Sociedad

El museo de la radio con históricas reliquias que emocionan desde un pequeño pueblo palentino

La colección, impulsada por Jesús González, supera los 1.500 objetos y es un mosaico conmovedor de la evolución humana a través de la tecnología

Jesús González, su devoto responsable y guardián incansable, alberga más de 1.500 reliquias sonoras restauradas con pasión en Villaluenga de la Vega
Jesús González, su devoto responsable y guardián incansable, alberga más de 1.500 reliquias sonoras restauradas con pasión en Villaluenga de la VegaLucía BurónIcal

En un pequeño rincón de la provincia de Palencia, donde muchas veces las ondas apenas llegan con fuerza se encuentra situado el Museo de la Historia de la Radio y las Comunicaciones de Villaluenga de la Vega.

Hace 18 años, en 2007, un hombre humilde llamado Jesús González Martínez, vecino de la cercana Saldaña, decidió que su devoción por las ondas hertzianas no podía confinarse a un rincón polvoriento de su hogar familiar. Aquel almacén remodelado, con sus paredes encaladas y su aroma a madera antigua, se transformó en un santuario. No un mero depósito de aparatos oxidados, sino un puente vivo entre el pasado y el presente, un lugar donde las voces del ayer susurran secretos al alma del visitante. Hoy, en su mayoría de edad, este museo no es solo un hito cultural en la provincia; es un testimonio emotivo de cómo la pasión individual puede encender chispas de maravilla colectiva.

Imagine entrar en ese espacio modesto, de apenas 200 metros cuadrados, y sentir cómo el tiempo se detiene. El zumbido sutil de un viejo receptor de los años 30 te envuelve como un abrazo lejano. Jesús, con sus ojos brillantes como diales iluminados, le recibe con una sonrisa que desarma cualquier prisa.

"Lo que me mantiene aquí, día tras día, es ver esa cara de satisfacción y emoción en los visitantes", confiesa con una voz cargada de una ternura que parece salida de un locutor de antaño. En estos 18 años, más de 3.000 almas han cruzado su umbral: escolares de ojos curiosos de los colegios de la comarca, jubilados que reviven domingos familiares al calor de la radio, aficionados entendidos que debaten sobre válvulas y transistores, y hasta extranjeros que tropiezan con esta joya en su ruta por España. Cada uno se lleva un pedazo de historia, pero deja atrás una lágrima o una risa que alimenta el alma de Jesús.

La génesis de este museo es una historia de amor puro, de esos que nacen en la infancia y se niegan a apagarse. Jesús, un electricista de formación y un soñador de vocación, creció rodeado de radios en su casa de Saldaña. "Desde pequeño, tenía cuatro, cinco, siete aparatos.

Al principio, en casa, pero llegó un momento en que o les daba forma o ya no cabían", recuerda a Ical. No era un coleccionista obsesivo, de esos que persiguen números de serie como trofeos.

"Los coleccionistas sufren si les falta el modelo del 51. Yo no. Yo conservo, recojo, expongo. Soy un amante de la radio en sí, de lo que sale por las ondas y de lo que ha conservado la historia gracias a ellas". Esa distinción es clave: su museo no es un catálogo frío, sino un relato emotivo de cómo la radio ha sido compañera de alegrías y penas, de guerras y paces.

La colección, que supera los 1.500 objetos, es un mosaico conmovedor de la evolución humana a través de la tecnología. Desde receptores de galena de 1895 -esos artilugios rudimentarios que captaban susurros del éter con un cristal y un alambre- hasta radios Wi-Fi modernas que sintonizan 40.000 emisoras globales vía internet.

Hay más de 600 receptores de radio propiamente dichos, datados desde 1926 hasta la era digital, en todos los tamaños, materiales y acabados imaginables: desde elegantes aparatos de caoba de los años 30, con diales que marcan "Berlín" o "Polonia" como promesas de mundos lejanos, hasta compactos transistores de los 70 que caben en una palma. Jesús no discrimina. "Hay aparatos con muchísimo valor histórico y otros que ves en un contenedor y no los coges. Pero todos son radios, todos cuentan una historia".

Entre las joyas que más emocionan, destaca una radio de capilla de 1931, el "icono del museo", como la llama su guardián. Es una pieza frágil, con su caja de madera tallada como un relicario, que evoca misas radiadas en tiempos de posguerra, cuando la radio era el único lazo con lo divino y lo humano. "Es una joya para mí", dice Jesús, y su voz se quiebra un instante. Luego, con un guiño, menciona la radio de su abuela, esa que llenaba la cocina de cuentos y seriales, o la suya propia de la infancia. No compra piezas; las recibe como herencias del alma.

"La mayoría están donadas o cambiadas. Siempre recuerdas a la persona que te la dio: aquella que se quedó 15 días en casa y te dejó sin radio, o el amigo que te la regaló antes de partir".

