Cultura

El faro cultural de Tierra de Campos

La visión de Mariano Olcese transforma la localidad de Abarca de Campos en epicentro cultural con una colección de grabados de Barceló o Miró que unen tradición y contemporaneidad

La visión de Mariano Olcese transforma el pueblo en epicentro cultural con una colección de grabados de Barceló o Miró que unen tradición y contemporaneidad
La visión de Mariano Olcese transforma el pueblo en epicentro cultural con una colección de grabados de Barceló o Miró que unen tradición y contemporaneidadLeticia BurónIcal

Abarca de Campos, un diminuto enclave en la vasta planicie de la Tierra de Campos palentina, con apenas un puñado de habitantes, suma estos días un nuevo latido cultural a su silenciosa existencia.

El Museo de Obra Gráfica, impulsado por el galerista y coleccionista Mariano Olcese. Una galería dedicada al arte construido ex profeso para albergar una selección de piezas que recorren la obra gráfica de finales del siglo XX e inicios del XXI.

Con 33 obras, esta iniciativa no solo rescata del olvido una colección acumulada durante décadas, sino que posiciona a este pueblo como un imán para los amantes del arte en el medio rural, complementando la ya consolidada presencia de la Fundación Francis Chapelet.

Mariano Olcese, el artífice de este proyecto, reside en Abarca desde hace años, atraído por la serenidad de este rincón de Castilla. Su trayectoria como director de la Galería La Maleta, primero en Madrid y después en Valladolid, le permitió forjar una colección que hoy supera las 250 piezas.

"Vivo aquí en Abarca de Campos", explica Olcese con sencillez, y recuerda cómo la idea surgió de la necesidad de dar salida a grabados, litografías y serigrafías que acumulaba en carpetas y almacenes. "Fui coleccionando a través de la galería, que era mía, y después de muchos años, llegó el momento de exponerlo aquí, en el pueblo". No se trata de un capricho nostálgico, sino de una decisión meditada: rescatar del anonimato obras que, de otro modo, permanecerían ocultas, y al mismo tiempo, inyectar vitalidad cultural a una zona que ya cuenta con una línea marcada en ese ámbito gracias a la Fundación Chapelet, sus órganos y conciertos en la iglesia parroquial.

Abarca, con su arquitectura de adobe y sus calles empedradas que parecen detenidas en el tiempo, no es un lugar obvio para un museo de arte contemporáneo. Sin embargo, Olcese ve en esta aparente desventaja una oportunidad.

"Es un granito más para aportar a lazona de Tierra de Campos", dice a Ical, y reconoce el orgullo que genera este impacto colectivo entre los residentes.

El pueblo ya goza de un reconocimiento como enclave musical, pero sumar arte gráfico histórico amplía el espectro: "Si se puede conjugar música y arte, arte gráfico, estaría realmente bien". La proximidad con otras localidades, como las de Paredes de Nava, con su auditorio vibrante y programación constante, sugiere un efecto dominó: una "mancha de aceite" que se expande, fomentando movimientos poblacionales y turísticos en la comarca.

La colección inaugural es un mosaico representativo de la plástica española reciente. Nombres como Joan Miró, Antoni Tàpies, Miquel Barceló y Juan Úrculo conviven con Eduardo Chillida, José Guerrero, Juan Genovés o José María Navarro. No faltan presencias internacionales: el japonés Takashi Murakami, el italiano Bruno Munari o Valerio Adami aportan un toque global.

"Hay nombres bastante importantes a nivel nacional de la segunda mitad del siglo pasado y principio de este", detalla Olcese. Entre las piezas, destaca una litografía original de Antonio López, la última adquisición, que captura la esencia minuciosa del realismo hiperbólico. Todas son originales, firmadas por los autores, lo que las distingue de meras reproducciones y las eleva a objetos de culto para coleccionistas.

José Jiménez Lozano, Premio Cervantes, irrumpe en esta nómina con una singularidad: no como pintor, sino como creador de collages en cuadernos que Olcese editó en su galería.

Estos trabajos, editados en su momento por La Maleta, fusionan texto y imagen en un diálogo introspectivo, recordando la tradición literaria de un autor que exploró los límites del medio visual. La selección de estas 33 obras no fue aleatoria.

"La firma, en primer lugar, y segundo, mi gusto personal", confiesa Olcese. De entre varias piezas de Luis Gordillo, por ejemplo, eligió un grabado collage que resuena con su sensibilidad. "De varias obras, es una forma de seleccionar: firma del artista y criterio personal". Esta curaduría personal imprime al museo un sello íntimo, como si el visitante transitara por los recuerdos de un coleccionista apasionado.

El edificio en sí es un protagonista discreto pero esencial. Construido como una nave de planta baja en el corazón del pueblo, no es un espacio reciclado, sino diseñado desde cero para la colección. El interior, de líneas limpias y iluminación natural que resalta las texturas del papel y el metal, incluye un tórculo –esa prensa tradicional para grabados– que no solo adorna, sino que invita a la acción.

