América Latina

El COVID-19 suma 4 millones de muertos, un suicidio en Perú

El número de vidas perdidas en todo el mundo durante el último año y medio es similar a la población de Los Ángeles o la nación de Georgia

FILE - In this June 25, 2021, file photo, people wait in line to refill an oxygen tanks for relatives infected with the new coronavirus, in Arequipa, Peru. Across the country, a new routine has emerged as people spend their days scrambling to fill heavy, green oxygen tanks bought on the black market that are a lifeline for sick loved ones. (AP Photo/Guadalupe Pardo, File)
FILE - In this June 25, 2021, file photo, people wait in line to refill an oxygen tanks for relatives infected with the new coronavirus, in Arequipa, Peru. Across the country, a new routine has emerged as people spend their days scrambling to fill heavy, green oxygen tanks bought on the black market that are a lifeline for sick loved ones. (AP Photo/Guadalupe Pardo, File)Guadalupe PardoAgencia AP

(AP). El último día de vida de Javier Vilca, su esposa se colocó ante una ventana del hospital con un oso de felpa, globos rojos y una caja de bombones para celebrar su cumpleaños, y sostenía un enorme cartel con el mensaje: “No te rindas. Eres el hombre más bueno del mundo”.

Unos minutos después, Vilca, un periodista de radio de 43 años que había luchado contra la depresión, murió tras arrojarse desde la cuarta planta, el quinto suicidio de un paciente de COVID-19 en el sobrepasado hospital Honorio Delgado de Perú desde el inicio de la pandemia.

Vilca se convirtió en otro símbolo de la desesperación causada por el coronavirus y de la gran y aparentemente creciente desigualdad que dejó al descubierto el COVID-19 mientras acumulaba 4 millones de muertos en todo el mundo, un hito registrado el miércoles por la Universidad Johns Hopkins.

En el hospital donde murió Vilca el 24 de junio, un único médico y tres enfermeras trabajaban a destajo para atender a 80 pacientes en un ala improvisada y abarrotada, mientras Vilca trataba de respirar pese al desabastecimiento de oxígeno embotellado.

“Él me dijo: ¡Yo voy a salir!”, dijo Nohemí Huanacchire mientras lloraba sobre el ataúd en su casa a medio construir, sin electricidad a las afueras de Arequipa, la segunda ciudad más grande de Perú. “Y nunca más lo vi”.

El número de vidas perdidas en todo el mundo durante el último año y medio es similar a la población de Los Ángeles o la nación de Georgia. Es tres veces el número de fallecidos en accidentes de tráfico en todo el planeta cada año. Según algunas estimaciones, equivale aproximadamente al número de muertos en combate en todas las guerras del mundo desde 1982.

Aun así, hay una opinión mayoritaria de que la cifra está por debajo de lo real, debido a casos que pasaron desapercibidos o a encubrimiento deliberado.

Más de seis meses después de que empezara a haber vacunas disponibles, las muertes por COVID-19 reportadas en todo el mundo han caído a unas 7.900 al día, en comparación con el pico de 18.000 diarias en enero. La Organización Mundial de la Salud registró apenas 54.000 muertes la semana pasada, el total semanal más bajo desde el pasado octubre.

Aunque las campañas de vacunación en Estados Unidos y partes de Europa han abierto un periodo de euforia tras los confinamientos, y se ha iniciado la vacunación de niños para que puedan volver a campamentos de verano y escuelas, las tasas de contagio se mantienen altas en muchos lugares de América del Sur y el sureste asiático. Y millones de personas siguen sin protección en África debido a la grave escasez de vacunas.

Además, la contagiosa variante delta se expande con rapidez, hace sonar las alarmas y, en algunos casos, dispara el número de infecciones. La crisis se convierte cada vez más en una carrera entre la vacuna y esa versión mutada del virus.

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La variante se ha detectado en al menos 96 países. Australia, Israel, Malasia, Hong Kong y otros lugares han reintroducido restricciones para intentar suprimirla.

Las variantes, el acceso desigual a las vacunas y la relajación de las precauciones en algunos países más ricos son “una combinación tóxica muy peligrosa”, advirtió Ann Lindstrand, destacada encargada de inmunización en la OMS.

En lugar de tratar la crisis como un problema “yo, yo mismo y mi país”, dijo, “necesitamos tomarnos en serio que este es un problema global que necesita soluciones globales”.

Aunque el presidente de Estados Unidos, Joe Biden, no alcanzó su objetivo de que al menos el 70% de los adultos estadounidenses hubiera recibido al menos una dosis de vacuna para el 4 de julio, las muertes en todo el país han caído de forma drástica a unas 200 al día, respecto al pico de casi 3.400 diarias en enero.

