Opinión. Méritos e infamias

«Tribujena»

El megaproyecto urbanístico sólo se ha quedado en un papel y una agria polémica parlamentaria

Paisaje de las marismas del Guadalquivir de Trebujena, el área en el que se proyecta una macrourbanización, campo de golf y 300 viviendas
Paisaje de las marismas del Guadalquivir de Trebujena, el área en el que se proyecta una macrourbanización, campo de golf y 300 viviendasAgencia EFE

De pequeño una vez vi un barco navegando entre los carrizos y lanzando humo por la chimenea sin estar en el océano. Era un butanero enorme que apareció de improviso al levantar la cabeza para mirar al cielo, sin que nadie lo esperase. Todo se quedó congelado durante unos segundos mientras aquel mastodonte avanzaba sobre la tierra. Aquella visión milagrosa duró hasta que me contaron que no era un espejismo, que el agua del Guadalquivir casi nos rozaba los pies, que por allí empezaba a morirse el río, que no alucinaba. Entre aquellas marismas donde la gente se ganaba la vida mercadeando con anguilas en los años ochenta, al calor de un meandro, buscó Steven Spielberg las mejores puestas de sol, en un pueblo donde miraban con recelo a aquel americano de las barbas y las gafas que había rodado E.T.

Trebujena, «tribujena» como pronunciaba un compañero de instituto que vivía allí, se mantuvo fiel al PCE incluso hasta en los tiempos de Franco, con la tierra bien repartida entre los paisanos, al contrario que en el resto de la comarca, con pequeños cosechadores que vendían la uva a las grandes bodegas del marco, oliendo a buen mosto con los fríos de diciembre y enero cuando rompe en vino turbio; recibiendo en agosto a sus emigrantes en Alemania y Suiza cargados de marcos, nombrado como «el mejor pueblo del mundo» por Don Antonio Cabral en sus clases de Historia, con sus fiestas de los garbanzos y libertario carnaval, con la mitad de sus vecinos trabajando en el sector sanitario para orgullo de sus abuelos jornaleros… «Tribujena», medio escondida entre Jerez y Sanlúcar, es un bendito y desconocido milagro. Como aquellos barcos que salían de sopetón entre las yerbas, el megaproyecto urbanístico, que sólo se ha quedado en un papel y una agria polémica parlamentaria, nos sorprende a quienes pensamos, aliviados, que el futuro de ese lugar y de sus vecinos no tiene nada que ver con un modelo económico que ya fracasó con la cultura del ladrillo, especulando con el suelo, mercadeando con la pobreza y ofreciendo al final una miseria a los vecinos. Así no, y menos en «Tribujena».