones de años no dejan de ser un parpadeo), nuestro planeta consiste en una masa informe en cambio permanente, bulliciosa, regurgita la tierra y se desplazan los océanos como objetos viscosos con vida propia, pululan sin rumbo enormes llanuras y se transforman y suben y bajan las montañas.
Sabiendo esto, tiene sentido considerar que el Sáhara no siempre fue un desierto. Hace 66 millones de años no era un desierto. En realidad era un mar, el mar de Tethys. Toda la costa norte de África estaba completamente inundada, y una gran masa de agua que fluía desde la costa de la actual Argelia hasta el sur de Nigeria dividía en dos el continente africano. Estudios recientes realizados en Malí han demostrado que esta masa de agua, conocida como “la vía marítima Transahariana”, fue el hogar de algunas de las criaturas marinas más grandes de la historia, que aquí pululaban enormes peces gato o tortugas de tamaño considerable, serpientes marinas muy largas, tiburones, cosas así. Se llega incluso a decir que sirvió como refugio para la vida marítima durante las dos últimas grandes extinciones de la Tierra, aunque su profundidad no excedía los 50 metros.
Y para hacernos una idea de la climatología del Sáhara durante esta época, basta con buscar en Google imágenes del Caribe o de Puerto Rico. Playas blancas, palmeras, humedad, mosquitos, vida en definitiva, vida y abundancia eran palabras perfectamente válidas a la hora de referirnos a la región del Sáhara. Solo es una pena que el conflicto que sacude hoy a Malí ha llevado a detener las investigaciones sobre la interesante vía marítima Transahariana, y no será hasta que la guerra termine en el país africano que podremos conocer nuevos datos sobre este interesante detalle de nuestro planeta.
Un bosque verde, verde
Pero los cambios climáticos no son nada nuevo. Hace cerca de 55 millones de años se produjo un aumento de las temperaturas de 6 ºC, nadie sabe por qué razón (¿inyección de CO2 en la atmósfera, actividad volcánica extrema, liberación de gases de metano?) y lento pero constante el enorme mar que conformaba el Sáhara se secó, dando paso a un nuevo escenario que hoy conocemos como “el Sáhara verde”. Lo que antaño fuera mar se transformó gradualmente a lo largo de eones en una selva voluptuosa y rebosante de un nuevo tipo de vida terrestre, conformando un tipo de paraíso terrenal donde brincaban los monos de árbol en árbol, pululaban depredadores agresivos y se escurrían serpientes de tacto desagradable y letal mordedura. El monzón africano subía mucho más al norte de lo que hace a día de hoy, y si visitásemos países como Costa de Marfil o Guinea Ecuatorial, entonces podríamos hacernos una idea del aspecto que tenía el Sáhara entonces.
Luego ocurrió un nuevo cambio climático que nosotros conocemos como la Glaciación y todo el hemisferio norte del planeta se congeló en su práctica totalidad, borrando de la atmósfera los climas selváticos que predominaban en las regiones saharianas. Cuando esta glaciación llegó a su fin, hace unos 12.000 años, y el hielo se retiró de vuelta hacia los polos, el Sáhara adquirió nuevamente un aspecto verde y apto para la vida. Aunque en esta ocasión, la vegetación mostraba un aspecto más parecido al de las sabanas de acacias en Kenia o Tanzania, aderezadas con importantes cuerpos de agua permanentes. Restos fósiles de hipopótamos, cocodrilos o elefantes encontrados desierto adentro han corroborado esta teoría, así como diferentes pinturas rupestres halladas en Libia, que muestran series de animales completamente incompatibles con el clima actual del enorme desierto pero muy comunes en las regiones de sabana.
Y resulta que estas pinturas suponen una especie de crónica prehistórica que nos señala punto por punto los diferentes estados de desertificación del Sáhara, en función de los animales que representaron en cada época. Así, en pinturas de hace 10.000 años aparecen búfalos, elefantes y antílopes; pinturas datadas en 7.000 años muestran una época de abundancia de lluvias por la representación de ganados de vacas; pinturas en Níger muestran jirafas y reproducen el proceso de desertificación... todas estas muestras de arte rupestre suponen una reconstrucción exacta de nuestra historia y que concluye con las pinturas de camellos en Tadrart Acacus.
Dentro el desierto
La tierra es caprichosa en lo que se refiere a su sinuosa silueta. Aprovechándose de los fenómenos climatológicos otorga y arrebata, otorga y arrebata, como una rueda que no se cansa de girar. Hace cerca de 5.000 años comenzó un proceso de desertificación en la región cuyo origen exacto se desconoce (¿disminución de las precipitaciones, una sequía que duró mil años, brusco cambio climático?) y que en cuestión de pocos siglos transformó este vergel de la naturaleza en lo que hoy conocemos como el desierto del Sáhara. Hasta hoy. Los humanos que pintaban extrañas figuras de aspecto extraterrestre en las cuevas de la región de Libia huyeron a zonas más fértiles, en concreto hacia el este, hacia el Nilo, y allí comenzaron una civilización milenaria cuyo símbolo más conocido, las pirámides, también ha sido atribuido por algunos grupos a un origen extraterrestre.
Pero este no es el artículo donde hablaremos del arte rupestre extraterrestre de Libia, los ejércitos babilónicos desparecidos en el desierto o el desconocido origen del Ojo del Sáhara, entre muchos otros misterios inquietantes que nos esperan escondidos en la arena. Por hoy nos contentaremos con saber que fue bosque, fue mar, fue hielo, fue sabana, fue desierto y mañana... a saber qué nuevo capricho pasará por la cabecita de nuestra Tierra.
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