
Islas Baleares
Mallorca e Ibiza, más allá del turismo de playa y fiesta: el destino ideal del otoño
La nueva ruta East Mallorca GR 226 y la señalización de los PR ibicencos ofrecen una oportunidad al viajero que busca contacto con la naturaleza a través del senderismo

Madrugar, coger las botas de montaña y echarse a caminar por la naturaleza divisando, de fondo, la inmensidad del mar. Si hiciéramos apuestas, la mayoría juraría a que hablamos del norte de España o, como mucho, de Cataluña. Pero no. No siempre la idea generalizada que tenemos acerca de ciertos lugares es justa. La “imagen de marca” de muchos destinos turísticos se ha convertido en clichés y muchas veces no nos permite ver más allá de ese concepto. Puede que sea el caso de las islas Baleares, mundialmente conocidas y que no necesitan “explicación” en ninguna promoción turística. Si nos dicen Mallorca e Ibiza es inevitable pensar en sol, playa y fiesta. Por eso, cuando alguien descubre una nueva ruta de senderismo por la mallorquina sierra de Tramontana o la gran masa forestal de pinares de Ibiza vista desde el interior de la isla y que cubre aproximadamente el 56% de su superficie uno piense ¿pero esto es Ibiza? Pues sí.
Desde la Agencia de Estrategia Turística de Baleares (AETIB) del gobierno regional están apostando por impulsar la gran cantidad de oportunidades que las islas pueden ofrecer al viajero que no solo busca tumbarse en la playa en los meses de julio y agosto. Rutas de montaña, alojamientos en refugios, paseos en bici o visitas a cuevas secretas son algunas de las desconocidas propuestas que el turista puede encontrarse en estas dos islas y los meses idóneos para hacerlo son, además de la primavera, estos de otoño. Un tipo de turismo “sano”, deportista, amante de la naturaleza y adaptado a cualquier bolsillo, ya que permite “tirar” de refugio y bocadillo.
Esta nueva cara de las islas no es, en realidad, tan novedosa y en el caso de Mallorca no podemos decir que sea ninguna sorpresa. La sierra de Tramontana fue declarada Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO hace 14 años en la categoría de Paisaje Cultural por su indiscutible belleza.

Pero antes de hablar todo lo que ofrece Tramontana al “montañero”, es importante destacar que los amantes del trekking pueden disfrutar de paseos más “accesibles”, como la nueva ruta East Mallorca GR 226, que cuenta con 104,82 kilómetros y que atraviesa los municipios de Manacor, Sant Llorenç des Cardassar, Son Servera (de parada obligatoria para visitar la impactante “iglesia inacabada” de estilo neogótico), Artà y Capdepera. Precisamente en esta última localidad se encuentra el castillo que lleva el mismo nombre, otra imprescindible visita por las espectaculares vistas y por conocer un poquito de la historia de la isla: desde la conquista romana entre los siglos II a. C. y V d. C. pasando por los musulmanes del s. X al XII, que dejaron su huella, hasta la actualidad.
Cuando los cristianos la conquistaron en 1229 la Torre d'en Nunis era el único elemento que existía del actual castillo. Era una torre de defensa musulmana que los cristianos siguieron utilizando y cuando el rey Jaume I conquistó Mallorca en 1231 firmó aquí el llamado Tratado de Capdepera con los mulsulmanes que ocupaban la isla. Más tarde se ordenó una villa amurallada junto a esta torre para concentrar a la población y por eso este castillo es, en realidad, un pueblo fortificado que estaba lleno de callejuelas y casas muy humildes.

Y es que durante muchos años los habitantes de la isla recibían numerosos ataques de piratas y Mallorca fue sometida a continuos saqueos y capturas. A partir del siglo XVII el castillo fue despoblándose y en 1983 pasó a ser propiedad municipal.
Dentro de esta ruta, también es muy recomendable detenerse en el mirador del Cap Pinar, en la Costa dels Pins, donde se encuentra la playa donde la archiconocida Ana Obregón hacía sus tradicionales posados en bikini y que significaban el pistoletazo de salida del verano. Porque Mallorca, no nos engañemos, no es solo arquitectura, naturaleza y tradición: siempre ha sido un lugar escogido para el descanso por muchos rostros conocidos por sus playas de ensueño.

