Magos del humor
Cuando Mortadelo y Filemón compartían una agencia de información
Bruguera recupera las primeras 200 aventuras de los dos personajes creados por Francisco Ibáñez
Apunten esta fecha. Es uno de los grandes momentos de la historia de la lectura en nuestro país. Es la del 20 de enero de 1958. En ese día, en una página de la revista «Pulgarcito», número 1.394, hicieron su primera aparición dos personajes destinados a cambiar para siempre el mundo del tebeo y todo ello gracias a la mano de genio de su creador llamado Francisco Ibáñez. Sí, ese día glorioso fue el del nacimiento de Mortadelo y Filemón, por entonces los dos únicos responsables –o irresponsables– de una agencia de información.
Desde el fallecimiento del inolvidable dibujante, en julio de 2023, la Editorial Bruguera, ahora un sello dentro del grupo PenguinRandom House, ha tenido la buena idea de recuperar parte de su trabajo. No ha tenido la tentación de continuar con los personajes en otras manos, cosa que se agradece y está haciendo una fantástica labor de recuperación buceando en los archivos de la histórica casa. Si hace unos meses nos presentaba un álbum con material poco conocido de Ibáñez en sus inicios en Bruguera, ahora es el turno de Mortadelo y Filemón, concretamente de los primeros 200 casos que protagonizaron.
Ese es el tema de un libro que aparece esta semana bajo el título de «Los 200 primeros casos de Mortadelo y Filemón 1958-1961», una obra bajo el cuidado de Antoni Guiral y Jordi Canyissà. Estamos ante una ocasión única para poder ver la evolución cronológica de estos dos peculiares detectives, así como el del mismo estilo de Ibáñez y de su muy personal sentido de la comicidad. Es el trabajo, y no es exagerado decirlo, de un verdadero genio, uno de los más importantes dibujantes que hemos tenido con un estilo tan personal como irrepetible.
En el momento de la primera aparición al ruedo del cómic de Mortadelo y Filemón, Ibáñez ya empezaba a ser uno de los nombres de cabecera en las revistas de Bruguera, dibujando varias páginas, aunque sin personajes fijos. Lo que ocurría en muchas ocasiones, como el propio protagonista contó en ocasiones, es que había veces en las que quedaba una página en blanco y, por orden de Rafael González, director de las revistas del sello, había que crear un personaje (o varios) en ese momento. Así que, a finales de 1957, Ibáñez presentó una propuesta: una pareja de detectives que, a la manera de unos alocados Sherlock Holmes y Watson, tenían la habilidad de meter la pata en la resolución de cada uno de los casos en los que trabajaban.
Hablando precisamente de las criaturas de Conan Doyle, Canyissà y Guiral sospechan que la primera historieta publicada en realidad no fue la primera dibujada. Unas semanas después del debut en «Pulgarcito», la misma revista presentó una nueva entrega –hablamos del número 1.404 del 31 de marzo de 1958– en la que Filemón vestía con los ropajes con los que identificamos a Sherlock Holmes, además de su muy característica pipa. No parece que Ibáñez quedara muy contento con la idea porque no volvió a dibujar así a Filemón.
Lo que sí que nos ofreció desde un primer momento fueron los rasgos con los que hemos identificado siempre a Mortadelo: una figura alargada, algo miope, con una característica nariz y vestido con una levita negra. Eso sí, en el inicio de la serie vemos al personaje con una peculiar chistera de la que salen los mil y un disfraces con los que sorprenderá siempre al lector, un recurso que acabará por desaparecer para dar mayor dinamismo a la narración.
Si hablamos precisamente de la manera de relatar, en las primeras páginas Ibáñez opta por una estructura de seis tiras, empleando un dibujo mucho más simplificado por las muchas viñetas que había en la página, tal y como señalan los responsables de la edición del libro.
Imaginemos por un momento que estamos en un mundo perfecto en el que se valora lo que se llama noveno arte. Sí, hablamos del tebeo como un arte porque lo es. Si eso fuera así y alguien se le ocurriera de abrir un museo dedicado, por ejemplo, a la obra cumbre de Francisco Ibáñez, en ella deberían estar aquellos bocetos que el artista presentó a González. ¿Se conservan? Para contestar a esa pregunta tenemos que viajar en el tiempo hasta 1983 cuando se publicaba una revista fundamental titulada «Bruguelandia» y en la que cada número era un pedazo de la historia de la editorial. Por sus páginas pasaron Escobar, Raf, Vázquez y, naturalmente, el mismo Ibáñez. Cuando le llegó el turno hubo un especial espacio al nacimiento de Mortadelo y Filemón reproduciéndose por primera vez como gran primicia aquellas primeras propuestas presentadas en 1957, con anotaciones en rojo del señor González. Otra cosa es que realmente ese fuera el material original. Los responsables de la edición sospecha que se tratan de una suerte de maquinación del mismo Ibáñez y el reivindicable Armando Matías Guiu, autor del texto que acompañaba la primera impresión de aquellos bocetos en los que no vemos, por ejemplo, a Filemón vestido como un Sherlock Holmes. Muy probablemente se trate de una broma privada de Ibáñez y Matías Guiu, pero que ha acabado trascendiendo.
Aparte de estos detalles técnicos, el libro es un verdadero festín para aquellos que conocen a Mortadelo y Filemón, aunque también puede ser una buena puerta de acceso para quienes entran por primera vez en ese alocado universo de tinta china con tortazos, persecuciones y disfraces de lo más variado. Ibáñez, para esa agencia de información, nos propone los casos más variados: espionaje, robos, secuestros, timos, amenazas, timos... Todas estas historietas acaban mal por las malas artes de la pareja de detectives, incapaces de hacer las cosas bien. Es, de alguna manera, un buen retrato de la sociedad española de posguerra, en la que en ocasiones aparece la figura del pícaro, de aquel que intenta ganarse unas pesetas tratando de engañar al prójimo. Al fin y al cabo, este es el país de aquel lazarillo originario de Tormes.
Filemón se presenta como el jefe y Mortadelo como su único y torpe ayudante. El primero hará valer siempre que pueda su condición de autoridad encargándose de que su empleado haga el trabajo sucio, aunque no con el resultado más satisfactorio. Ambos vivirán no pocos chascos para disfrute del lector que leyendo estas páginas tiene la risa asegurada. Y, ojo, en estas primeras aventuras incluso tenemos la aparición como invitada de lujo de Leovigilda, una de las hermanas Gilda creadas por Manuel Vázquez, uno de los dibujantes buque insignia de Bruguera.