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El juego de abandonar la escritura

El poeta experimental Ignacio Gómez de Liaño cede gran parte de su archivo personal para la exposición “Abandonar la escritura” con la que el Museo Reina Sofía cierra su temporada de otoño

"Poema aéreo", encuentros de Pamplona, 1972
"Poema aéreo", encuentros de Pamplona, 1972Ignacio Gómez de LiañoMuntadas Studio

En un lugar situado entre la levedad de la página y el derrame incontrolable de la palabra habita la figura céntrica y excéntrica de Ignacio Gómez de Liaño. Este agitador de la vanguardia española encontró en las fisuras de mediados de los años 60 y principios de los 70 un particular hueco creativo en el que desarrollar con plenitud su recorrido como autor destacado en la práctica de la poesía pública y de acción. El grupo de vanguardia conocido como “Problemática 63” fue testigo privilegiado de los primeros pasos de este poeta rupturista cuya red de contacto con artistas extranjeros de la época, labor catalizadora y extensa trayectoria filosófica, artística y literaria recoge ahora el Museo Reina Sofía en la exposición “Abandonar la escritura”. Una muestra con la que la institución remata una temporada de otoño que comenzaba el 24 de septiembre con una aproximación a los colectivos de vídeo feminista en la Francia de los 70 encabezada por la activista Delphine Seyrig y ahora encuentra su particular fin de fiesta en la visibilización de los primeros pasos del arte experimental en España.

La comisaria de la exposición, Lola Hinojosa, aseguraba en la presentación oficial de la muestra que uno de los mayores retos a los que se han enfrentado desde el museo durante el planteamiento inicial del recorrido es la dificultad a la hora de conseguir “hacer partícipe al público”. “Todo el material cedido por Ignacio suponía desde el principio un auténtico desafío para nosotros por dos motivos principales. En primer lugar conseguir hacer una exposición de un archivo. Y en segundo hacerlo de un tema como la poesía experimental. Algo que por razones obvias de formatos, obras y contenidos no resulta nada fácil”. De igual modo la ingente cantidad de documentos, entre los que figuran cartas y escritos de diferentes momentos de la vida de Liaño, ha precipitado la decisión por cuestiones de dinamismo expositivo y espacio de mostrar un 90% de la obra donada.

Parcelado en cuatro partes diferenciadas, el recorrido arranca con una proyección. Desde el primer momento en el que el espectador se sumerge en la atmósfera desangelada de la cuarta planta, la escritura, tal y como la conocemos, se desvincula intencionadamente de su sentido primigenio de conductor del lenguaje para adquirir cualidades performativas que se alejan de lo práctico y se acercan poderosamente a lo artístico. La palabra ya no escribe. Ahora dibuja, se moldea, se adapta, se expande. “En el año 65, con apenas 18 años, tenía una agenda de más de 50 poetas internacionales”, apostilla Hinojosa. Uno de los integrantes del ramillete intelectual que rodeó al madrileño fue el poeta sonoro y editor independiente Henri Chopin, cuya amistad marcaría una parte importante de su vida y precipitaría la primera colaboración significativa de Liaño a través de un manifiesto cuyo nombre -que da título a la exposición-, “Abandonar la escritura”, fue publicado en “Ou”, una de las revistas internacionales de poesía más prestigiosas del momento centrada en la defensa de la exploración electrónica de la voz y el cuerpo en la que también colaborarían destacados dadaístas.

Textos mecanografiados, infinidad de cartas intercambiadas con, entre otros, un jovencísimo y explosivo Pedro Almodóvar, quien desde Londres le pregunta solícito al poeta si le ha crecido el pelo o le ha cambiado el rostro, notas sobre conferencias y lecturas, borradores, collages, instalaciones y documentos de diverso orden componen el envoltorio de una exposición que permite trazar un mapa de la escena experimental española vinculada a la poesía y la escritura que no solo ayuda a desmaterializar el objeto artístico. También invita a pensar la escritura como una herramienta de creación estética. Como un paisaje que nace para ser caminado con la idea de juego.

La ocupación de la calle como espacio público y la utilización de la viveza de la ciudad como escenario es otra de las propuestas que establece Liaño y que encuentra su máxima expresión en uno de los tramos finales del recorrido. Durante este periodo el poeta creó una serie de obras performativas que denominó “Pic-poems”, cuyas presentaciones en su mayoría tenían lugar en la galería Seiquer de Madrid. Se trataba de instantes que ocurrían en los rincones de los parques, en el trasiego de las plazas o en la pereza ligera de los cielos. “¿En qué consiste el ejercicio del espíritu sino en sacar al vacío del vacío, en sacarlo de su estado de “aburrimiento”, de “hartura”, y, sacándolo, exhibirlo en “diferencias” que lo desaburren?”, se pregunta el poeta en un prefacio expuesto en la última sala. Ahí radica la esencia de la poesía experimental y por ende de la relevancia de esta muestra. En la posibilidad de vaciar de contenido las palabras y reconvertirlas en objetos que se parecen, pero no son lo mismo. En participar en un juego del que, por primera vez, se desconocen las reglas.