Tribuna

Cerdán, no nos falles

«Santos bulle bulle en las aguas hirvientes de la omertá»

Santos Cerdán, en el Congreso de los diputados
Santos Cerdán, en el Congreso de los diputadosEuropa Press

Con estos calores tórridos, en las noches tropicales de insomnio se piensa mucho, demasiado. Imagino que Santos bulle en las aguas hirvientes de la omertá, se cuece pensando si debe o no romper las reglas del silencio mafioso. Como ya no están de moda las palomas mensajeras, ahora manda recados vanguardistas, en modo cuestionario filtrado por sus abogados, alertando de que siempre es temible el testarazo del chivo expiatorio.

Cerdán, yo te comprendo. No es justo que el Follarín del Turia y el Tronchador de Troncos anden tan campantes, y sigan por ahí, de picaflores perdularios, sembrando el desconcierto en las filas del progreso. Parece que incluso entre los progresistas biempensantes hay clases. Por qué unos sí y otros no, debes preguntarte. No, no es justo, o todos moros (como desean algunos), o todos cristianos.

Sé que lo que más debe dolerte en el alma, como buen devoto siervo, es haber perdido el favor del Puto Amo caído del cielo. Ya se sabe que el mayor don que los dioses conceden a los hombres es un amo bondadoso. Sientes como un punzón ardiente que haya sido decretada tu irrehabitabilidad. Pero eso es lo que suele pasarle a quienes sirven a fulleros de mal envite, que siempre tienen un as bajo la manga. Y ahora el as eres tú, útil cortafuegos provisional, en previsión de daños mayores o de holocaustos más elevados.

Comprendo tu febril impaciencia por salir de la trena. Es suficiente penitencia. Ya has perdido esa pátina de honorabilidad que confiere haber sido llamado su señoría. Deseando estoy de desenmascarar a los hipócritas que se mueven en los sórdidos círculos del poder progresista, esos fariseos que se han agachado ya para recoger y arrojar la primera piedra del linchamiento. Tras sus encendidas manifestaciones de indignación, ocultan comportamientos aún más deleznables; entre ellos, no son menores las traiciones a los compañeros de partido.

Pero, sobre todo, tu situación es injusta porque tú, y eso te honra, no has recurrido, como tantos otros, a inventarse un curriculum. Tú siempre has llevado a gala, y haces muy bien, tu condición de electricista, tu título de FP1, sin rebozo ni vergüenza. Creo que por eso te designó el Gran Hermano con su dedo infalible como Secretario General, porque es sabido que su Sanchidad se complace honrando a los gremios más humildes e importantes, como el de los fontaneros y el de los electricistas. Prefiere la elementabilidad de un corazón sencillo, y así, suele escoger como servidores más cercanos a modelos puros de conducta, tanto más cuanto más obedientes, porque no dudan en descender al infierno más ardiente y fecal en defensa del Puto Amo.

Extraña en todo esto, oh sabio Melkart, que tantos políticos hayan tenido que recurrir, en la España actual, a falsear un grado universitario, cuando están a precio de saldo.

¿Qué son ahora los jóvenes «la generación mejor formada de la historia de España»? Mentira. La triste y palpable realidad es que con el esfuerzo que antes exigía sacar el COU, hoy puede obtenerse un flamante doble grado en una universidad pública (el de Papiroflexia y Organización de Eventos, pongamos por ejemplo).

¿Tan tarugos son nuestros políticos que ni ese esfuerzo pueden desplegar? No se entiende porque, por si lo anterior fuera poca facilidad, hoy operan en el Ruedo Ibérico chiringuitos amparados bajo el pomposo nombre de «universidades privadas», donde, previo pago, puede obtenerse casi cualquier diploma. Así encuentran las buenas familias la manera de graduar a sus vástagos de menor talento. Y si el chiringuito opera «on line», ya ni te cuento. Estamos en plenas rebajas de másteres habilitantes e incluso de doctorados (en Economía, pongamos por ejemplo). Por eso no sorprende que hasta la ministra de Universidades reste importancia a los títulos universitarios. Según ella, lo que cuenta es la «hoja de servicios». ¡Válgame Astarté en qué manos estamos!

En fin, entre los que aspiran al sacrificado arte de gobernar a los demás, parece que en este tiempo postmoderno el que no tiene un título es porque no quiere, o porque es tan soberbio que ni siquiera consideró necesario dejar de mamar de la ubre pública por unos días para rellenar los papeles y matricularse. O acaso fue por piedad, oh divino Melkart, porque como se sabe, la fe mueve montañas. Y si la fe mueve montañas, cómo no va a horadarlas para hacer túneles, que es mucho más fácil, sin necesidad de concursos públicos bien hechos ni mandangas de esas. Amparados en la fe común en su Sanchidad, muchos de sus putos esclavos se creyeron sabios, e incluso genios, como sin duda le ocurrió a la fontanera dicharachera… ¡Con qué ínfulas quería mover las voluntades de jueces, fiscales y guardia civiles! Igual se escapa de rositas, como el coronel Brighton se libró del sable de Auda abu Tayi, y deberá dar gracias a Baal Hammon porque, cuando la hizo fontanera no le dio cara de ingeniera.

Pero por mucho que te comprenda, fiel Cerdán, el más abnegado y conseguidor de los servidores, no puedo dejar de pedirte, de rogarte, que guardes religioso silencio. Sé fuerte, no dañes al Puto Amo, que tanto está haciendo por la resurrección de los cultos antiguos, y la revitalización de las costumbres del pasado. No cometas semejante sacrilegio. Todos nos debemos a fuerzas superiores, unos a dioses otros a demonios, a cuya sombra erramos. Solo los dioses, como nuestro divino Melkart, desde lo alto de su majestad, y sus profetas elegidos, saben qué nos conviene. Y ahora no, ahora no puede haber elecciones, ya se ha pronunciado su Sanchidad, no vaya a ser que se imponga la desacertada voluntad popular y salga del poder tan honrosa grey.