
Turismo
Marruecos, espejo del sur: el viaje que une pasado y presente
Rabat y Marrakech permiten recorrer siglos de historia común con España tras una hora de vuelo

El Estrecho de Gibraltar es más que un paso: es una zona simbólica, una frontera líquida entre dos territorios con una historia compartida. “Las dos Orillas”, al-Adwatayn (en árabe), representan dos caras de una misma moneda. A un lado, la Península Ibérica, especialmente al-Ándalus. Al otro, el Magreb, particularmente el norte de Marruecos y Argelia, regiones islámicas que estaban conectadas con al-Ándalus política, cultural y religiosamente. Ya lo dijo el escritor español Juan Goytisolo, gran enamorado de Marrakech y principal impulsor de que la Plaza de Jemaa el Fna fuera declarada Patrimonio Inmaterial de la Humanidad: “Marruecos y España no están separados: están enfrentados como los dos lados de un espejo”. Para todos debe llegar el momento de romper esa barrera invisible y mirar al otro lado del espejo. Hoy, ese paso puede comenzar con algo tan sencillo como subir a un avión.
Desde Málaga, uno de los principales puertos del Mediterráneo en el antiguo al-Ándalus, parten las nuevas frecuencias de Easyjet a Rabat y Marrakech, ampliando la oferta para viajar a Marruecos a un precio asequible. Este lanzamiento, como parte de las cinco nuevas rutas de Easyjet para este verano en Málaga, permite adentrase en el corazón de Marruecos tras apenas una hora de trayecto. La ruta Málaga-Rabat arrancó operaciones el 30 de marzo y cuenta con dos vuelos semanales, los miércoles y los domingos. La ruta Málaga-Marrakech comenzó a operar el 4 de abril también con dos vuelos semanales, los lunes y los viernes.

La brisa del Atlántico nos recibe al llegar a Rabat. Capital administrativa de Marruecos y sede de la monarquía desde el siglo XVIII, destaca por su ritmo más sosegado, alejado del bullicio y el estrés de Marrakech. Sus calles limpias y cuidadas y sus nuevos proyectos inmobiliarios son el reflejo del proceso de modernización que ha vivido el país en las últimas décadas, pero conservando la esencia de viejos tiempos. El Palacio Real, rodeado por una muralla de 5km levantada por la dinastía de los almohades en el siglo XII, es un ejemplo de ello.
Esa misma herencia almohade se respira también en la Kasbah de los Udayas, una fortaleza del siglo XII construida por los almorávides y ampliada por los almohades, cuyas callejuelas encaladas y vistas al Atlántico recuerdan su pasado como bastión militar y refugio de piratas, pero también a los pueblecitos blancos malagueños. Pero Rabat conserva otro vestigio de la historia común de España y Marruecos. La Torre Hassan, un minarete de una mezquita inacabada que recuerda a la Giralda de Sevilla, originalmente minarete de la Mezquita Mayor de Sevilla. De hecho son consideradas “torres hermanas”, junto a la Koutoubia de Marrakech. Frente a ella, reluce el mármol blanco del Mausoleo de Mohammed V. Bajo su cúpula verde descansan el padre de la independencia marroquí y sus hijos, incluido el rey Hassan II.

Deambular por el mercado central también es un impredecible porque nada tiene que ver con un zoco turístico con baratijas a precios desorbitados. Al contrario, es una zona comercial donde los lugareños son los protagonistas. Lo mismo ocurre con sus playas, un tesoro aún por descubrir para los visitantes extranjeros. Sus amplias calles y paseos ajardinados convierten a Rabat en una ciudad perfecta para conocer a pie y apreciar su simbiosis entre tradición árabe y modernismo occidental por la que fue declarada Patrimonio Mundial de la Humanidad en 2012.
De la ciudad blanca pasamos a la ciudad roja: Marrakech, el corazón palpitante de Marruecos. Esta ciudad no se visita, se vive. Dejas que te atraviese sin prejuicios, solo con la ambición de llevarte a casa una experiencia auténtica y un recuerdo inolvidable. El epicentro de la vida pública es la icónica Plaza de Jemaa el-Fna cuyo espíritu emerge cuando el sol se pone. Las masas se agolpan, el caos aumenta y la plaza se convierte en un teatro al aire libre donde conviven encantadores de serpientes, músicos gnawa y puestos de comida. Desde allí nos adentramos en la Medina, Patrimonio de la Humanidad, con sus zocos laberínticos donde artesanos del cuero, el metal y las especias mantienen vivos oficios ancestrales. A poco distancia se sitúa otra joya del patrimonio histórico: la Medersa Ben Youssef, una antigua escuela coránica del siglo XIV que funcionó durante más de cuatro siglos como centro de formación religiosa. Su patio central, con una imponente fuente y toneladas de mármol decorativo, es uno de los ejemplos más refinados del arte islámico marroquí. Concluido el viaje, al regresar, uno entiende que al cruzar el Estrecho no solo se cambia de país, sino que se vuelve al origen de una historia compartida, como si, por fin, hubiéramos atravesado el espejo.
Hoteles en Marruecos con alma de oasis