Aquí se impartirán los talleres previstos: iniciación en técnicas como el aguafuerte, donde el ácido muerde la plancha, o la serigrafía, con sus tintas planas y vibrantes. "Tenemos un tórculo y podemos hacer algo con él", planea el fundador, visionando sesiones para locales y visitantes de pueblos cercanos o incluso de la capital.

Operativamente, el museo arranca con humildad. Las visitas se coordinan por cita previa, gestionadas personalmente por Olcese, quien atiende llamadas y ajusta horarios a sus desplazamientos. "Al principio está costando un poco", admite, pero la calidez del trato compensa las limitaciones logísticas. En estas primeras semanas, las novedades atraen curiosos, y cada incursión se transforma en una visita guiada.

El recorrido desmitifica el proceso: se muestra cómo se ejecuta un grabado, la huella en el papel, las diferencias con collages o litografías. "Con el tórculo allí mismo se puede explicar cómo son las planchas, cómo se trabaja el ácido". Los visitantes, receptivos, se llevan no solo imágenes, sino una comprensión nueva del arte abstracto –expresionismo abstracto o geométrico, como en la pieza de Palazuelo–, que en entornos rurales puede resultar esquivo por su falta de referentes inmediatos.

Este enfoque didáctico es clave para el impacto esperado. En una zona donde "el tema de la obra gráfica o del arte contemporáneo ya es difícil en la capital, pues en los pueblos mucho más por el desconocimiento", Olcese apuesta por la paciencia. "Poco a poco se puede ir aprendiendo".

Predomina lo no figurativo, lo que complica la conexión inicial, pero las explicaciones personalizadas abren puertas. La experiencia ideal para un no iniciado: descubrir que estas obras, con su economía de medios, encierran universos enteros. "Lo van entendiendo y poco a poco se puede hacer esa labor didáctica".

Mirando al futuro, la rotación es el alma del proyecto. Con múltiples obras por artista –seis o siete de Arroyo, por ejemplo–, se renovará la exposición cada seis meses. "Tenemos colgado solo una y permite que cada seis meses se pueda renovar y se puede volver a visitar, porque si no el museo quedaría muerto la primera visita y ya no vuelves". Temáticas específicas enriquecerán el calendario: exposiciones monográficas de artistas de Castilla y León, o repeticiones de autores icónicos con piezas inéditas. Los cursos de grabado atraerán a participantes de la comarca o Valladolid, potencialmente impulsando el alojamiento rural –escaso en público, pero con margen para hostales o viviendas turísticas–.

La colaboración late en el aire

La Fundación Francis Chapelet, vecina literal del museo, representa un aliado natural. "La colaboración está abierta", asegura Olcese. Programas cruzados –visita al museo seguida de un concierto, o viceversa– son factibles, especialmente con el piano instalado en el espacio expositivo, listo para recitales íntimos. "Algo así sería factible.

Aquí también tenemos un piano que se podría utilizar para dar algún pequeño concierto". Esta sinergia podría tejer una red cultural que dinamice la España vaciada, combatiendo el éxodo con atractivos que arraigan o, al menos, generan flujos visitantes.

A medio y largo plazo, el museo aspira a ser catalizador. "Se podría formar una especie de mancha de aceite que se expanda a varios pueblos de alrededor y eso estaría bien", vislumbra Olcese, aludiendo a Paredes de Nava como modelo. Complementado con turismo gastronómico o rutas por la Tierra de Campos, podría fomentar arraigo poblacional o, como mínimo, movimientos estacionales. La experiencia de La Maleta, con sus "muchísimos años de experiencia", guía esta evolución: seleccionar obras que merecen la pena, pensando en un futuro expositivo.

En el cierre de su reflexión, Olcese envía un mensaje universal: el arte no es privilegio urbano. "Es una iniciativa que puede tener buena acogida porque siempre he dicho que el que quiere visitar, el que quiere ir a un sitio específico, recorre 200 kilómetros que va a ese sitio. Lo mismo puede pasar con el arte". Ejemplifica con la disposición a viajar al Prado por Veronese o a Madrid por Sorolla.

"Si quieres ver una exposición, vas y la contemplas y aquí podría pasar lo mismo ya que está cerca de la capital y puedes venir a ver una litografía original de Antonio López", señala.

Este museo, en su modestia, encarna una resistencia poética contra la uniformidad. Abarca de Campos, con Olcese a la cabeza, no busca ser el próximo Bilbao, sino un refugio donde el grabado susurre historias en la quietud de la meseta.

En un mundo acelerado, invita a detenerse: a mirar de cerca la huella de un ácido en el papel, a conectar con lo abstracto en lo concreto de un pueblo. Y así, poco a poco, la Tierra de Campos se tiñe de tinta y cultura, recordándonos que el arte florece donde menos se espera.