Especial viajes de otoño
Puerto Rico: un tren colonial por la Isla del Encanto
«Chinchorrear» con una piña colada por el Viejo San Juan; Bailar bomba; Recorrer las vías del tren colonial hasta playas turquesas. La isla boricua rebosa historia, Caribe y hospitalidad
Ver atardecer en el Castillo de San Felipe del Morro mientras el viento salsea, pegadito, con las «chiringas», es un espectáculo. En esta ciudadela de hechuras españolas, con cuerpo de mortero y alma de vigía desde que fuera levantada en el siglo XVI para defender la codiciada bahía de San Juan, hay quien prefiere dejarse de cometas y ejercitar la musculatura en la imponente explanada verde del fuerte, recibir clases de yoga en las noches de luna llena, perderse entre un promontorio de besos y palmeras, o pasear, sin prisa y con vistas al Caribe, rumbo al Viejo San Juan. El camino es entretenido con una «piragua» en los labios, hielo raspado regado con sirope, porque a lo pintoresco de su cuadrícula perfecta, evidencia de la arquitectura colonial, se suman calles con brillantes adoquines de piedra azul que resbalan con la lluvia, fachadas multicolor y plazoletas donde circula un aire gustoso ¡y mucha vida!
Hay otras maneras de embelesarse con el latido del Viejo San Juan, que diariamente rejuvenece sobre las 7 de la mañana. Su perfil vibrante varía desde una de las embarcaciones de East Island Excursions. Las hay de 82 pies de eslora, tal y como nos cuenta José Pérez, un capitán que sería el último en abandonar esta zona turquesa y mansa del Caribe, tan perfecta para el nado de tortugas y alguna que otra manta raya. Volver a puerto tras navegar temprano alrededor del paradisíaco Cayo Icacos y la frondosa Isla de Ramos no tiene mucho que envidiar a una salida en catamarán al atardecer. Un regalo rítmico de rojizos y anaranjados que, suavemente, engulle un mar de espejos oscuros. A lo lejos se perfila el faro reconstruido. Durante la Guerra Hispanoamericana de 1898, año negro para España, recibió un buen cañonazo.
El sabor es otra excusa para recorrer la historia de La Fortaleza, edificio imponente de 1533
El sabor es otra excusa para recorrer la historia de La Fortaleza, antaño residencia del Gobernador General y, en la actualidad, del que los ciudadanos eligen cada cuatro años. Un edificio imponente que comenzó a construirse en 1533 por orden del rey Carlos I de España y V de Alemania, y que incluso esquivó su propósito original, cuando fue arsenal y «hogar» de prisioneros. La gastronomía es, de la mano de Flavors Food Tours, el pretexto para descubrir las recetas que esconde el Sitio Histórico Nacional de San Juan, reconocido en 1983 Patrimonio de la Humanidad de la Unesco gracias, también, al Castillo de San Cristóbal, El Cañuelo y los restos amurallados. La primera parada en 4 Sombras invita a saborear un cortado de potencia arábiga junto a un cruasán de jamón, queso y pasta de guayaba. A sorbos y entre numerosos sacos de yute panzudos, descubrimos que la llegada ilegal del café a la isla, gracias a los franceses, se produjo en 1736. En las casas, por cierto, lo preparan con la greca, la cafetera de siempre. También que los indígenas taínos, a quienes este trocito de paraíso debe el apelativo boricua, habitaban la isla antes del desembarco de Cristóbal Colón en 1493 y de los posteriores ataques de ingleses, holandeses y franceses en el siglo XVII. Plantaban yuca para sostener los huracanes que aún soplan en la isla más pequeña de las Antillas Mayores. De hecho, aquí no se olvida cómo el paso de María en 2017 les cambió la vida.
Un helado de chirimoya en el Bastión de las Palmas, garantía de unas vistas inmejorables, refresca la segunda parada. La mañana transcurre entre edificios Art Decó, la mampostería de la iglesia de San Francisco y una galería de arte que desemboca en el Café el Punto, perfecto para saborear la «alcapurria», fritura que los puertoriqueños toman con cerveza. Triana marca el lugar de encuentro para familiarizarse con el «mofongo», el plato nacional, que armoniza demasiado bien con una refrescante piña colada, cuyo origen genera controversia. Para el punto dulce, la Chocolatería Cortés es tradición y su maestro chocolatero, español. Es costumbre deshacer un cuadrado de queso en sus entrañas líquidas, un recuerdo asociado a tardes entrañables con las abuelas. Y a otras tristes, como los velorios de los entierros.
