La amenaza yihadista

Luto en Reino Unido

La primera ministra británica, Theresa May
La primera ministra británica, Theresa Maylarazon

Reino Unido se enfrenta de nuevo a las urnas después del referéndum sobre Europa en un estado de luto. “Entre Brexit y el terrorismo Londres está fúnebre total” me comenta un familiar residente en la capital británica. Theresa May anunció un adelanto electoral en abril con el viento a favor en las encuestas -le otorgaban una ventaja de 20 puntos sobre su rival Corbyn-, y con el objetivo de multiplicar la precaria mayoría de diecisiete diputados para navegar con determinación sobre las turbulentas aguas del Brexit. Pero, como dijo un primer ministro británico: “en política una semana es una eternidad”. May no introdujo en su ecuación los riesgos sobrevenidos y puede pagar por ello. Reino Unido vota este jueves con el trauma de dos atentados terroristas reivindicados por la organización terrorista Estado Islámico. La seguridad, un elemento secundario en estas elecciones generales marcadas por Europa, se ha convertido en un factor decisivo cuyo impacto en las urnas nadie se atreve a determinar.

A May se le aparecen los fantasmas de su pasado como ministra del Interior y la reducción de 19.000 efectivos que impuso a las fuerzas de seguridad británicas. Extremo que su rival izquierdista no ha tardado en utilizar. El terror es un arma política. May, igual que su predecesor Cameron en el referéndum sobre Europa, ha pasado de un estado de confianza a una guerra de nervios.

La líder tory ha protagonizado una campaña errática plagada de imprevistos. Antes del primer atentado en el concierto de Ariana Grande en Manchester, May ya se había dejado diez puntos de ventaja sobre Corbyn con una controvertida propuesta sobre los pensionistas bautizada como el “impuesto a la demencia”. La imperiosa necesidad de hacer sostenible el Estado del Bienestar no puede simplificarse en un impuesto sobre el patrimonio de las personas mayores (por el que ya han tributado toda su vida) para pagar sus gastos en el sistema de salud.

Después rebajó el nivel de alerta, de crítico a severo, y como en la peor de las profecías, se produjo el segundo atentado en Londres. El tercero en menos de 72 días. En todos ellos los actores implicados estaban o habían estado bajo radar de Scotland Yard. La presión sobre May es insoportable.

No obstante, el zarpazo del terrorismo internacional que recae ahora sobre Reino Unido -pero también se ha cebado sobre Francia o sobre España- podría servir de reflexión sobre aquello nos une como ciudadanos pertenecientes a sociedades libres y democráticas. Los británicos tienen la oportunidad de defender en las urnas sus valores y su estilo de vida. Hoy más que nunca las autoridades británicas deberían priorizar la coordinación con las fuerzas de seguridad europeas para hacer frente a esta amenaza compartida. La colaboración permite combatir de un modo más eficaz a este desafío poliforme y volátil que supone el terrorismo internacional.

Lamentablemente las dos fuerzas tradicionales, el Partido Conservador y el Partido Laborista, han caído en un liderazgo introspectivo desde dos polos ideológicos que, paradójicamente, como todos los extremos, convergen en algún punto. May ha priorizado el control de las fronteras y de la inmigración sobre la continuidad en el mercado común europeo, el mayor socio comercial de Reino Unido. Lo que un día se celebró como el gran éxito de Margaret Thatcher, al liderar la creación del mercado único europeo, hoy se dilapida para levantar muros. Desde los laboristas las políticas son incluso más preocupantes. La obsesión de Corbyn contra la globalización le alinean directamente con la ultranacionalista Le Pen o la extrema izquierda de Mélenchon. Corbyn ha borrado toda huella de la tercera vía de Blair, referencia, sin embargo, para el actual presidente de la República Francesa. El laborista quiere renacionalizar sectores industriales como el ferroviario y celebra sistemas putrefactos de América Latina como la tiranía del chavismo o de los hermanos Castro. El elogio al estatismo del Corbyn y, en menor medida, de May es una triste ironía de la historia. En especial, en una nación que ha hecho de su internacionalización y de su liberalismo la piedra angular de un sistema que ha traído años de prosperidad a sus ciudadanos. Reino Unido ha creado una de las economías más vigorosas de su entorno y eso le ha convertido en un polo de atracción del talento extranjero. Esta simbiosis, sin embargo, está ahora en peligro con las restricciones a la contratación de extranjeros.

Es cierto que la crisis financiera de 2008 ha golpeado de forma más severa en los sectores más débiles, pero eso no puede llevar a un país entero a moverse por la rabia. Hay que escuchar esa cólera y ofrecer soluciones sin caer en el populismo de brocha gorda.

Quien salga elegido de las urnas tendrá que satisfacer las ansias de seguridad de la población, pero también sentar las bases de la futura relación con Europa. Reino Unido no puede dejar de ser un país exportador de modelos e ideologías transversales para quedarse ensimismado. Desde aquí esperamos que apueste por la tradición más puramente británica de ofrecerse al resto del mundo y cooperar con él en vez de encerrarse con sus propios demonios.