Asesinatos

Jack el Destripador pudo haber escrito

Entre los muchos nombres que se barajan para la identidad de Jack el Destripador, hace tiempo que se encuentra Lewis Carrol, autor de “Alicia en el país de las maravillas”

Imagen de Charles Dodgson pensativo
Imagen de Charles Dodgson pensativoanónimoCreative Commons

Siempre ha habido asesinos, pero de entre todos, uno ha marcado la pauta. Era 1888 y, aunque tardaríamos 42 años en estrenar el término “asesino en serie”, Londres ya se enfrentaba a uno de los más escurridizos. Hoy le conocemos como Jack el Destripador, pero es más que evidente que aquel no era su verdadero nombre, no hay padres en su sano juicio que se atrevan a condicionar de tal modo la vida de su hijo. Aunque, a diferencia de tantos otros pseudónimos que podemos acompañar con su correspondiente nombre de pila, este no es un caso. Jack, se llamara como se llamase, fue lo suficientemente astuto como para zafarse del londinense brazo de la ley y cometer, en absoluto anonimato, al menos los 5 asesinatos canónicos que podemos atribuirle sin ninguna duda. Hay quien afirma, no obstante, que fueron muchos más y que otras prostitutas que aparecieron mutiladas tenían la firma del misterioso asesino.

Charles Dodgson, conocido como Lewis Carroll
Charles Dodgson, conocido como Lewis Carrolllarazon

El barrio de Whitechapel estaba atemorizado. Era una zona marginal, que, desde la muerte de Mary Jane Kelly a las 10:45 del viernes 9 de noviembre de 1888, se había vuelto más peligroso que nunca. Ese macabro debut de Jack el Destripador había hecho caer en picada la percepción de seguridad. Solo había una forma de calmar a la población, o al menos solo una que estuviera en manos de la autoridad: encontrar al homicida. La investigación ha sido catalogada como bastante chapucera por parte de algunos historiadores, pero, en cualquier caso, entre los sospechosos propuestos por los cuerpos de la ley y los que siguen viajando de boca y boca, contamos con una verdadera marejada de nombres. Algunos de ellos, absolutamente insospechados, como Alberto Víctor de Clarence, Príncipe de Reino Unido. Sin embargo, hay uno que destaca por encima de todos los demás, su nombre es Charles Dodgson, aunque posiblemente lo conozcas como Lewis Carroll, escritor de “Alicia en el país de las maravillas”, y la ciencia tiene algo que decir sobre su acusación.

¿Pedófilo y asesino en serie?

De Carroll se ha hablado mucho, casi tanto como de Jack el Destripador, ambos bajo sus respectivos pseudónimos. En el caso de Charles Dodgson, la principal acusación que vertió ríos de tinta fue la de su posible pedofilia. El escritor tenía en su posesión fotografías de niñas desnudas o semidesnudas, posando frente a la cámara. Sin embargo, hay dudas acerca del motivo de estas fotos ya que, para algunos expertos, no son más que el reflejo de una sociedad victoriana donde, la imagen de niñas en paños menores era un símbolo de inocencia. Dejemos este tema en el aire y viajemos a 1996. En aquel año, Richard Wallace decidió subir la apuesta y, de pedófilo, paso a ser pedófilo y asesino en serie. Wallace acababa de publicar su libro Jack el Destripador: amigo alegre, donde se planteaba por primera vez la sospecha de que el escritor pudiera ser el asesino de Whitechapel.

Wallace llenó sus páginas con argumentos de variable calidad. Por un lado, planteó la infancia del joven Dodgson como una experiencia sumamente traumática, concretamente los años que pasó viviendo en una escuela privada. Esto llevó a Wallace a pensar que, durante aquella época, pudo haber despertado en el cerebro de Dodgson algún tipo de psicosis. El problema es que todo ello lo interpretó de las cartas que Charles escribía a sus padres, en las que decía que por las noches apenas podía dormir debido a “molestias” que jamás llegó a especificar. Por otro lado, era bien sabido que Dodgson consumía estupefacientes, de hecho, su libro Alicia en el país de las maravillas ha sido acusado de promover el consumo de drogas recreativas. Sin embargó, el principal argumento de Wallace era otro, para él mucho más claro e indiscutible: los anagramas de sus obras.

