Sociedad

GENÉTICA

Encontrado el ADN de humano moderno más antiguo hasta la fecha

El genoma se ha reconstruido a partir de muestras tomadas de una calavera de mujer “checa” de más de 45.000 años de antigüedad

Visión lateral del cráneo (casi completo) de Zlatýk
Visión lateral del cráneo (casi completo) de ZlatýkRebeka RmoutilováCreative Commons

Hace al menos 45.000 años que su cráneo estaba aguardando nuestra llegada. Quién sabe cómo se llamaba realmente, pero de algún modo tenemos que bautizarla y los expertos se han tomado la libertad de ponerle el nombre de Zlatý Kůň. Puede parecer una elección realmente extraña, más cercana a una contraseña que a un nombre de pila, pero según los mismos expertos, significa en checo “caballo dorado”, lo cual hace todo incluso más desconcertante.

Teóricamente, Zlatý Kůň vivió en un tiempo donde las poblaciones de humanos de Asia y Europa todavía no se habían dividido, un momento en que los neandertales acababan de cruzarse con nosotros por última vez. Y es que el cráneo de esta mujer prehistórica viene de un tiempo especialmente interesante de nuestra historia, por lo que estudiarlo podríamos develar algunos de los mayores misterios acerca del origen de la especie humana. Ahora bien, cómo podemos exprimir de ella toda esa información.

El minotauro

Si queremos empezar por el principio, veremos que la historia de Zlatý Kůň supuso un verdadero reto para los expertos. La primera vez que se dató fue empleando isótopos del carbono que, conociendo el tiempo que tardan en desintegrarse determinados compuestos nos permiten saber hace cuánto murieron los tejidos de un ser vivo. La respuesta que ofreció aquella técnica no fue demasiado espectacular: 15.000 años. Es una antigüedad interesante, pero nada comparado con los 45.000 que encabezan este artículo. A algunos investigadores no les acababa de cuadrar esta datación con los rasgos del cráneo, que parecían bastante similares a los de nuestros antepasados de hace 30.000 años, aquellos que poblaron Europa durante el último mínimo Glacial.

Con esas sospechas en mente, Jaroslav Bruzek y Petr Veleminsky decidieron volver a intentar la datación, pero en este caso empleando una técnica diferente. Así pues, tomaron una muestra de ADN del cráneo y se encontraron con la sorpresa de que, en él, había restos de vaca. ¿Era Zlatý Kůň acaso una suerte de híbrido minotáurico? Pues afortunadamente para ella y para todo lo que sabemos sobre genética: no, no lo era.

La explicación resultaba mucho más sencilla. El ADN vacuno era tan solo una contaminación provocada por una especie de pegamento hecho a partir de colágeno de res. Presuntamente, este adhesivo habría sido usado para fijar los huesos del cráneo entre sí y era el responsable de la extraña datación de tan solo 15.000 años. Por sí solo, esto ya habría supuesto un avance interesante para la comprensión de la calavera de Zlatý Kůň, pero aún quedaba otro as en la manga.

El largor del neandertal

Por lo que hemos podido deducir de los fósiles y de nuestro propio ADN, el Homo sapiens abandonó África hace 50.000 años, y poco después de esto, empezamos a mezclarnos con Homo neanderthalensis en algunos puntos de Oriente Medio. Debido a esto, la mayoría de las poblaciones no africanas cuentan con un 2 o 3% de ADN neandertal. Y esto es importante, porque la longitud de ese ADN no sapiens nos sirve como indicador del tiempo que ha pasado desde su último pariente neandertal. Sabiendo que los últimos cruces debieron tener lugar hace 47.000 años (como mucho), podemos deducir que Zlatý Kůň vivió unos 2.000 años después de la última hibridación, esto es: hace, al menos, 45.000 años.

Es más, el cráneo que ostentaba antes el récord era el de Ust’-Ishim, un varón que vivió en Siberia hace 45.000 años, pero tras analizar la longitud de su ADN neandertal, estos fragmentos han resultado ser más cortos que los de Zlatý Kůň. Este dato reafirma la idea de que el cráneo checo es incluso más antiguo que el siberiano. Según calculan los investigadores, Zlatý Kůň sería unos 100 años anterior a Ust’-Ishim. La diferencia no es demasiada, lo justo para batir el récord, y lo suficientemente poco como para poder empezar a reconstruir la variedad humana de un mismo momento de nuestra historia.

De hecho, con este propósito se ha visto que la continuidad genética no está tan clara como podría parecer entre estos dos indivíduos y los humanos modernos. Concretamente, parece que hace unos 40.000 años tuvo lugar un rápido cambio en el acervo genético de la humanidad, lo cual podría explicarse mediante una catástrofe que minara las poblaciones lo suficiente como para perder buena parte de la variabilidad genética que teníamos. Esta especulación encaja relativamente bien con un evento que tuvo lugar hace 39.000 años, la erupción del volcán de Ignimbrita, en Campania, el cual pudo haber afectado sobremanera al clima del hemisferio norte, complicando la supervivencia de nuestros antepasados.

Los nuevos hallazgos de paleontología humana, el progreso de las técnicas empleadas para interrogar a los restos y la adición de cada vez más ejemplos y conocimientos están cambiando la forma en que entendemos nuestro pasado. Poco tiene que ver la historia que nos contábamos hace décadas con todo lo que sabemos ahora y aun menos con la que todavía no hemos podido contar.

QUE NO TE LA CUELEN:

  • Cuando hablamos de este tipo de disciplinas muchas de las mediciones son indirectas. Al menos, mucho más indirectas que cuando en medicina queremos saber el peso de una persona y simplemente lo pesamos. En estos casos hay que hacer un trabajo de asociación entre valores que sabemos que suelen estar correlacionados. Por ejemplo, no podemos pesar un planeta, pero podemos ver cómo afecta a sus satélites y, sabiendo que la fuerza de gravedad que ejerce y su masa están relacionadas, es factible inferirla de forma aproximada e indirecta. En estas disciplinas pasa constantemente para calcular la antigüedad de un resto, reconstruir su aspecto facial, las causas de la muerte, etc. No obstante, que sea aproximado e indirecto no quiere decir que no sea fiable. No solo lo es, sino que podemos cuantificar cuan robustos son los resultados y, por lo tanto, cuánto debemos fiarnos de ellos o, mejor dicho, lo probable que es que un futuro hallazgo lo contradiga.

REFERENCIAS (MLA):