Entrevista

Abilio Estévez: «No tengo esperanza en volver a Cuba porque la isla que conocí no existe»

El escritor publica el libro de relatos «Cómo conocí al sembrador de árboles»

El escritor cubano, Abilio Estévez, ayer, en Barcelona
El escritor cubano, Abilio Estévez, ayer, en BarcelonaMiquel GonzalezMiquel González / Shooting

Abilio Estévez hace tiempo que dejó atrás su querida isla de Cuba. Sin embargo, el recuerdo perdura en las páginas de sus libros. Eso es lo que se puede encontrar en su último trabajo, «Cómo conocí al sembrador de árboles», publicado por Tusquets. Es una colección de cuentos que tiene como eje el recuerdo de lo que fue una isla que ya parece irrepetible. Estévez, quien en la actualidad vive y trabaja en otra isla, en Mallorca, habló con este diario.

¿Su nuevo libro es sobre el paraíso perdido?

No es sobre un paraíso perdido: es fundamentalmente sobre el paraíso perdido. Este es un libro que trata sobre una pérdida, sobre la necesidad de buscar ese lugar que se perdió y que desapareció y que uno ya sabe que es de manera definitiva. Creo que es un libro sobre la errancia, sobre el perder tu lugar, quiero decir, sobre el obligarte a perder tu lugar, intentar tenerlo a partir de la fabulación del recuerdo, un mundo de ficción. Es un libro sobre restituir un lugar a través del hecho de tener que narrarlo, buscando en las claves literarias.

¿Construir una realidad paralela ayuda a perviva ese paraíso perdido?

Desde un punto de vista literario sí. Cuando era jovencito, con trece o catorce años, leí por primera vez «Le Père Goriot», que fue para mí el primer gran libro que leí. Me sentí durante las horas de lectura –creo que lo hice en un día o dos– viajando a otro lugar. Para mí aquello, aquel París de Eugenio de Rastignac, tenía una consistencia que yo, por su supuesto, traté de explicarme. Es algo que tiene que ver a cómo la literatura tiene esa capacidad para crear un mundo casi exacto a la realidad. Así que buscar ese paraíso perdido es de algún modo encontrarlo.

¿Es la nostalgia lo que sobrevuela las páginas de «Cómo conocí al sembrador de árboles»?

Creo que sí. Hay una parte nostálgica. No sé si añoro mi país o el criterio que tengo de mi país porque, como le decía, el recuerdo tiene mucho de ficción. Mi recuerdo tiene mucho de ficción y no sé si corresponde con la realidad lo que se perdió para siempre, lo que fue arrasado. No es lo mismo vivir en Barcelona, una ciudad que cambia, que se transforma en otra y se hace más grande, que una ciudad como La Habana, pero puedo hablar de todo el país, que ha sido devastada en una guerra que no hubo. Es destrucción pura. Así que puede ser que haya una melancolía. Aunque no es lo mismo melancolía que nostalgia. Son dos cosas diferentes. Pero sí, estoy en ese estado de querer estar en otro lugar que tiene que ver con tu infancia y tu adolescencia. No sé si añoro un país o un tiempo. Ahora bien, la pregunta es: ¿éramos tan felices de verdad o me lo invento?

El protagonista del primer cuento no deja de ser un privilegiado, alguien que vivió ese tiempo pasado y que pudo huir en las mejores condiciones.

Sí, porque era alguien que pertenecía a la nomenclatura del poder, de la época de Batista y su padre puede huir en el avión presidencial, pero, claro, lo pierden todo. Sin embargo, el protagonista de ese cuento tiene el problema grave de que no recuerda cómo era su casa. Eso es lo malo del olvido, que luego tiene uno la necesidad de saber cómo son las cosas porque perdieron su rostro, su forma de ser.

Es algo que contrasta con el último cuento, el que da título al libro y que es la historia del pobre Eladio, vagabundo en Barcelona.

Fíjese que es alguien que de niño encuentra a un sembrador de árboles. Mucho tiempo después, en la ancianidad, viviendo como un vagabundo en Barcelona, sirve de imagen a otro niño. Es decir, siempre somos alguien para el otro.

En ese cuento, el narrador señala que los cubanos siempre han tenido la habilidad de saber sobrevivir a cualquier situación. ¿Es eso cierto?

Sí, lo es. Los cubanos hemos vivido muchos años intentando aclimatarnos a la situación. Había una frase que mi tío siempre me decía: «menos mal». Había días en los que estábamos sin comida, en los que padecíamos apagones, pero luego había días en los que volvía la luz, o quedaba un trozo de pollo para comer. Por tanto, había una resignación, había ese «menos mal» que decía mi tío.

¿Esa resignación existe ahora tan lejos de Cuba? ¿Hay esperanza por volver algún día?

No, no tengo ninguna esperanza por volver. Para mi ese país se perdió para siempre. Pienso en aquello que decía Nabokov cuando afirmaba que «toda la Rusia que necesito la llevo conmigo». La Cuba que necesito es la que viví en mi infancia y juventud. Va conmigo. Este libro demuestra que estoy en ese lugar. Todo lo demás es una especie de simulacro.