Alicia en la fiesta del té del Sombrerero Loco. Ilustración para las aventuras de Alicia en el país de las maravillas por John Tenniel, 1865
Alicia en la fiesta del té del Sombrerero Loco. Ilustración para las aventuras de Alicia en el país de las maravillas por John Tenniel, 1865Victoria and Albert Museum

Confesión en anagramas

A Charles le gustaban los juegos, ya fueran matemáticos o de palabras, y precisamente por eso creó no pocos anagramas que integró en sus obras. Wallace, obsesionado con Dodgson como estaba, decidió buscar si algunas de las frases de sus obras podían ser reordenadas hasta obtener una suerte de confesión y, en cierto modo, lo logro. Reorganizando las letras de cartas y libros, Wallace encontró frases como estas:

“¡Si encuentro una puta callejera, ya sabes lo que pasará! ¡Le cortarán la cabeza!”.

“Oh, nosotros, Thomas Bayne, Charles Dodgson, coqueteamos con el cuerpo desnudo y asesinado, esperábamos saborear, devorar, disfrutar de una buena comida del útero de una puta muerta. Nos las arreglamos, lo encontramos horrible, pálido y duro como una cabra desgastada y sucia. Ambos lo tiramos. - Jack el Destripador”.

“¡Se retorcía tanto! Pero al final Dodgson y Bayne encontraron la forma de sujetar a la pequeña puta gorda. La sujeté con fuerza y le corté la garganta, de la oreja izquierda a la derecha. Fue duro, húmedo y asqueroso, también. Tan cansados estaban que vomitaron - Jack el Destripador”.

Estos son solo algunos de los ejemplos que llevaron a Wallace a reconstruir la historia. Charles Dodgson no habría cometido los crímenes en solitario, sino con su amigo de toda la vida: Thomas Vere Bayne. Ahora bien… ¿qué validez tiene todo esto?

Una de las cartas escritas con sangre que hizo llegar a la policía el supuesto asesino del barrio de Whitechapel, Jack el destripador
Una de las cartas escritas con sangre que hizo llegar a la policía el supuesto asesino del barrio de Whitechapel, Jack el destripadorlarazon

¿Y si el asesino era Wallace?

Ninguna, esa es la respuesta rápida. Nos maravillan las coincidencias, nos gusta justificarlas más allá de la pura casualidad, lo hacemos cunado hablamos del destino y lo hacen los conspiranoicos cuando atraviesan hechos independientes con un mismo hilo de lana rojo. Cuanto mejor suene algo más cierto sentimos que ha de ser. Es una suerte de pensamiento desiderativo, que se llama, donde los argumentos no vienen de la razón, sino que parten de sentimientos que luego justificamos descaradamente, o, dicho con otras palabras: creemos lo que queremos creer. Eso es lo que ocurre con Lewis Carroll. Es tan jugoso creer que uno de los escritores más insignes de la historia, creador de mundos infantiles como el de la famosa Alicia, pudo ser un asesino de prostitutas, tiene el punto de morbo que nubla nuestro juicio.

En cuanto a las pruebas en concreto, lo más fácil para desmentirla es apuntar lo que ya insistían muchos ripperólogos (que así se llaman los expertos en el caso de Jack el Destripador, Jack the Ripper en inglés): Dodgson y Bayne tienen coartada. Ya fuera por estar de viaje o en determinados actos, no pudieron estar en el momento y lugar donde se cometieron los asesinatos. Pero si nos centramos en los anagramas encontraremos el verdadero despropósito. Sabemos que, cuando queremos encontrar algo, lo mejor que podemos hacer es ampliar nuestro rango de búsqueda. Cuanto más raro sea el animal que buscamos más superficie de la selva deberemos peinar y cuanto más extraño sea el mensaje que queremos reordenar con unas letras, más letras necesitaremos revisar. Por suerte, eso significa que, si hay suficiente texto, es muy probable encontrar prácticamente cualquier combinación.