Los riads ubicados en las antiguas medinas de las ciudades marroquíes son alojamientos tradicionales que ofrecen una experiencia única y auténtica para los viajeros. Estas casas o palacetes tradicionales se caracterizan por su patio central, que suele ser un jardín, de ahí su nombre, que en árabe significa “edén” o “jardín”. Su ambiente íntimo, su ambientación genuina y su ubicación céntrica son sus grandes pros. Su disponibilidad limitada de habitaciones y sus menores comodidades pueden ser motivos que lleven a otros visitantes a preferir hospedarse en un hotel. Pero elegir una cadena hotelera no tiene por qué traducirse en una pérdida de autenticidad.
Es lo que ocurre en el recién estrenado Four Seasons de Rabat, un hotel que está a caballo entre el mundo antiguo y el moderno. El complejo se asienta sobre los restos de lo que en el siglo XVIII fue la residencia de verano del sultán Moulay Slimane y que en el siglo XX se convirtió en el hospital Marie-Feuillet, uno de los monumentos emblemáticos de Rabat. Tras 10 años de rehabilitación, en los que se han conservado los tres edificios históricos del hospital, este hotel de cinco estrellas ha conseguido balancear a la perfección modernidad y tradición, reflejo del mismo camino que ha seguido la ciudad de Rabat. Situado en el histórico barrio Quartier l'Océan de la capital, a orillas del Atlántico, Four Seasons Hotel Rabat combina el romanticismo del diseño morisco con lujosas comodidades, tantos dentro de sus 200 habitaciones y suites, como en los espacios comunes, entre los que destacan dos piscinas, spa, centro de bienestar, boutiques y restaurantes.
En Marrakech, un clásico vinculado a la cultura de la ciudad es el hotel Movenpick. Su palacio de congresos con 1.500 asientos y considerado el más grande del Norte de África acoge el Festival Internacional de Cine de Marrakech, una oportunidad única para descubrir y explorar el cine de Marruecos. Con una ubicación estratégica en la hermosa avenida Mohammed VI, en el centro de la ciudad, cerca de la medina y a solo 4 km del aeropuerto internacional, este hotel de alta gama a precios accesibles es una opción ideal para explorar a fondo la ciudad y disfrutar a la vez de un resort familiar con todos los servicios que pueda imaginar.
Para los que quieran tomarse unos días de desconexión absoluta sin perder el contacto con la esencia marroquí, hospedarse en el desierto de Agafay, a apenas una hora de Marrakech, es un sueño hecho realidad. Entre paisajes áridos y luz dorada, Yes We Camps ofrece una experiencia inmersiva que combina la tradición de los nómadas, con jaimas blancas, y la comodidad de un hotel y spa de lujo. Músicos y bailarines locales, espectáculos de fuego y paseos en camello completan la experiencia del nuevo turismo marroquí.
El idilio de Yves Saint Laurent con Marrakech
Los colores, los tejidos, las texturas, los olores, el ambiente y en definitiva la riqueza creativa y cultura de la ciudad roja han atraído a miles de celebridades a lo largo de décadas, pero pocos se han enamorado tanto de Marrakech como Yves Saint Laurent. Para el diseñador francés, Marrakech fue un refugio y una musa. Fascinado tras sus estancias en el hotel La Mamounia, adquirió junto a su socio y pareja Pierre Bergé varias casas, hasta establecerse en la emblemática Casa Majorelle. Hoy, sus jardines están abiertos al público, y el museo Yves Saint Laurent de Marrakech —nacido de su profunda conexión con la ciudad— es cita ineludible para los amantes del arte y la moda.
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