Arte

La exposición que le hubiera gustado ver a Lorca

El CCCB reflexiona sobre la imagen y la utopía con un ensayo en tres dimensiones firmado por Georges Didi-Huberman

El manuscrito del "Romance de la luna luna" de Lorca
El manuscrito del "Romance de la luna luna" de LorcaSotheby's

Ese prodigio poético literario que se llama «Romancero gitano», es decir, uno de los grandes poemarios de Federico García Lorca, se abre con una composición mítica titulada «Romance de la luna luna» en el que podemos comprobar como esa figura femenina que es la luna viene a la fragua con su «polisón de nardos» mientras el niño la mira mira. A continuación el poeta añade como la luna mueve los brazos «en el aire conmovido». Esa última imagen es el título de una propuesta excepcional que puede verse en el Centre de Cultura Contemporània de Barcelona (CCCB). Se trata de un ensayo visual en tres dimensiones que firma el filósofo Georges Didi-Huberman.

El comisario explicó ayer, durante la presentación de esta colaboración entre el CCCB y el Museo Nacional Centro de Arte Reina Sofía, que la exposición parte del concepto de «duende» y que Lorca definía como «un poder y no un obrar, es un luchar y no un pensar». Es una meditación sobre el sentir de la imagen. ¿Y por qué el poeta granadino como eje? Porque, como dijo Didi-Huberman, «es un gran poeta. Lo ubico cerca de Pasolini. Se interesaba por la inocencia. Su poesía tiene una potencia visual extraordinario y eso no es una casualidad, como tampoco lo es que dibujara». Y es que, como añadió este sabio, «nosotros nos acordamos de los poemas de Lorca y nadie de los discursos de Franco».

La propuesta, un viaje emocionante y emocionado, arranca con la «Nana del caballo grande» que resuena en las primeras salas del CCCB con la voz atronadora y rompedora de Camarón de la Isla. A partir de ahí todo son sorpresas, todo es un impacto visual de la mano de los pequeños grandes dibujos de Lorca que se combinan con el blanco y negro de las fotografías bélicas de Robert Capa o las del baile de Carmen Amaya captado por la cámara de Colita. En este diálogo también intervienen los «Caprichos» de Goya, las pequeñas acuarelas de Victor Hugo o los dibujos de Goethe.

La exposición, que ya se vio en el Reina Sofía, cuenta en su presentación barcelonesa con un mayor número de trabajos de artistas catalanes, como se encargó de matizar Didi-Huberman. De esta manera, podemos contemplar obras de pequeño y gran formato firmadas por Joan Miró, Salvador Dalí o Antoni Tàpies, entre otros.

Pero resulta conmovedor poder ver expuesto la copia que realizó Lorca a mano del «Romance de la luna luna» para su amigo José Mora Guarnido. Ese manuscrito, perdido durante mucho tiempo, apareció en 2021 sin que ninguna institución pública se esforzara por adquirirla. Verlo en el CCCB es emocionante y, especialmente, que coincida en diálogo con algunos de los estudios preliminares del «Guernica» de Picasso, algo que indudablemente habría emocionado al poeta granadino.

Igualmente es muy posible que a Lorca le hubiera gustado contemplar los dibujos que los niños realizaron mientras caían las bombas en la España de la Guerra Civil y que tienen mucho en común con los que otros pequeños, tantas décadas más tardes, trazan en las casas en ruinas de una Palestina herida de muerte.

Una de las grandes virtudes de la exposición, sin ser un monográfico sobre el pensamiento lorquiano, es su gran habilidad para adentrarse en algunos de los recovecos, esos callejones de sombra, de la estética del autor de «Poeta en Nueva York». En este sentido, no es casual que nos encontremos con la máscara mortuoria de Friedrich Nietzsche porque, como decía Lorca, «toda hombre, todo artista, llámese Nietzsche o Cézanne, cada escala que sube en la torre de su perfección es a costa de la lucha que sostiene con su duende, no con su ángel, como se ha dicho, ni con su musa».

También pasean por estas salas Pier Paolo Pasolini de la mano de Lorca, tan vivos de la muerte los dos, rescatando de ambos la política de sus gestos humanos, como lo es la mano esculpida de bronce de Juli González.

Probablemente estamos ante una de las más bellas exposiciones que se han visto en los últimos años en Barcelona.