Eso es lo que ocurre con los anagramas de Wallace, nada más que ingenio, habilidad para reorganizar letras y el suficiente tiempo como para dar con el párrafo adecuado. La realidad es que podemos hacer lo propio con casi cualquier otro autor. Es más, cuando se publicaron las ideas de Richard Wallace, la comunidad de ripperólogos se echó las manos a la cabeza y no tardaron en contestar al advenedizo con su propia medicina. Un par de expertos reordenaron uno de los fragmentos escritos por Wallace y lo dejaron tal que así:

“La verdad es esta: yo, Richard Wallace, apuñalé y maté a una Nicole Brown silenciada a sangre fría, cortándole la garganta con los golpes de mi fiel navaja. Engañé a Orenthal James Simpson, quien es completamente inocente de este asesinato. PD También escribí los sonetos de Shakespeare y muchas obras de Francis Bacon”.

Casualidad y causalidad

Y, a decir verdad, este anagrama es más respetuoso con el trabajo de Wallace de lo que él lo fue con Dodgson, porque no solo reordenó sus letras, sino que eliminó algunas según se le antojaba para darle más “libertad”. Teniendo esto en cuenta, entendemos la famosa propuesta de Wallace como lo que es: pura especulación sin fundamento. Pero hay algo más a destacar, y es la diferencia entre casualidad y causalidad. Sin lugar a dudas, esos anagramas existen y podemos decir que incluso encajan con la historia de Jack el Destripador mejor de lo que encajaría la mayoría de anagramas imaginables en los textos de otros escritores (imaginemos que podamos medir y decir tal cosa con seguridad). Incluso en ese caso, no podremos decir que estemos ante nada más que pura casualidad, dos hechos que coinciden sin tener relación entre ellos.

Este es uno de los grandes problemas a los que se enfrentan las ciencias: ¿Cómo determinar con contundencia cuándo dos hechos tienen una relación puramente casual o cuándo están vinculados? No es solo que uno pueda ser causa del otro, es que ambos pueden estar relacionados por ser la causa de un mismo evento. Para descubrirlo, las disciplinas científicas han diseñado metodologías que permiten aislar las causas de un posible hecho y controlar, de ese modo, la relación que tienen entre sí. Ese es el motivo por el que, si queremos estudiar cómo evoluciona una enfermedad en pacientes que toman un determinado tratamiento, los compararemos con pacientes que no lo toman, pero que, además, tienen características físicas y socioeconómicas similares a los que están con la medicación, para que lo único que cambie es lo que queremos medir: el fármaco y sus consecuencias.

Por supuesto, esto no es igual de sencillo en todas las ciencias. Algunas, como las neurociencias, sufren mucho más a la hora de establecer relaciones causales entre la actividad cerebral que detectan y el comportamiento de un individuo. La física, por ejemplo, es un ejemplo opuesto, donde con frecuencia pueden diseñarse experimentos donde todas las condiciones están perfectamente controladas a excepción de la realmente importante. En este caso, incluso aunque los anagramas de Dodgson fueran limpios y atípicos, sería difícil atribuirles una intencionalidad, una relación con los asesinatos que fuera más allá de lo puramente fortuito. Tal vez, si fuera extremadamente poco probable que el evento se debiera al azar, podríamos tenerlo en cuenta, pero hablamos de una rareza extrema, que va muchísimo más allá de lo que podemos inferir de anagramas tan cortos, perdidos en un inmenso mar de palabras.

QUE NO TE LA CUELEN:

  • Se ha escrito tanto sobre Jack el Destripador que podemos perdernos en la bibliografía. Eso significa que, del mismo modo que hay mucho contenido de calidad, también hay mucho de bajísima estofa. Y esa enorme variabilidad, combinada con el interés mediático, ha servido de altavoz a las majaderías más increíbles. Un ejemplo es esta historia de ciencia ficción, casi cabalística, de la que Richard Wallace es responsable.

REFERENCIAS (MLA):

  • Wallace, Richard. Jack The Ripper, Light-Hearted Friend. Gemini Press, 1996.