Naturaleza
El desconcertante caso de las madres vírgenes
La partenogénesis es una de esas curiosidades de la naturaleza que nos desconciertan y maravillan a partes iguales
Sabemos bien que muchos aspectos de nuestra cultura y de nuestros mitos están inspirados en cosas que vemos en el mundo natural. Nuestra imaginación llega hasta dónde llega y, a partir de ahí, mezcla, deforma y exagera la realidad hasta convertirla en una ficción interesante. Así funciona la creatividad, tanto cuando la buscamos como cuando no, y ese es el contexto en el que nos hemos relacionado con algunos de los fenómenos más extraños de la biología. Por ejemplo: algunas especies de animales que son capaces de reproducirse sin necesitar a los machos. Hembras completamente autónomas en cuestiones reproductivas, capaces de engendrar pequeños “clones” de ellas mismas.
No hay truco ni cartón en estas afirmaciones, se trata de un tipo de reproducción sexual, en especies con machos y hembras. No hablamos de bacterias que puedan dividirse o esponjas que hagan crecer copias sobre su cuerpo. El equivalente sería una mujer humana que pudiera autofecundarse y dar a luz un bebé perfectamente formado. A esto le llamamos partenogénesis.
Madres vírgenes
Sin duda es un concepto tremendamente poderoso que deja volar nuestra imaginación. Por supuesto, el el término “virgen” es problemático en sexología, pero por el bien del artículo, obviaremos eso y nos escudaremos en la etimología, porque partenogénesis significa, precisamente, algo parecido. “Génesis” suele referirse a un origen y, en este caso, la traducción más precisa podría ser algo así como “nacimiento”. “Parteno-” viene de “parthenos”, que en griego significa “virgen”. De hecho, este es el motivo por el que el Partenón de la Acrópolis de Atenas se llama como se llama. El templo que Pericles ordenó a Ictrinio y Calícrates y que fue supervisado por el famoso Fidias, era en honor a Atenea Parténos (Atenea virgen).
Así que, cuando hablamos de “partenogénesis”, estamos hablando literalmente de nacimientos a partir de madres vírgenes, que jamás han sido fecundadas por un macho. A pesar del origen griego de su nombre, este hecho no se describió hasta 1948, cuando el biólogo Richard Wilhelm Karl Theodor Ritter von Hertwig lo presenció en un erizo de mar. Se trataba de una hembra con huevos que nunca había estado cerca de un macho.
¿Y nosotros?
Aunque claro, esto fue la primera vez de la que tenemos constancia nosotros, pero no es descabellado pensar que hubiera ciertas nociones populares en algunas culturas que, simplemente, no han conseguido transmitir esos conocimientos hasta nosotros. Sea como fuere, desde que Richard hizo su descubrimiento, hemos encontrado muchísimos casos más y no solo en organismos tan “simples” como podría ser (o parecernos) un erizo de mar. Ahora sabemos que puede ocurrir en muchas otras especies de invertebrados (como los insectos), así como en peces, anfibios, reptiles e incluso algunos pájaros. Nunca se ha observado un caso natural en mamíferos (y mucho menos en humanos), pero sí se ha podido “forzar” que ocurra en ratones. En 1936 nació el primer conejo por partenogénesis y en 2004, por ejemplo, hizo lo propio el primer ratón sin padre de la historia.
Aunque, para ser sinceros, no podemos quedarnos con esos ejemplos aislados. Inducir la partenogénesis en mamíferos no es tan sencillo, ni siquiera en condiciones de laboratorio y, por lo general, acaba produciendo fetos con deformidades incompatibles con la vida. En cierto modo, esa complejidad es el motivo por el que tanto tiempo después de aquel conejo, que nazca un ratón por partenogénesis sigue siendo relevante. Ahora bien… ¿Por qué es tan difícil
Me lo entrega por duplicado
El ADN, ese conjunto de moléculas en las que se encuentra codificada una serie de instrucciones para producir las estructuras que nos componen y mantiene con vida, está por duplicado. Los organismos que se benefician de la reproducción asexual, dividiéndose en solitario, tienen un manual de instrucciones, como quien dice y se lo pasan casi íntegro a sus descendientes. Sin embargo, nosotros tenemos dos manuales que cuentan cosas ligeramente distintas. Por supuesto, no se trata de manuales de verdad, pero es una simplificación que tendremos que aceptar.
