ERC

Telepredicador independentista

Oriol Junqueras llegó tarde a la política. Fue en 2009, con cuarenta años y en pleno tripartito en Cataluña, cuando se presenta como candidato independiente, en las elecciones europeas. Fue elegido eurodiputado. Su actividad política, hasta entonces, se reducía a su papel de activista como promotor de la plataforma cívica soberanista Sobirania i Progrés. Esquerra Republicana vivía entonces tiempos convulsos, y Junqueras era una de las voces críticas con la dirección de Joan Puigcercós. El fracaso estrepitoso de los republicanos en las elecciones de 2010, que vieron sus fuerzas mermadas hasta los 10 diputados, hizo que se empezara a hablar de él como posible alternativa. No solo entre las bases republicanas que no acababan de entender por qué su dirección prefería un acuerdo de las izquierdas en detrimento de un pacto con los nacionalistas.

Las fuerzas vivas, incluida la burguesía pro-convergente, de Cataluña lo jaleaban con el visto bueno del entonces todo poderoso Artur Mas al frente de su Convergència i Unió. Junqueras, conocido por sus múltiples colaboraciones en Catalunya Ràdio y TV3, era el hombre elegido por la clase influyente porque renegaba del tripartito y era el señalado para dirigir ERC porque no tenía un discurso radical. David Madí, el gurú estratega de Mas, se entregó a fondo en este objetivo y estableció los puentes entre esta burguesía, los medios de comunicación y el nuevo dirigente republicano.

Corría el 2011 y Junqueras estaba de subidón. Alcanzó la alcaldía de su pueblo, Sant Vicens dels Horts, liderando una coalición electoral transversal en junio de 2011. Desde ERC hasta CiU, pasando por Iniciativa per Catalunya
–controlada en esta zona del Baix Llobregat por los sectores más nacionalistas de la formación– y los comunistas ortodoxos de EUiA, que antes de la llegada de los socialistas habían gobernado en la población. El objetivo era desbancar a los socialistas. Lo consiguió a pesar de que el PSC fue la fuerza más votada. Era la primera plasmación concreta de su teoría «un amplio frente más allá del independentismo para hacerse con la mayoría social y política». Apenas tres meses después, septiembre de 2011, ERC lo elegía presidente.

Junqueras tenía todo lo necesario para el establishment nacionalista. Teorizaba una alianza nacionalista para gobernar Cataluña que diera al traste con el perfil de una ERC más proclive a las fuerzas de izquierda. Era el hombre perfecto para dirigir un partido nacionalista de izquierdas y moderado que sirviera de muleta que sustentara la mayoría de los nacionalistas catalanes. Sobre todo, porque no parecía un hombre ni radical ni tenía un lenguaje agresivo. De hecho, Junqueras tiene fama de hablar poco cuando las cosas se ponen difíciles. Lo hizo como máximo responsable del ayuntamiento donde envió a los suyos a lidiar los problemas, y lo hizo en 2017 cuando dejó el papel protagonista a su estridente segunda, Marta Rovira, que forzó la Declaración Unilateral de Independencia de Carles Puigdemont.

La crisis económica y las prisas de Artur Mas para coronarse como nuevo mesías catalán le propiciaron una oportunidad de oro. El líder de la derecha convocó elecciones aupado en la gran manifestación independentista del 11 de septiembre de 2012, convencido de alcanzar la mayoría absoluta. Los nacionalistas catalanes eran irrelevantes en Madrid ante la mayoría absoluta del PP de Mariano Rajoy. Los recortes habían destrozado su imagen y credibilidad, y Mas, junto a su núcleo duro, teorizaron que había llegado el momento de dar pasos hacia la independencia. El cóctel crisis económica y gobierno de la derecha española solo convenía agitarlo para lograr el ansiado objetivo de crear «un nuevo Estado de Europa». Mas fracasó y Junqueras consiguió ser la segunda fuerza del Parlament. Y no solo eso, se convirtió en el aliado necesario, que además tenía los prejuicios suficientes para no retar «al hermano mayor». Mas se decidió a forjar una alianza con Junqueras, dejando de lado a un PSC en horas bajas. Fue el momento Junqueras. Oriol Junqueras se puso a rebufo de las aspiraciones independentistas de Artur Mas. No osó en 2015 hacer un pulso a la derecha, ahora ya independentista, y se refugió en Junts pel Sí. Fue fiel a su forma de ser y evitó problemas. Volvió a ser elegido alcalde, aunque lo dejó meses después para «centrarse exclusivamente en el proceso de autodeterminación».

Con Puigdemont las relaciones nunca fueron fáciles, pero se mantuvo a su sombra. Tensionó la cuerda, pero sin romperla. Siguió evitando problemas, negándose a asumir un papel protagonista en 2017. Puigdemont lo dejó en la estacada y lleva más de un año y medio en prisión preventiva. Prefirió dar la cara y no fugarse a Waterloo. Sus convicciones le han convertido en referente, dentro y fuera de la cárcel. Es el único preso que se declara «preso político», mantra que repite constantemente, sin renegar de sus acciones. Dirige desde la cárcel a su partido que ha evitado ese gen destructivo que siempre ha caracterizado a los republicanos. En la última polémica apostó por no poner las cosas difíciles a los socialistas, pero las tensiones internas por la sucesión en ERC lo han dejado al pairo. Ahora sus colaboradores trasladan un mensaje para recomponer la situación con Pedro Sánchez :« Los socialistas han de entender que esta situación se reconduce hablando y estando claros los interlocutores». Todo un mensaje para que nadie se equivoque en quién manda en ERC, ahora que los republicanos quieren sacudirse el control de la derecha de toda la vida, que la pueden ganar y liderar el independentismo. Junqueras lo seguirá haciendo sin estridencias, pero el gen autodestructivo de su partido ha vuelto a renacer.