Sociedad
El monasterio salvado de las ruinas que aspira a ser motor económico con un café y posada
El objetivo es dotar al cenobio de nuevos usos en un proyecto muy ambicioso que incluye la posibilidad de crear cocinas y abrir un café y una posada.
El Monasterio de Santa María de Rioseco, una joya cisterciense del norte de Burgos que fue rescatada de las ruinas gracias al voluntariado, y que recibe anualmente 50.000 visitas, aspira a convertirse en motor económico gracias a proyectos como la apertura de un café y una pequeña posada en un enclave único del Parque Natural Hoces del Alto Ebro y Rudrón.
Se trata de ver el patrimonio como una oportunidad para los pueblos frente a la despoblación, como valor añadido más allá del turismo, que incluye propuestas culturales, educativas y empresariales, negocios que generan empleo, ha asegurado a EFE José Miguel Gutiérrez, presidente de la Fundación Rioseco.
Cuando se cumplen 15 años del inicio de la iniciativa ‘Salvemos Rioseco’, y mientras siguen avanzando los trabajos de rehabilitación de este Bien de Interés Cultural (BIC), el objetivo es dotar al cenobio de nuevos usos en un proyecto muy ambicioso que incluye la posibilidad de crear cocinas y abrir un café y una posada.
“Queremos que el monasterio genere empleo, porque eso es bueno para la comarca de Las Merindades", ha insistido Gutiérrez, que recuerda que ya cuentan con una jornada y media contratada para atención a visitas y el mantenimiento, y defiende que Rioseco tiene que ser un “motor de vida para el medio rural”.
La fuerza del voluntariado
La historia de cómo el Monasterio de Santa María de Rioseco, en el Valle de Manzanedo, pasó de estar sepultado entre ruinas y maleza a convertirse en un referente del patrimonio cultural de Castilla y León se resume en un proyecto de voluntariado único, que garantiza su propio futuro más allá de las ayudas institucionales -y puntuales- que haya podido y pueda recibir.
“Cuando entré por primera vez tuve que pedir a los vecinos que me ayudasen a encontrar el monasterio porque era imposible saber dónde estaba”, recuerda Gutiérrez, y prosigue buceando en su memoria: “fuimos con una guadaña abriéndonos paso entre la maleza porque no había ni camino, pero era fascinante, era como estar en plena selva y encontrar unas ruinas”.
La Asociación Cultural Salvemos Rioseco nació en 2010 para, con un grupo de voluntarios, empezar a recuperar el monasterio, y campaña a campaña han conseguido rehabilitar la iglesia, el claustro, la sala capitular, la hospedería o el huerto, además de descubrir canalizaciones o crear un jardín renacentista.
Quince años después, el perfil de Santa María de Rioseco vuelve a ser el de un monasterio cisterciense, , que combina usos turísticos con actividades culturales, talleres de cantería o acciones formativas, como las que se imparten en el aula educativa y junto con universidades de Burgos, Valladolid y Madrid.
La torre del Abad y un nuevo aparcamiento
Las excavaciones de este año se han centrado en la zona trasera del jardín renacentista y la torre del Abad; también en la trasera de la iglesia, donde han localizado un pequeño foso empedrado y una bóveda enterrada en el suelo, y además han reacondicionado el aula, restaurado una cómoda y cambiado algunas de las puertas de madera del monasterio.
Rioseco ha estrenado también un aparcamiento con capacidad para cien coches y dos autobuses, que se ha acondicionado en una parcela adquirida, con el objetivo de dar seguridad a los visitantes -más de 50.000 cada año-, que hasta ahora tenían que aparcar en los accesos y hasta en los laterales de la carretera.
Juan Miguel Gutiérrez explica que el objetivo último es habilitar un acceso directo desde al aparcamiento al monasterio, para lo que requieren de un estudio topográfico y una escalera que salve la pared vertical del cenobio.
El presidente de la Fundación Rioseco reconoce que haber llegado tan lejos les hace concebir otros sueños, y en mente tienen también tratar de localizar por ejemplo el lavadero o el potro, de los que conocen su existencia gracias a los testimonios de los más mayores, los últimos que pisaron el monasterio antes de que se cerrara la iglesia en los años 60 del siglo pasado.