En nuestro caso, por lo tanto, podríamos decir que uno de los manuales viene del padre y el otro de la madre, lo cual implica que nuestra pareja de manuales no es idéntica a la de ninguno de nuestros padres y por eso no somos sus “clones”, como sí ocurre en la reproducción asexual. Así que, para simplificarlo muchísimo, podríamos decir que la manera en que hacemos legibles esos dos manuales es “borremos” su información, de modo que cambiamos algunas cosas del de la madre y otras del del padre para evitar duplicidades (insisto, ha habido que altear el concepto hasta el absurdo para explicarlo en poco espacio, pero sirve para el propósito que buscamos).
Un gran problema
Este proceso de “silenciar” determinada información del manual del padre o de la madre se llama “impronta genética” y es uno de los principales problemas que ocurren en la partenogénesis. Tenemos que entender que, en realidad, no heredamos uno de los manuales de nuestro padre y otro de nuestra madre en pack, sino por capítulos (cromosomas). Por ejemplo, nuestra madre tendrá sus 23 pares de cromosomas componiendo su ADN y nosotros tendremos un cromosoma suyo de cada pareja (que a su vez se emparejarán con un cromosoma de cada una de las parejas de cromosomas de nuestro padre).
Pues bien, en la partenogénesis ocurrirá que parte de los cromosomas estarán repetidos en la descendencia. El material genético de la madre se mezcla consigo mismo, y eso significa que puede que tome el mismo cromosoma de algunas parejas. Este punto es importante, porque explica que los descendientes no sean exactamente clones, ni de la madre ni entre sí. No tienen ADN que no estuviera presente en la madre, claro, pero es como si le hubiéramos dado a elegir muchas veces entre la misma pareja de libros, por puro azar habrá elegido algunos capítulos por duplicado. La metáfora puede ser engorrosa, pero aquí va un último intento: cuando solo puedes elegir entre la pareja de cromosomas de tu madre (A y B, por ejemplo) se vuelve más probable que heredes dos cromosomas idénticos (A y A, o B y B) que si entra en juego tu padre con cromosomas totalmente diferentes.
Como vemos, se trata de algo realmente complejo y, en el mejor de los casos, poco probable si no imposible. Y, aunque posiblemente no haya casos de partenogénesis humana tras la inspiración de muchas de las leyendas de madres que dan a luz siendo vírgenes, no podemos descartar que nos hayan influido los casos de nuestros parientes animales.
QUE NO TE LA CUELEN:
- No hay casos confirmados de humanos nacidos por partenogénesis, aunque sí se ha conseguido producir células madre mediante estas técnicas y se ha registrado el nacimiento de un niño con parte de sus células provenientes de un óvulo que se autofecundó por partenogénesis y otro que fue fecundado por un espermatozoide.
- Por otro lado, hay casos de partenogénesis en humanos con relativa frecuencia, pero el detalle a tener en cuenta es que los embriones no son viables. Dan lugar, por ejemplo, a los llamados teratomas, donde crece una masa con distintos tejidos diferenciados (pelo, dientes, etc), pero incapaz de producir un ser humano completo.
REFERECIAS (MLA):
- 2022, https://www.jstor.org/stable/983715?seq=1#metadata_info_tab_contents.
- “The Boy Whose Blood Has No Father | New Scientist”. Newscientist.Com, 2022, https://www.newscientist.com/article/mg14819982-300-the-boy-whose-blood-has-no-father/.
- Normark, B.B. “Parthenogenesis”. Brenner’s Encyclopedia Of Genetics, 2013, pp. 233-235. Elsevier, https://doi.org/10.1016/b978-0-12-374984-0.01123-2. Accessed 2 Feb 2022.
- “XIII. Parthenogenesis.”. 1934, pp. 151-163. Columbia University Press, https://doi.org/10.7312/morg90992-013. Accessed 2 Feb 2022.
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