Ecología
Los corales están desapareciendo y puede que en parte se deba al ruido de la humanidad
Un nuevo estudio plantea que los corales podrían ser capaces de escuchar y emitir sonidos para comunicarse, haciéndolos sensibles a la contaminación sonora que producen nuestras embarcaciones
Cuando pensamos en la contaminación acústica nos viene a la mente una gran ciudad plagada de coches y asfalto zapateado por miles de personas que, entre tanto barullo, han perdido la sensibilidad para escuchar a un pájaro o distinguir un grillo entre los adoquines. Sabemos que, alejándonos unos pocos kilómetros de la ciudad, ahogaremos el bullicio y recuperaremos los sonidos de la naturaleza, por lo que, al menos, podemos consolarnos pensando que buena parte del planeta está a salvo de nuestra barbarie sonora. Por desgracia, en esta reflexión solemos pasar por alto el 70% de la superficie terrestre, porque si bien la tierra se salva bastante de nuestro ruido, el mar brama de otro modo.
Aunque nosotros no estemos especialmente preparados para escuchar bajo el agua, lo cierto es que, a través de ella, el sonido viaja más rápido y más lejos que por el aire, estableciendo ventajas e inconvenientes que la vida marina se ha encargado de explotar. Las ballenas pueden “conversar” estando a miles de kilómetros de distancia y gracias a ello establecen grandes redes de comunicación. O al menos, eso hacían, porque los tronantes motores de nuestros trasatlánticos y fragatas interfieren con su conversación, y, como si vivieran en una discoteca, ahora han de reducir mucho la distancia entre ellas para poder entenderse. ¿Y si el sonido estuviera afectando también a los corales?
El bosque tiene oídos
Los corales no están en su mejor momento y ese es uno de los mayores problemas ecológicos a los que nos enfrentamos, pues bien siendo los mares vergeles de vida, el 25% de sus especies se concentran en los arrecifes coralinos, los cuales suponen tan solo el 1% de la superficie de los océanos. Sabemos que hay multitud de factores contribuyendo a su desaparición. Por un lado, el aumento de las temperaturas del mar afecta a las diminutas algas que oxigenan a los corales, las zooxantelas, haciendo que estos se blanqueen y acaben “asfixiados”. Por otro lado, la subida de las temperaturas hace que se disuelva más dióxido de carbono en los océanos, aumentando su acidez y acondicionando un medio ácido en el cual se disuelve la cubierta de los corales, formada por carbonato de calcio. A esto se suma una larga lista de enfermedades, la contaminación de los mares y la pesca excesiva, pero ¿y si quedan peligros por descubrir? Si así fuera, convendría definirlos cuanto antes para poder obrar en consecuencia.
Precisamente fue este escenario de contaminación acústica el que dio a luz a la hipótesis de Camila Ibanez y James Hawker, investigadores de la Universidad de Florida. ¿Y si el ruido fuera un factor más que estuviera jugando en contra de los corales? Puede parecer extraño, pero lo cierto es que hace ya tiempo que se ha demostrado la capacidad auditiva de muchos vegetales. No se trata de un sentido del oído tan desarrollado como el nuestro, pero lo suficiente como para transmitir vibraciones a través del aire que otros especímenes puedan interpretar como señales de peligro o indicaciones para dirigir su crecimiento. Siendo los corales animales y, por lo tanto, más parecidos a nosotros que una tomatera, parece plausible preguntarse si también son capaces de emitir sonidos e interpretarlos.
Sonata para dos genes
Así fue como los investigadores decidieron embarcarse en una búsqueda genética. Su objetivo era encontrar en el ADN de los coralesCyphastrea, genes que pudieran relacionar con la audición. Para ello eligieron cuatro genes bien conocidos y que especies relativamente cercanas a los corales expresan tanto para emitir como para recibir información sonora. El siguiente paso fue tomar las muestras pertinentes y amplificarlas con una PCR para que hubiera suficientes copias de cada gen y que así, fuera más difícil que se pasaran por alto aquellos que buscaban. De este modo y para sorpresa de muchos, Ibanez y Hawker encontraron que, efectivamente, los corales Cyphastrea presentaban dos de esos cuatro genes. Sus nombres eran TRPV y FOLH-1 y estaban presentes en anémonas de mar y pólipos de agua dulce respectivamente, pertenecientes al filo de los cnidarios, como las medusas y los corales.
Por supuesto, todavía falta mucho recorrido para demostrar con cierta seguridad que los corales son capaces de oír y producir sonidos. Harán falta estudios más trabajados que el presentado por Ibanez y Hawker que, en todo caso, tiene un carácter preliminar. Del mismo modo, más allá de deducir las propiedades de un organismo en función de sus genes y, sabiendo que hay multitud de condicionantes que pueden afectar la manera en que estos genes se expresan, sería interesante demostrar empíricamente que, efectivamente, los corales pueden relacionarse de forma sonora.
Mientras tanto podemos especular, ser cautos y no olvidar que, sean sensibles o no al sonido, en los arrecifes viven muchas especies que se guían gracias a este sentido y que, siendo estas parte indispensable del ecosistema que mantiene con vida a los corales, no estaría de más seguir estudiando cómo reducir nuestra contaminación acústica.
QUE NO TE LA CUELEN:
- Aunque todavía es especulativo, no significa que los investigadores estén jugando a ciegas. Una posible forma de relacionar el ruido con la pérdida de corales es que las larvas de los corales, capaces de nadar libremente, usen el sonido para orientarse, encontrando así arrecifes a los adherir su cuerpo. En un mar plagado de ruido, esta forma de navegación se volvería menos precisa y la tasa de éxito de las larvas, menor.
REFERENCIAS (MLA):
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