
Historia
La increíble historia española que sobrevive en los pantanos de Estados Unidos
Los 'Isleños' de Lusiana llegaron hace siglos “para poblar” y defender una frontera. Se quedaron porque la vida encontró su ritmo entre mareas

Amanece sobre el bayou con olor a sal y café. En los porches de madera, alguien sacude redes de camarón, otra persona barre hojas, y en el saludo de “buenos días” asoma una cadencia distinta, arrastrada desde el Atlántico, la de los Isleños, descendientes de canarios que se quedaron a vivir allí.
No es una historia de museo, sino de cocina, de patios y de paciencia. En las casas bajas aún se cuece un caldo de pescado que recuerda a las abuelas; se cantan coplas que cuentan lo que pasó ayer, la broma de un vecino, la crecida del agua, el trabajo en el muelle. La identidad isleña aquí se vive.
Un viaje que no terminó
Llegaron hace siglos “para poblar” y defender una frontera. Se quedaron porque la vida encontró su ritmo entre mareas. De aquel cruce quedaron apellidos, recetas, un español que suena a casa aunque se mezcle con el inglés del turno de la noche. No todo fue fácil, porque había pantanos, mosquitos y pérdidas. Aun así, la historia siguió como siguen las cosas que no se rinden.
La cultura se pasa de mano en mano. Un mayor enseña a un niño a marcar el compás de una décima con los nudillos sobre la mesa; alguien apunta palabras en un cuaderno para que no se olviden; en una fiesta del barrio, las voces se animan y, por un momento, el español del pantano vuelve a llenar el aire. No hay solemnidad, solo risa, memoria compartida y ganas de quedarse un rato más.
Oficio, cocina y orgullo
El trabajo aquí es físico y directo, con redes, mariscos, embarcaciones que conocen de memoria la ruta del amanecer. Después, en la mesa, lo de siempte, mojo, arroz, pan caliente, historias de barcos y de huracanes contadas sin dramatismo, con esa forma isleña de nombrar lo duro para poder seguir. La herencia no está solo en un apellido, sino en el modo de cuidar al vecino, en arreglar lo que se rompe, en abrir la puerta cuando alguien llama.
Los Isleños han visto pasar tormentas que se llevan techos y fotos antiguas. También han visto cómo se vuelve a clavar un clavo, a pintar una pared, a colgar de nuevo los retratos. La resiliencia aquí no es palabra de moda. Es lo que se hace cuando baja el agua. Y cada reconstrucción trae lo mismo, canciones, comidas, risas y ese español que insiste en quedarse.
SerIsleño en 2025 es mezclar pasado y futuro. Por ejemplo, una niña que aprende una copla y, a la vez, hace un vídeo para compartirla; un joven que cocina como su abuela y lo cuenta en dos idiomas; una familia que guarda las palabras como quien guarda semillas. Nadie pretende congelar el tiempo, aquí, lo importante es que, pase lo que pase, la raíz siga viva.
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