
Cultura
Quevedo, un poeta contra Cataluña
El poeta del Siglo de Oro nunca disimuló su desprecio hacia los catalanes en sus textos

En estos días vuelve a la actualidad el Capitán Alatriste gracias a la nueva entrega que de esta serie ha realizado Arturo Pérez-Reverte desde hace catorce años años después de la anterior novela. De nuevo, entre los personajes que acompañan a Diego Alatriste y Tenorio encontramos a Francisco de Quevedo y Villegas, el gran poeta del Siglo de Oro.
No puede decirse que el autor de «El Buscón» sea uno de los que mejores textos ha dedicado a Cataluña. Es todo lo contrario porque en su producción encontramos no pocas composiciones críticas con los catalanes, algunas directamente despectivas. Hagamos un repaso de ellas.
Para saber un poco más debemos viajar hasta 1642 cuando el escritor es prisionero en el convento de San Marcos de León. Y es en ese tiempo cuando de la pluma de Quevedo surge una suerte de opúsculo titulado «La rebelión de Barcelona ni es por el güevo ni es por el fuero». Es un texto nacido de un odio y que es una mirada crítica, demasiado crítica, a la rebelión que tuvo lugar en 1640 en Cataluña, el llamado Corpus de Sangre, todo un golpe para la corte de Felipe IV y, especialmente, su valido el conde-duque de Olivares. Los catalanes había decidido separarse de Castilla y se pusieron bajo el paraguas de la corona francesa, algo que concluiría en 1652.
Es con este telón de fondo que Francisco de Quevedo escribe que «son los catalanes el ladrón de tres manos, que para robar en las iglesias, hincado de rodillas, juntaba con la izquierda otra de palo, y en tanto que viéndole puestas las dos manos, le juzgaban devoto, robaba con la derecha». A ello añade que «ellos son las viruelas de sus reyes: todos las padecen y los que escapan quedan por lo menos con señales de haberlas tenido».
No disimula el desprecio hacia Cataluña. La terminología empleada obedece también por su indignación personal tras lo vivido allí desde 1642 y que en aquel momento no tenía fácil solución. Por esta razón narra que «son los catalanes aborto monstruoso de la política. Libres con señor; por esto el conde de Barcelona no es dignidad, sino vocábulo y voz desnuda. Tienen príncipe como el cuerpo y alma para vivir y como este alega contra la razón apetitos y vicios, aquellos contra la razón de su señor alegan privilegios y fueros. Dicen que tienen Conde, como el que dice que tiene tantos años, teniéndole los años a él».
A Quevedo no le hacía ni pizca de gracia que Cataluña se codeara con Francia. En su celda de San Marcos de León eso no se iba de su venta. Por todo ello no cuesta mucho imaginarlo allí, pese al castillo, tomando la pluma para redactar sobre los catalanes que «el provecho que dan a sus reyes es el que da a los alquimistas su arte; promételes que harán del plomo oro, y con los gastos los obligan a que del oro hagan plomo. Ser su virrey es tal cargo, que a los que lo son se puede decir que los condenan, y no los honran. Su poder en tal cargo es sólo ir a saber lo que él y el Príncipe no pueden. Sus embajadas a su gobernador cada hora no tratan de otra cosa sino de advertirle que no puede ni ordenar ni mandar ni hacer nada, anegándole en privilegios».
Podría pensarse que todo esto se reduce a este opúsculo. Pero ese odio quevedesco venía de antes y ya se planteaba en «La vida del Buscón», también llamada «Historia de la vida del Buscón, llamado don Pablos; ejemplo de vagamundos y espejo de tacaños» subraya sobre uno de los personajes de la novela que «el catalán, el cual era la criatura más triste y miserable que Dios crio; comía a terciana, de tres en tres días, y el pan tan duro, que apenas le pudiera morder un maldiciente».
Hoy Quevedo tiene una calle con su nombre en el barrio de Gràcia.
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