Castilla y León
Adiós maestro
Obituario de José Jiménez Lozano
Se me ha muerto el maestro de toda una vida. El hombre más sabio e insobornable que nos quedaba. Estuve con José Jiménez Lozano hace apenas unos días. Fui a Alcazarén con el poeta Fermín Herrero, como otras veces, a acompañarle un ratico y disfrutar de una de nuestras charletas. Todo olía ese día, a despedida; a día señalado. Es tan grande el vacío que deja en mí, que todavía no me lo creo. Jiménez Lozano dedicó abundantes palabras a defender verdades eternas.
Doy gracias a Dios por su vida. Por el don de su amistad. ¡Cuántos pensares y sentires hemos compartido a lo largo de décadas! Cuando vine a Valladolid por primera vez en 1991, a hacerme cargo de la agencia EFE, mi mayor alegría era que podría estar más cerca del maestro. Ir a su encuentro fue lo primero que hice. ¡Qué dicha! Desde entonces hemos estado muy próximos el uno del otro.
Si la amistad es el plato fuerte de la vida, la mía con Jiménez Lozano, unida al disfrute de su ensayo, de su poesía, de sus novelas, de sus cuentos, de sus artículos, me ha hecho el que ahora soy. El hueco que deja en mí, será imposible de llenar. Si algo me enseñó Jiménez Lozano fue a amar aquellos que lucen por dentro sin adornarse por fuera. El maestro poseía un sentido de la piedad poco común. Se ponía fácilmente en la piel del otro.
Tenía la humildad de los que andan en la verdad. Era abulense. Amaba a Teresa de Jesús. Su vivir estuvo medulado en torno a esta gran verdad: «hacía y decía siempre lo que debía, y estaba en lo que hacía». Un hombre de incomparable coherencia de vida, su exquisita distancia de las apariencias o el postureo.
El Cervantes de Alcazarén era el primer nombre vivo de las Letras del mundo hispano. El escritor que mejor ha sabido conservar la dignidad y sencillez de nuestra lengua, y el respeto a los más humildes. Enemigo del puro ruido y acostumbrado a contrastar con la imaginación y lo real, en busca de certezas. La obra de Jiménez Lozano es un tesoro de nuestras Letras.
«Hay una generación orgullosa de no saber nada y que no quiere aprender nada», denunciaba el maestro, en estas mismas páginas de LA RAZÓN, hace casi veinte años, cuando este periódico echaba a andar. Y avisaba, para que nadie se llevara a engaño: «La política lo ha invadido todo: alma, arte, sensibilidad, razón. Todo es una cuestión política y eso puede conducir al totalitarismo».
El maestro era un humanista inquieto por la convivencia, la educación, la Historia y con todo lo que tiene que ver con nuestra civilización: «nuestra cultura es cristiana y hay que tenerlo en cuenta. Pero hay quien derribaría hasta las viejas catedrales. Es sobrecogedor».
Conocía, como pocos, el espíritu del hombre. Así prevenía José Jiménez Lozano de algunos de los males que ahora nos golpean, antes de que nadie lo hiciera: «Las cosas materiales las resuelve la ciencia, para las espirituales no hay todavía ninguna fórmula mágica».
Es incancelable la deuda de esta tierra nuestra, Castilla y León, con este abulense universal, capaz de decir cosas como esta: «No estoy tan seguro de que a esta tierra la haya aplastado la historia, según se dice, como de que los hombres de ella han utilizado más de una vez esa historia como escudo de una enorme indiferencia, y un senequismo amargo».
Jiménez Lozano fue un escritor valiente y fecundo, que aupó un mundo mejor, más noble, más vividero. Un hombre coherente, que pasó haciendo el bien y alumbró a muchos. Nos queda
para siempre, para siempre, la antorcha luminosa de su obra. Adiós, maestro, hasta la eternidad.
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