Pero, insistimos, más allá de sus playas, la naturaleza que ofrece la isla tiene una joya de la corona indiscutible: la sierra la Tramontana, que se extiende a lo largo de la costa noroeste (desde Andratx a Formentor) y que debe su nombre al viento que llega desde esta dirección. Tiene 90 kilómetros de largo y 20 de ancho y su pico más alto es Puig Mayor, con 1445 metros de altura, la cima más alta de la isla de Mallorca y de todas las baleares.
Un claro ejemplo de cómo la naturaleza puede convivir en armonía con la huella del hombre es la finca pública Galatzó, en el municipio de Calviá, hasta donde nos trasladamos para conocer de primera mano su proyecto, financiado con el Impuesto de Turismo Sostenible (ITS) aunque también participa el Ayuntamiento de la localidad. Y es que el 90% de la Tramontana es privada y con el ITS se está comprando fincas para “devolverlas al pueblo”. Lo explica Martí Bestard, uno de los guías de montaña más experimentados de la isla, que nos lleva a recorrer la finca para hablar de la flora y fauna típica mallorquina, donde la mano del hombre también tiene un papel protagonista. Y es que los cultivos tradicionales han ido variando, como es lógico, en función de los precios del mercado: los tradicionales almendros están dejando paso a mucho más cultivo de viña (los vinos mallorquines de la variedad Malvasía, por ejemplo, gozan de gran popularidad y la cosecha de uva es, por tanto, mucho más rentable que la de almendra) y la algarroba, que apenas necesita agua, y que hace solo dos años llegó a estar a 2 euros el kilo porque experimentó un “boom” en la industria cosmética. Este año, sin embargo, apenas pagan a 30 céntimos el kilo. Por eso uno de los objetivos de esta finca pública es recuperar el almendro, cada vez más escaso en la isla y que deja un bellísimo paisaje durante su florecimiento, también de interés turístico.

Sin embargo, la base de toda economía “payesa” en esta sierra ha sido siempre el aceite y por eso los olivos conforman gran parte de los cultivos de Galatzó. Otro claro ejemplo de la mano del hombre es el injerto de olivo en acebuche, el conocido como “olivo silvestre” con un tronco más fuerte y resistente que permite un crecimiento menos propenso a enfermedades.

Pero el principal desafío que afrontan las especies vegetales es “sobrevivir" a la superpoblación de cabra salvaje. La “guerra” entre ganaderos y animalistas por su control poblacional (y porque los cazadores prácticamente sólo van a por el macho, según Bestard) pone en riesgo el equilibrio del ecosistema de la Tramontana. Esto supone que la encina, por ejemplo, la especie por antonomasia en esta sierra, esté encontrando serios problemas para crecer y prosperar ya que los primeros brotes son literalmente arrasados a bocados por las cabras, según explica este guía. Y eso que la encina es una especie muy apreciada por los “payeses” de toda la vida ya que, contaban, le sacaban partido cuatro veces: para leña, para carbón, por sus bellotas (para sobrasada y longaniza) y para la cal que bajaban con carros porque los burros se quemaban.
Galatzó cuenta también con los tradicionales bancales mallorquines, una ancestral técnica de construcción con piedra en seco, sin ninguna argamasa (se hacen cursillos hoy en día para que no se pierda esta técnica) que se aplicaba para crear superficies planas en las laderas de las montañas y aprovechar, por tanto, lo abrupto del terreo y poder cultivar. La finca también está repleta de trampas para mapaches, que han “invadido” la isla: “Hay cientos y son muy agresivos”, asegura el guía de montaña señalando una de las trampas para intentar atraparlos y recuerda el daño que puede hacer una especie no autóctona en cualquier lugar.

