Miguel Hernández
Cuando Miguel Hernández se quedó sin mar
Una casa de subastas de Madrid recupera el testimonio gráfico del paso del poeta por la capital catalana
En 1937, cuando la Guerra Civil ya había enseñado su peor cara, las armas y las letras iban en común matrimonio. Si hubo un autor que desde el primer momento quiso mostrar su apoyo a la República tras el golpe de Estado, ese fue Miguel Hernández. Comprometido política y socialmente, en su libro «Vientos del pueblo» expuso de manera lírica cual era su posicionamiento en ese tiempo, algo que acabaría llevándolo a la cárcel tras el final del sangriento conflicto bélico.
Precisamente fue la guerra la que propició que el autor de «Perito en lunas» se preocupara de apoyar a aquellos que sacrificaron su vida por aquella causa. Uno de ellos era el periodista cubano Pablo de la Torriente que cayó muerto en el frente, en Majadahonda, el 19 de diciembre de 1936. En enero de 1937, sus restos fueron trasladados hasta el nicho 3.772 del cementerio de Montjuïc, en Barcelona. Miguel Hernández viajó hasta la capital catalana para ser testigo de ese acto.
Hay un documento que recuerda el paso de Miguel Hernández en ese momento por Barcelona. Se trata de una conocida fotografía en la que el autor de Orihuela aparece flanqueado entre dos amigos suyos: Antonio Aparicio Herrero y Juan Arroyo. La imagen original sale ahora a subasta en Madrid, en El Remate con un precio de salida 850 euros, y contiene una anotación hasta la fecha desconocida del autor de «El rayo que no cesa». La fotografía, muy probablemente realizada por un artista callejero, fue regalada al también escritor Antonio Aparicio y eso lo sabemos por las anotaciones que Hernández y Arroyo dejaron en el reverso. El poeta apuntó «En una mena [?] de Barcelona, sin Pablo ya, y a punto de quedarnos sin mar» mientras que Arroyo, un militar republicano, escribió una sencilla dedicatoria: «Al amigo Aparicio».
¿Cuándo se tomó la fotografía, una de las más célebres sobre el Miguel Hernández de los años bélicos? Tenemos una buena pista en las páginas del diario «La Vanguardia» del 3 de enero de 1937. En ese momento aparecía una breve nota en la que se informaba que «en uno de los frentes de Madrid ha caído bajo la metralla fascista el luchador cubano Pablo de la Torriente. Pablo, además de combatiente, era corresponsal de «El Machete», de Méjico, y de «La Bandera Roja», de La Habana. Su cadáver será trasladado a Barcelona y expuesto durante dos días en el local del Comité IberoAmericano, Rambla de las Flores, 6». Ese mismo día Hernández, Aparicio y Arroyo se plantan ante la cámara de un fotógrafo callejero, parece que en el puerto de Barcelona, casi delante de la estatua de Colón que quedaría cortada a la izquierda de la imagen.
Para Miguel aquel fue un momento especial. A Pablo de la Torriente lo había conocido unos pocos meses antes. De ese encuentro hay constancia en una carta redactada por el cubano y donde cuenta que «El día 23 creo que lo pasé todo en A lcalá . Descubrí un poeta en el batallón, Miguel Hernández, un muchacho considerado como uno de los mejores poetas españoles, que estaba en el cuerpo de zapadores. Lo nombré Jefe del Departamento de Cultura, y estuvimos trabajando en los planes para publicar el periódico de la brigada y la creación de uno o dos periódicos murales, así como la organización de la biblioteca y el reparto de prensa. Además planeamos algunos actos de distracción y cultura. Y con él me fui después a ver algunas casas famosas de Alcalá». Los dos, junto con Antonio Aparicio, idearon un periódico destinado a la propaganda, «Al ataque». Pablo pensaba que no solamente se tenía que informar sino que había que coger el fusil y lanzarse a luchar contra el fascismo, pese a las consecuencias que pudiera tener para su vida aquella aventura. Él lo pagó con la vida y durante varios días su cadáver quedó abandonado, a la espera de ser rescatado. A Miguel le impactó todo aquello, algo que se transmite en los versos de su «Elegía segunda» dedicada al amigo muerto:
“«Me quedaré en España, compañero,/ me dijiste con gesto enamorado./ Y al fin sin tu edificio trotante de guerrero/ en la hierba de España te has quedado./ Nadie llora a tu lado:/ desde el soldado al duro comandante,/ todos te ven, te cercan y te atienden/ con ojos de granito amenazante,/con cejas incendiadas que todo el cielo encienden».
La fotografía es un resumen de lo que fue ese tiempo en el que Miguel Hernández perdió el mar.
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