Literatura

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Taján en carne viva

El escritor rosarino, actual director de la Casa de Gerald Brenan, desgrana sus íntimas obsesiones en la colección de relatos titulada «El retrato de Doris Day»

El escritor Alfredo Taján
El escritor Alfredo TajánLa RazónLa Razón

Acercarse a la obra de Alfredo Taján (Rosario, Argentina, 1960) requiere de ciertas premisas, de cuidadosos esmeros. No es una sugerencia superficial ésta, puesto que tanto su obra poética como la narrativa necesita de cierta nutrición intelectual que le permita al lector alcanzar el corazón, rozar la matriz de un universo complejo, profundo y profundamente enloquecedor. Sí, porque al abrir cualquiera de sus páginas salta a la vista un retablo maravilloso de experiencias, ensueños, fobias y obsesiones preclaras y sutiles. Todo debió comenzar mucho antes, es difícil concretar el origen desde luego; pero la tormenta se desató cuando siendo niño le pidió a su madre la cabeza de María Antonieta. Sin embargo, su última aparición en escena con «El retrato de Doris Day» (Renacimiento, Colección Espuela de Plata) no confirma solamente estos augurios, sino que los sublima hasta el punto de que en más de un pasaje se llega a perder la noción de dónde y porqué se está gracias a la exquisita manera con la que Taján entiende el arte de escribir. Es decir, comenzó a escribirlo desde aquella extravagancia de niño. A medida que se gira el caleidoscopio aparecen como en un sueño las caras y rostros de los nombres propios que pueblan este laberinto animado que se acaba de publicar. Y lo hacen quizás sutilmente, pero con directas invitaciones a al miedo, otras al placer, bastantes a la turbación y todas a la inteligencia. Desde luego no es un resumen de su universo, no, y como bien dice Taján necesita ya de una segunda parte. «Tengo la teoría de que detrás de cada libro hay muchos otros. La novela de la novela, el relato sobre el que se ha cimentado un texto, aunque sean signos perdidos en el tiempo», asegura. Tampoco nos encontramos ante una obra acabada, porque algunos de los relatos, que bajo cuatro epígrafes se recogen, ya habían sido publicados con anterioridad pero no de la misma forma con la que ahora salen de nuevo a la luz.

Acierta Juan Bonilla en el prólogo cuando habla del virtuosismo del autor, ahora que se acaba de marchar para siempre el más virtuoso de los argentinos. Dice Bonilla: «Taján es una muchedumbre», porque para contar la realidad que transpira el libro se hace con todas las herramientas con las que cualquier escritor sería más que feliz. Y sobre los relatos, considera que «… exploran, en lo formal, muchas de las posibilidades del cuento como género. La crónica, el relato tradicional (presentación-nudo-desenlace), la indagación ensayística, la autoficción, la crónica de viajes, el trampantojo…)».

Alfredo Taján
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En cada pase de página hay una exhibición, hay una finta literaria, hay una gambeta en los últimos metros del área hasta golear al lector. «Cada libro que escribes te controla a ti, la página manda, y luego lo que sale no tiene nada que ver con lo que habías pensado», confiesa mientras ahonda por las tripas de este relato. Detrás de una puerta se entra en una sala y luego se pasa a un estrecho pasadizo que termina en una bóveda con vistas a un jardín. Un castillo interior luminoso, preñado de pequeños y sutiles encuentros conscientes e inconscientes que se entrelazan a medio camino entre Zweig, Proust o Perec. Así de amplio es el abanico al mostrarse. «Uno de los objetivos de este libro es mostrar mis obsesiones, mis extravagancias, mis lecturas como persona y también como alguien entregado a los anaqueles de las bibliotecas, pero otro es atrapar al lector. Uno de mis editores me dijo que una de las mejores cualidades de un escritor pasaba por la capacidad de enganchar al lector. Sobre todo en prosa. Ya sea con un estilo alambicado, ya sea de línea clara, de lo que fuera, el lector debe mantener la atención sobre el libro. Como dijo Borges, al final no eres tú el que escribes, lo hace alguien que está detrás o delante».

De su mano pasean por entornos palaciegos fantasmas buscando la paz que no encontraron en vida, la Quinta Reina, la sangrienta baronesa Erzsébeth Báthoty y desde luego como un águila sobrevolando todo el libro, desde la portada, David Bowie. Le obsesiona porque «él utilizó distintas disciplinas del arte y de la cultura, es parte de las “art school” inglesas, y aplica todo su bagaje del arte contemporáneo, sus obsesiones con el mundo del cine, de las grandes hitos que le precede y luego todo aquello lo aplica a la música junto con Bryan Ferry. Bowie tiene un campo ilimitado de acción, su horizonte no tiene fin porque es un anclaje entre la cultura popular y la alta cultura, sus canciones son verdaderas operetas». Junto a David, otros sacerdotes y artífices encienden la liturgia de esta colección. Maestros como Reinaldo Arenas, Severo Sarduy, Rafael Pérez Estrada, Pere Gimferrer, Jorge Luis Borges o Joan Perucho le dan la mano, también están presentes en este espejo rococó frente al que el niño Taján vuelve a pedir la cabeza de «Antoinette».