Así, los “montañeros” que quieran conocer la finca que sepan que se puede llegar haciendo la ruta GR 221. Para quienes no sean expertos en la materia, hay que recordar que GR significa “gran recorrido” y hablamos de rutas superiores a los 50 kilómetros, señalizadas con líneas rojas y blancas. En Tramontrana cuentan con tres GR aunque, dentro de éstas, hay entradas y variantes (significa que sales y vuelves a la troncal). Logicamente todos los pueblos de montaña quieren estar dentro de una GR por los beneficios que aporta a la economía local el paso “obligatorio” de turistas. Y eso que, como decimos, el turismo de montaña no siempre escoge alojamiento al uso y puede utilizar (previa reserva) refugios de montaña como el que se encuentra en la finca Galatzó. Se llama Ses Porqueres, tiene cupo para 50 personas y está gestionado por personas con algún tipo de discapacidad. Pero hay siete por toda la isla, por lo que, los amantes del trekking no tienen excusa para dejarse caer por la isla ahora que ya ha pasado el calor.
Y, si antes hablábamos de las especies vegetales que peligraba su conservación, las especies animales se están protegiendo quizás con más ahínco. Sobre todo el buitre negro, el único que crece y nidifica en la isla. También el buitre leonado, que llegó en 2008 creen que tras una tormenta en Valencia y Murcia, pero el negro fue el típico de la isla desde siempre y estuvo a punto de extinguirse en los años 80.
Para conocerlo viajamos hasta la finca de montaña Ariant, donde se llega tras “sobrevivir” a una eterna y serpenteante carretera de montaña y que desde 2012, cuando los antiguos propietarios hicieron una donocación en vida, la gestiona la Fundación Vida Silvestre Mediterránea (FVSM). A ellos les gusta llamarla ahora la Reserva Biológica de Ariant.
Son nada menos que 1.000 hectáreas de terreno en los municipios de Pollença y Escorca y su principal objetivo es la conservación de la biodiversidad y la continuidad de la actividad agrícola tradicional y ecológica, además del mantenimiento de su patrimonio cultural. La finca pertenecía un matrimonio formado por un austríaco y una suiza, Enrique y Heidi Gildemeister, que se instalaron en la isla a principios de los 70 tras vivir en Perú y que amaban viajar por el mundo para disfrutar de la naturaleza.

Tanto es así que ella, Heidi, fue recolectando especies vegetales de los cinco continentes para crear un jardín botánico que deja atónito a cualquiera. Recorrer sus cuatro hectáreas es un viaje embriagador para la vista y el olfato: caminos de piedra, escalones recubiertos de musgo, rincones para descansar decorados con mimo y la guinda: una piscina “sorpresa”, una suerte de “Fontana di Trevi” natural enclavada en roca, justo antes de llegar a la vivienda privada del matrimonio, hoy habitada a temporadas por científicos, observadores ornitológicos y demás profesionales que llegan hasta Ariant para estudiar su biodiversidad.

Los antiguos propietarios tenían una raza de oveja francesa y la Fundación ha recuperado la mallorquina y ha introducido, además, vacas y burros del mismo origen con diferentes objetivos. El primero es contribuir a la conservación de las razas autóctonas, además de para hacer cortafuegos naturales -los que se hicieron toda la vida en España gracias a la ganadería- y también comercializan con esta carne, en calidad ecológica desde 2018. “En total hay unas 200 ovejas, 25 vacas y 25 burros”. Lo explica Pep Tapia, asistente de dirección de la fundación.
De 20 a 400 buitres negros
La relación de esta entidad con los antiguos propietarios fue a raíz de la conservación del buitre negro, que necesita espacios como éste para su desarrollo óptimo: cultivo, ovejas y, sobre todo, poca gente. “El buitre negro cría en los acantilados marinos. Hace 35 años estaba muy amenazado: solo quedaban 20 ejemplares y una pareja reproductora y fue cuando se creó la fundación para su conservación a nivel europeo y se empezó a trabajar en Mallorca porque no se había extinguido y había esta oportunidad. Se consiguió protección legal para los buitres, se pusieron puntos de alimentación segura y se reforzó la población con unos 35 ejemplares de la Península. Cuando llegaba algún buitre a algún centro de recuperación con alguna herida, se le rehabilitaba y en lugar de volverlo a liberar, se le traía a Mallorca”. Fue entonces cuando todos estos ejemplares se juntaron con los mallorquines, y la población empezó a crecer gracias también al arduo trabajo contra el veneno porque en aquella época se ponía veneno para todo.
“Los agricultores tenían la costumbre de utilizar productos fitosanitarios para tratar las plagas y que son realmente desastrosos. Los buitres comían los animales envenenados que habían tomado plantas contaminadas y morían”. Todo este trabajo nos lleva hasta donde estamos hoy: actualmente hay casi 400 buitres y unas 50 parejas reproductoras. Pero la Fundación también trabaja para la recuperación de otras especies como el halcón de Eleonor, el águila pescadora, el alimoche y a nivel de anfibios como el sapo balear.
También luchan contra las especies invasoras como la serpiente de herradura o el mapache, muy difícil de atrapar, como ya explicó el guía de montaña. Otro problema es el escarabajo que daña la encina y desde hace un par de años hay un problema muy grande con el boj porque lo está atacando una polilla de origen chino que hace tres generaciones anuales con lo que a la planta no le da tiempo a recuperarse.
El debate sobre la posidonia
Y de los 400 metros de altura donde crece aquí en Ariant este arbusto hoy en peligro podemos descender bajo el nivel del mar, porque si hay una especie que en Baleares quieren cuidar es la posidonia oceánica. Ibiza posee la mayor pradera de posidonia oceánica de todo el Mediterráneo. Para muchos turistas son sólo algas secas que se acumulan en la orilla del mar y que “deslucen” el baño pero los ecologistas luchan por que no se retiren de las playas como si de basura se tratara por su alto valor ecológico. En muchas playas, de hecho, se retira durante la época de mayor afluencia turística pero se vuelve a colocar después. Hay debate en torno a este tema ya que el equilibrio entre el turismo y la conservación del medio ambiente es el principal desafío de las islas baleares hoy en día.

