Historia
Las claves: cómo Aragón levantó un nuevo Nápoles hasta convertirlo en joya del Renacimiento europeo
Alfonso V el Magnánimo, rey de la Corona aragonesa, conquistó esta zona italiana en 1442
El eco de la Corona de Aragón resuena aún en las bulliciosas calles de Nápoles. Entre la magnificencia del Vesubio y la vibrante vida del Golfo, se esconde un legado histórico y cultural que vincula a la ciudad italiana con nuestro país de una forma indeleble. Durante más de dos siglos, desde la conquista de Alfonso V el Magnánimo en 1442, el reino de Nápoles fue parte importante del dominio aragonés.
Alfonso V no fue un mero conquistador, por lo que no solo marcó el destino político de esta zona italiana, también convirtió a Napolés en epicentro del Renacimiento europeo. Como monarca-humanista que fue, este mecenas de las artes tuvo el firme propósito de convertir a la ciudad al sur de Italia en la joya de su imperio mediterráneo.
El Arco de Triunfo del Castel Nuovo es símbolo de esta etapa
Su corte se llenó de intelectuales, poetas y artistas, atraídos por un ambiente de fervor cultural y libertad creativa. Este esplendor fue continuado por su hermano y sucesor, Fernando I, quien mantuvo a Nápoles como una capital de primer orden. La ciudad se convirtió en un crisol de ideas, donde el arte gótico aragonés se fundió con las nuevas corrientes renacentistas italianas, dando lugar a un estilo único y grandioso.
El símbolo más palpable de este glorioso pasado es el majestuoso Arco de Triunfo del Castel Nuovo o también denominado Maschio Angioino. Esta imponente puerta, construida para conmemorar la entrada de Alfonso V en la ciudad, es una obra maestra del Renacimiento. Sus esculturas y relieves, que narran la victoria del monarca, son un testimonio de su visión y poder, y un punto de conexión visual entre Aragón y Nápoles. El arco no solo es un monumento, sino una declaración de intenciones que marcaba el inicio de una nueva era.
Hasta el napolitano se inundó de palabras españolas
Pero el legado aragonés no se detuvo en el arte y la arquitectura. El periodo de su dominación trajo una estabilidad política que impulsó la economía de Nápoles, fortaleciendo su papel como puerto comercial vital en el Mediterráneo. Las redes mercantiles y los intercambios culturales entre ambas orillas del mar se multiplicaron, enriqueciendo a ambas partes. El español se convirtió en una lengua de la élite, mezclándose con el napolitano y dejando su huella en el dialecto local.
Hoy, pasear por el centro histórico de Nápoles es caminar sobre las huellas de esta época. Las calles, plazas y antiguos palacios susurran historias de reyes aragoneses. Su herencia es un patrimonio vivo, un recordatorio de un tiempo en el que una misma corona unía a Zaragoza y a Nápoles, forjando un destino compartido. Este legado, menos famoso que el de los musulmanes en la península ibérica pero igualmente fascinante, invita a redescubrir la profunda e inquebrantable relación entre dos tierras unidas por la historia y el arte.