Colaboradores anónimos han tejido esta red: Rafael Carriedo cedió parte de su colección; otros trajeron anuncios de los 40, discos de pizarra rayados por el tiempo, libros técnicos amarillentos. Hasta el Ayuntamiento de Saldaña y el Grupo de Acción Local Páramos y Valles han tendido una mano, restaurando el edificio con subvenciones que Jesús agradece como "un abrazo colectivo".

Pero el museo trasciende los objetos inertes. Es un espacio vivo, donde los visitantes no solo miran, sino que escuchan, tocan, sienten. Fragmentos de sonidos históricos brotan de altavoces restaurados: el gol de Di Stéfano en un Mundial lejano o el bolero de Celia Cruz que cruzaba océanos. Puede conocer a los pioneros -Marconi, el inventor soñador; o locutores palentinos que forjaron identidades locales- a través de paneles que narran sus vidas como epopeyas.

Y para los más jóvenes, talleres de radio que despiertan pasiones dormidas. "Hicimos 20 programas con niños de la escuela", relata Jesús.

"Les encantó grabar, pero les costaba el silencio: '¿Por qué hay que estar callados?'. Fue una lección hermosa. La radio no se acabará nunca; es solo una más en el mar de cosas que aprender, pero deja un recuerdo inolvidable". Esos niños, ahora adolescentes, regresan a veces con padres orgullosos, y el ciclo de la emoción se cierra.

Uno de los atractivos que más roba suspiros es la recreación de un estudio de radio de los años 70, donado por Radio Nacional de España en Palencia cuando desmantelaban sus instalaciones.

Tocadiscos giratorios, magnetófonos que devoran cintas, micrófonos plateados como cetros, y un panel de mezclas que parece un puente de mando estelar. "Me llamaron y fui a rescatarlo todo", explica Jesús.

"Desde allí hemos emitido talleres con niños; es como revivir la época en que la radio era el alma de las tardes". Al lado, una sala de exposiciones temporales se renueva cada semestre: ahora, objetos RFID y ordenadores personales conviven con una colección de más de 3.000 modelos de teléfonos móviles en un cartel inmenso, desde los ladrillos de los 80 hasta smartphones que caben en un bolsillo.

Hay miniaturas de radios que parecen juguetes de hadas, una emisora de un caza del Ejército -un guiño a la radio militar que salvó vidas en conflictos-, y hasta radios de emergencia usadas en la Guerra de Ucrania, recordándonos que las ondas no solo entretienen, sino que salvan.

La radio, para Jesús, es un hilo conductor de la historia humana. Nació en 1895 como experimento de aficionados, se estandarizó en los 20 con las primeras emisoras comerciales, y explotó en los 30 como fenómeno masivo.

Pero también fue arma: "En la Guerra Civil, entró capital alemán; fue un experimento de propaganda que se copió en la Segunda Guerra Mundial. Alemán primero, aliados después". La radio unió familias en la posguerra, amplificó dictaduras y, hoy, lucha por sobrevivir. "La onda media desaparece.

La onda corta está amenazada, solo una emisora en España. Y la FM cederá a la DAB+ en diez años. Es una pena", suspira. Pero su optimismo brilla: menciona la banda meteorológica para emergencias -"En EE.UU. y Asia, ayuntamientos emiten avisos: ‘Quédense en casa’- y radios por satélite que permiten a inmigrantes oír la voz de su aldea argentina o argelina. "La radio Wi-Fi es una maravilla: 40.000 emisoras en un dial, sin ratón ni teclado. Conecta a internet y viajas el mundo".

Sin embargo, estos 18 años no han sido solo sinfonía; hay notas discordantes. "Los primeros cinco años fueron un sueño: autobuses de colegios, visitas masivas. Ahora decrece", admite Jesús, con un velo de tristeza. "Ahora la gente quiere verlo en media hora y marchar", aunque él insiste en hora y media. "Necesitas tiempo para inocularte de sabiduría, para escuchar audios, entender frecuencias". Pero no se rinde.

El Museo de la radio de Villaluenga de la Vega alcanza la mayoría de edad susurrando a través de las ondas
El Museo de la radio de Villaluenga de la Vega alcanza la mayoría de edad susurrando a través de las ondasLucía BurónIcal

En este aniversario, Jesús hace balance con el corazón en la mano. "Estoy muy contento de compartir mi afición. He invertido horas infinitas, con la ayuda de mis padres, amigos, conocidos. Es un éxito vital: que estas radios se vean, que cualquiera las admire". No busca hermanamientos con otros museos -el de Luis del Olmo en Ponferrada le gusta, pero es "un homenaje a él, no a la radio pura"; otros, como los de Tordesillas o Peñafiel, cerraron-, sino conexiones humanas.

Presta radios a semanas culturales, explica en escuelas, organiza la Semana de la Radio en Saldaña. "No es el número de visitantes; es que la colección exista". Visitar este oasis sonoro es relativamente fácil llamando al 645 031 502 reservando cita para poder visitar las instalaciones de martes a domingo en horarios de mañana y tarde.