Y la economía estadounidense está resurgiendo con fuerza, con previsiones de que este año alcance su crecimiento más rápido en casi siete décadas. Incluso los cruceros, que fueron un vector inicial de la expansión del virus, reanudan sus rutas tras más de un año de pausa.

En Gran Bretaña, pese a los persistentes temores de la variante delta, el primer ministro británico Boris Johnson, tiene previsto levantar todas las restricciones que quedan este mes. Gran Bretaña registró esta semana un total diario de más de 30.000 nuevos contagios por primera vez desde enero.

En varias ciudades de Europa, decenas de miles de hinchas pudieron ver en persona a sus selecciones nacionales de fútbol competir en la Euro, un torneo internacional que fue aplazado el año anterior, aunque en algunos estadios se restringió el aforo de forma drástica.

En muchos lugares del mundo en desarrollo, la historia es aún de desesperación.

En Latinoamérica apenas se ha vacunado una de cada 10 personas, lo que ha contribuido a un auge de los contagios en países como Colombia, Brasil, Bolivia y Uruguay. Entre tanto, el virus se adentra en zonas remotas de África que se habían librado hasta ahora, y dispara el número de casos.

Perú ha sido uno de los países más golpeados por el virus, con la tasa de mortalidad más alta de ningún país del mundo en cuanto a porcentaje de su población.

En Arequipa, el suicidio de Vilca acaparó las portadas de los diarios en la ciudad de un millón de personas. Su viuda dijo que su muerte fue una protesta contra las penosas condiciones que sufren los pacientes de COVID-19.

En todo Perú hay apenas 2.678 camas de cuidados intensivos para una población de 32 millones de personas, una cifra irrisoria incluso para los bajos estándares de América Latina. Vilca tampoco estaba entre el 14% de afortunados peruanos que han recibido una dosis de la vacuna.

En todo el país se ha creado una nueva rutina, en la que la gente pasa el día tratando de rellenar las grandes y pesadas botellas de oxígeno compradas en el mercado negro, un salvavidas para los parientes enfermos. Algunos establecimientos han multiplicado por tres el precio del oxígeno, lo que obliga a mucha gente a gastar sus ahorros o vender pertenencias.

Desde el hospital donde Vilca se quitó la vida, “él me decía: ‘Me tienen botado (sin atención médica) todos los días, no nos hacen caso’”, dijo su viuda, mientras mostraba en su celular una foto que envió su esposo en una de las raras ocasiones en las que tuvo la suerte de conseguir una mascarilla de oxígeno.

Junto con Sudamérica, que supone en torno al 40% de las muertes diarias de COVID-19, India se ha convertido en el otro gran impulsor de la mortalidad. Además, los expertos creen que las aproximadamente 1.000 muertes registradas al día en India están casi con certeza por debajo de lo real.

En el estado de Madhya Pradesh, donde viven unos 73 millones de personas, un periodista determinó que el aumento en las muertes registradas por cualquier causa durante el mes de mayo fue cinco veces mayor que antes de la pandemia y 67 veces la cifra oficial de muertos por el virus ese mes, que fue de 2.451 personas.

Países ricos como Gran Bretaña, Estados Unidos y Francia han prometido donar en torno a mil millones de dosis de COVID-19 para ayudar a cerrar la brecha. Pero los expertos señalan que hacen falta 11.000 millones para inmunizar a todo el mundo. De los 3.000 millones de dosis administradas en total, menos del 2% se han puesto en países en desarrollo.

“Prometer mil millones de dosis es una gota en el océano”, dijo Agnes Callemard, secretaria general de Amnistía Internacional. Criticó a los políticos por optar por “más de las mismas medidas irrisorias y gestos insuficientes”.

El proyecto respaldado por Naciones Unidas para distribuir vacunas en países pobres, conocido como COVAX, también ha tenido un mal desempeño. Su principal proveedor, el Serum Institute of India, dejó de exportar vacunas en marzo para combatir la epidemia en el subcontinente.

Mientras tanto, países como Seychelles, Chile y Bahréin, que han apostado por vacunas de fabricación china, han sufrido brotes incluso después de alcanzar niveles de inmunización relativamente altos, lo que ha planteado dudas sobre la efectividad de los fármacos.

Dora Curry, directora en Atlanta de igualdad de salud en la organización benéfica CARE, dijo estar muy preocupada porque mientras se está vacunando a los niños en Alemania, Francia y Estados Unidos, la ayuda tarda en llegar a personas mucho más vulnerables en países pobres.

“Si hubiera una forma de que pudiera darle esa dosis a alguien en Uganda, lo haría”, dijo Curry, que admitió que probablemente vacunaría a su hija de 11 años cuando pudiera optar a ello. “Pero esto simplemente muestra los problemas que tenemos con el sistema de distribución”.