Aunque muchos consideran que Baleares vive del turismo, el comité de la UNESCO ya destacó en 1999 el alto valor ecológico de la inmensa pradera de posidonia oceánica que se extiende entre Ibiza y Formentera por ser la mejor conservada del Mediterráneo. Los expertos destacan la beneficiosa influencia que esta planta marina ejerce sobre los ecosistemas que viven bajo el agua pero también para la preservación de las playas. En estas praderas marinas encuentran protección y alimento numerosas especies vegetales y animales pero esta “joya” también es responsable de la pureza, limpieza y transparencia de las calas y playas de aguas cristalinas tan características de Ibiza, la isla de “los hippies”, de la “fiesta” y de las iglesias encaladas.
La energía que desprende esta isla “pitiusa” (por la predominancia de pinos) es incuestionable. Por eso es lógico que, más allá de los clichés asociados, muchos la hayan escogido para desarrollar facetas más espirituales: para conectar con la madre naturaleza, con Dios (los “hippies” llamaron God Finger al islote frente a la playa de Benirrás) o con el universo. Y qué mejor manera de zambullirse en este último que a través de la observación de estrellas. Un lugar idóneo para sentirnos parte del cosmos (si la luna y las nubes lo permiten) es desde Pas de s'Illa y si contamos con un telescopio computerizado como los que ofrece Starlight la experiencia astronómica puede ser apasionante. Es una buena época para ver Alatir, la estrella más brillante de la constelación del águila, el cúmulo doble de Perseo o la Albireo roja y azul de la constelación del cisne. Y puede ser una buena ocasión para dejarse embriagar por la mitología griega con tantas referencias hacia el cosmos y escuchar el mito de Calisto, Zeus y la Osa Mayor.

Pero Ibiza también es arquitectura y tradición. Cuando en el año 99 la UNESCO inscribió a la isla en el listado del Patrimonio de la Humanidad destacó tres elementos de la isla, además de las praderas de posidonia oceánica: la necrópolis de Puig des Molins, un recuerdo de cuando la isla era fenicio-púnica y que cuenta con más de 3.000 hipogeos, el yacimiento fenicio de Sa Caleta y la acrópolis de Ibiza, llamada Dalt Vila (la villa de arriba).

Y, para terminar, volvemos al origen de este reportaje, el senderismo, recorriendo una ruta PR (pequeño recorrido) cuya novedad es la nueva señalización y que nos permite disfrutar la isla desde el interior. Un ejemplo es la PR 1, una ruta circular de 20 kilómetros que parte del municipio de San Joan, donde se encuentra la primera iglesia-fortaleza del siglo XVIII de la isla y donde se estableció la primera capital. Al estar situada en el norte ahora es, curiosamente, la ciudad menos poblada con apenas 7.000 personas. Esta ruta, señalizada a lo largo de todo el recorrido, puede tener un recorrido “extra” para descubrir la cueva de Es Culleram, donde se hacían rituales y ofrendas a Tanit, una diosa cartaginesa símbolo de la fertilidad, la luna y la guerra, considerada la protectora de Ibiza tras la llegada de los fenicios y cartagineses en el 600 a.C. Su legado perdura en la isla y todavía hoy continúan realizándole ofrendas con flores, amuletos y velas para pedir deseos. Y, aseguran los lugareños, se cumplen. ¿Dónde sino en Ibiza tendría sentido algo así?
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