Si el vanguardista «monfongo» de langosta que emplatan en Mario Pagan Restaurant es sinónimo de un delicioso mestizaje taino, africano y español, la Escuela de Bomba y Plena Cepeda es perfecto para contagiarse de la mezcolanza rítmica y sensual que se pasea airosa por Puerto Rico. Ocho generaciones enamoradas de la música y el baile nacional, aunque la academia se inauguró hace tan solo 22 años. Bajo la fotografía de Doña Caridad y Brenes de Cepeda, los fundadores, son miles los estudiantes y turistas que han aprendido sus secretos. En sus clases se necesita ritmo, porte erguido y mucho ímpetu para ejecutar bien un «piquete», es decir, para cerrar el brazo con la falda bien amarrada en un movimiento que recuerda, y mucho, al flamenco. Los españoles, dicen, lo hacemos bien «chévere» y disfrutamos de este género musical que data de 1671 y tiene su origen en aquellos esclavos que idearon tapar con un parche de cuero de chivo las bocas de los toneles grandes, una vez se vaciaban de la pólvora o el azúcar que portaban. Una mezcla de coraje, tristeza y honda emoción.
[[H3:«Chinchorrear» en Navidad]]
Tiempo acogedor. Excelente gastronomía y ubicación. Carácter amable y mucha hospitalidad. Los viajeros que recalan en el Condado Vanderbilt, el hotel más antiguo de la capital, aprecian su carácter histórico y color asalmonado, la amplitud de sus habitaciones, la carta de cremas y su playa privada, el camino sonoro que renace en un hamán de capricho, la regia escalera de caracol y la frescura de la materia prima de sus diferentes restaurantes. «Farm to table», lo llaman. Muchos ingredientes proceden de la Finca del Guacabo, un ejemplo de sostenibilidad que desafió, con mucha pasión y conocimientos agrónomos, la pandemia y otros desastres. Allí se cultivan más de 100 flores comestibles, aromáticas, frutas y hortalizas sorprendentemente sabrosas, demandadas por particulares y restaurantes. Su oferta incluye programas educativos, talleres para aprender a elaborar quesos frescos con mermeladas tropicales y almuerzos capaces de enloquecer los sentidos. La finca, con un importante proyecto de hidroponía, se encuentra a medio camino entre San Juan y Tuna, el décimo pueblo fundado en la isla. Una coordenada geográfica para descubrir el legado taíno, gracias a la Corporación Mabodamaca, antes de finalizar el trayecto en Isabela.
Puerto Rico esconde un intrincado acuífero subterráneo y presume de disfrutar de una de las Navidades más largas del mundo. Una muestra de su dualidad, ya que las celebraciones comienzan el Día de Acción de Gracias (en este Estado Libre Asociado sus ciudadanos poseen la nacionalidad americana), y prosiguen con la Misa del Gallo, la Navidad, el «chinchorreo» (tapeo) entre instrumentos musicales y el Día de Reyes. Sin ir más lejos, en la conocida como «Ciudad de los Gallitos» los Magos de Oriente son Cantores y han grabado varios discos. Son costumbres de herencia española que conviven con otros festejos a lo largo del año, cuando el pueblo se entrega a la fiesta y la salsa con un ritmo envidiable. Si alguien precisa calma puede pedir platillos ricos en Jota Restaurant o tomar una piña colada mientras juega al dominó en la vecina Casa Isabela, antigua fábrica de tabaco que ahora recrea un hogar vintage con gramófono y proyector de cine.
De película son las casitas nobles con piscina privada del hotel Royal Isabela, donde los fotogramas son una sucesión de belleza, exuberante naturaleza, silencio y unas vistas imponentes tras sus acantilados. No es un secreto que desde su torre pedregosa parte un camino histórico que transcurre entre bóvedas arboladas y una playa desierta y paradisíaca. Por la actual área de conservación El Pastillo quedan restos de las vías por las que transcurría el ferrocarril. Una construcción iniciada en la época de la colonia y que conectaba Quebradillas e Isabela. Trasladaba mercancías. Y pasajeros que, desde sus vagones, observaban el oleaje que adoran los surfistas y que los lugareños otean desde la entrada del túnel de Guajataca. Es Monumento Histórico y los pequeños San Pedritos pían alrededor. Una sonora pincelada de la belleza arrebatadora de la que llaman, con toda la razón, la Isla del Encanto.
✕
Accede a tu cuenta para comentar