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Altafulla y sus rocas doradas
Este sitio lo tiene todo, en plena Costa Dorada: la calma de unas playas para ir en familia, establecimientos de gran nivel para acoger al visitante, y un pasado que lleva al antiguo imperio romano y a la historia catalana
En pleno litoral tarraconense, se encuentra una auténtica joya de la Costa Daurada –denominación, por cierto, cuyo origen procede del color de las rocas al atardecer–: la localidad de Altafulla, que integra un ambiente familiar y tranquilo, cuida de una playa inmejorable y proporciona una oferta hotelera y gastronómica excelentes. Junto con ello, el visitante podrá disfrutar de un recodo histórico crucial del Mediterráneo, por su pasado romano y su arquitectura medieval, así como de un lugar vivo de festejos todo el año, con unos tiempos pretéritos asimismo marcados por sus tradiciones pesqueras.
Así las cosas, a 10 kilómetros de Tarragona, es posible rememorar, gracias a laVilla Romana de los Munts, cómo era la vida cotidiana de los antiguos romanos; se ejemplifica tal cosa por medio de Caius Valerius Avitus, duoviro de Tarraco, cargo público romano, similar al del cónsul, al que envió el propio emperador Antonino Pío, en el siglo II, para que fuera allí garante de la autoridad imperial. En lo que fue sulujosa vivienda, que contaba conjardines, termas y mosaicos, junto a su mujer, Faustina, se realizan en la actualidad visitas teatralizadas que organiza el Museo Nacional Arqueológico.
Estamos, pues, en un punto de la Vía Augusta, la calzada que discurría desde los Pirineos hasta Cádiz, que en el año 2000 la Unesco declaró Patrimonio de la Humanidad, dentro del Conjunto Arqueológico de Tarraco. Asimismo, el Museo Etnográfico recoge elementos de la vida rural del municipio de los dos últimos siglos, un ámbito clave en la vieja Altafulla juntamente con el de la pesca; ello se aprecia en el Barrio Marítimo, donde durante el siglo XVIII fueron construyéndose pequeños almacenes donde los pescadores guardaban los útiles de trabajo y los comerciantes almacenaban los productos destinados a las colonias.
Medievo, playa y naturaleza
Si se quiere profundizar en la huella histórica del pueblo, en la parte alta cabe acercarse a la Vila Closa, el antiguo núcleo medieval constituido por antiguas murallas –Altafulla se fundó como consecuencia de las campañas de Ramón Berenguer I en el siglo XI–, por la iglesia de Sant Martí, del siglo XVIII, y por el Castillo de Altafulla. Toda esta zona ya justificaría la visita en cualquier momento del año, pues de continuo se ofrecen alicientes: diversos ciclos de música y de teatro, más algo en verdad curioso como la “Nit de Bruixes”, feria de brujas con mercado esotérico, a lo que se añadiría el viacrucis viviente en Semana Santa o jornadas gastronómicas como la Fiesta de la Olla, plato típico hecho a base de conejo, pollo y cerdo con patatas y garbanzos, acompañado de salsa de romesco.
Con todo, naturalmente la temporada estrella es la veraniega, pues no en vano el ambiente tranquilo y las aguas de poca profundidad, siempre con el distintivo de calidad Bandera Azul, invitan a vacacionar allá. En este sentido, también el amante de la naturaleza hallará motivos para conocer la zona: elClub Marítim Altafulla ofrece cursos de catsy, catamarán o patín a vela, y da la oportunidad de divertirse haciendo kayak o pádel surf.
Esta forma de sentir el paisaje marino puede complementarse con otras iniciativas terrestres, como las siete rutas que sugiere la oficina de turismo local, mediante las que es posible conocer el Oliverot, un árbol monumental con una edad estimada de más de seiscientos años, de camino hacia el pueblo de Torredembarra; o también el espacio protegido de la desembocadura del río Gayá, con su fauna y vegetación protegidas, en que destaca la gran cantidad de pequeños pájaros que viven en muy diversos hábitats y las ardillas, numerosas en las copas de los pinares blancos; o contemplar las llamadas barracas de piedra seca, construcciones realizadas de forma tradicional que servían de refugio y almacenes agrícolas.
Dos hoteles para disfrutar
Recibirá todo tipo de ayuda para disfrutar de dichas actividades el que tenga la ocasión de hospedarse en el Altafulla Mar Hotel, en la Vía Augusta, un establecimiento de exquisito diseño que dispone, entre otros muchos rincones placenteros, de una gran piscina familiar y de otra para adultos, climatizada, en el ático, con vistas tanto al casco antiguo como al mar. También en este hotel se puede degustar una notable cocina mediante cuatro restaurantes que proponen muy diferentes cartas: Suko, que propone delicias japonesas; Aromatic, que apuesta por la comida flexiteriana, platos vegetarianos que se combinan con otros que proporcionan proteína animal; Buffet (gastronomía mediterránea) y Tic Taco (mexicano a pie de piscina), todos abiertos a clientes alojados y al público en general.
El director, Jordi Ferré, concibe el espacio como algo más que un sitio donde pasar la noche o comer, pues se puede disfrutar de música en directo las noches de los viernes y sábados, o de exposiciones de pintores que adornan las paredes. Un exitoso proyecto que tuvo continuidad con el May Altafulla Beach Boutique Hotel, casi frente a la playa. El edificio, diseñado para que sea sostenible y ecológico, presenta un imponente ático, que integra el llamado Mistic Bar, junto a una relajante terraza con piscina, todo ello frente al mar.
Además, en la parte inferior, el huésped podrá saborear las bondades del restaurante Pinxo & Brasa, abierto a la sombra de las moreras y a un plácido jardín, y a unos pocos metros, ya en el paseo marítimo, será del todo recomendable acudir al restaurante Mar Salada. Este ofrece una cocina mediterránea auténtica y tradicional pero con matices innovadores, entre cuyas especialidades destaca poderosamente su glorioso arroz negro y, por elegir una, la exquisita paella del Senyoret.
El local se preparó en dos antiguas casitas de pescadores y desde el primer día se convirtió en un fenomenal lugar de placer gastronómico. Y es que los clientes pueden degustar platos exquisitos y vinos óptimos de la comarca del Tarragonés y colindantes, regalándose, justo sobre una tarima encima de la arena de la playa, un entorno diurno y, mejor aún, nocturno –la luna rielando en el mar, las olas chocando en la oscuridad– precioso y realmente inolvidable.
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