Obituario
Andrés Vázquez Castán (1938-2024): adiós a un dandi vallisoletano
Le hubiera gustado escribir una novela o dirigir una película. Sé cómo la hubiera titulado. “La leyenda del santo vividor”
No necesitó ir a la Universidad para ser un sabio. No necesitó ser una estrella para brillar como pocos. Hijo de un vividor, primo de artistas, actores y futbolistas, padre de periodistas y maestro de la vida hasta el último aliento, hasta el último suspiro. Amaba la existencia tanto como a su Valladolid donde nunca se cansó de presumir de la calle Renedo que alumbró su nacimiento.
Aquí fue mancebo, pintor de brocha gorda, recluta en Villanubla, hostelero, carretillero en FASA , “baratero ” en los corros de las chapas y camionero de los buenos hasta que su corazón dio el primer aviso. Sirvió sus primeros “chatos” de clarete en la cantina familiar de Zaratán, acompañó a nuestros soldados en El Aaiun hasta que la “marcha verde” lo devolvió a casa y acabó poniendo pinchos de lechazo en Traspinedo. Hizo las maletas para buscarse la vida en Cataluña, pero la nostalgia de la Esgueva y el Pisuerga y el recuerdo de la niebla castellana era mucho más fuerte. Amaba la vida y amaba su ciudad. Valladolid.
Tenía nombre y apellidos de torero y siempre se tomó la vida como una gran faena soñando con abrir la puerta grande del coso de Zorrilla. En los bares le preguntaban “¿Qué quieres Andrés?. Vivir”, contestaba con su eterna sonrisa pícara. Con su gorra calada y ese eterno aire de dandi castellano. Era un chulapón de Valladolid. Un tipo carismático que llenaba el espacio que pisaba con su ironía, con su fino humor, su refranero propio, -sí porque era solo suyo-, y su inabarcable sabiduría aprendida en las calles de la posguerra vallisoletana.
Pucela le echará de menos porque tipos como él ensanchaban y agrandaban una ciudad siempre necesitada de buenos embajadores. Se bebió la noche vallisoletana mientras pudo y dejó un gigantesco reguero de amigos que le apreciaban y admiraban.
Pasó mucho frío en el viejo y el nuevo Zorrilla animado al Pucela. Sufrió y disfrutó en el Pepe Rojo con el Chami de su vida. No faltó ni una sola vez a la romería del Carmen y, cada año, bailó a la virgen a los sones joteros de la dulzaina y el tamboril. Las plazas de la ciudad se llenaban de corros en los años 50 y 60 y la muchedumbre embelesada y curiosa preguntaba. “¿Qué pasa? Está bailando Andrés”, respondía su hermano.
Era un gran conversador y un personaje novelesco. Hablaba mucho y bien y, sobre todo, sabía escuchar. Embaucador y zalamero de los honestos. De la estirpe de buenas personas que no conocen la maldad.
A Andrés Vázquez Castán le hubiera gustado escribir una novela o dirigir una película. Sé cómo la hubiera titulado. “La leyenda del santo vividor”. Nadie amaba tanto la vida como “Andresín”. Papá, descansa en paz.
Óscar Vázquez Carnero, subdirector Antena 3 Noticias
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