Salud

Cuando Notre-Dame intentó envenenar a todo París

En 2019 ardió Notre-Dame y buena parte del tóxico plomo de su techumbre impregnó las calles

El devastador fuego de la catedral de Notre-Dame
El devastador fuego de la catedral de Notre-DameManhai, FlickrCreative Commons

El 15 de abril de 2019 todo Francia ardió en llamas. Millones de galos sintieron el crepitante fuego en lo más profundo de su pecho, aunque, en realidad, el incendio estaba concentrado en una pequeñísima parte del país, confinado en una isla en medio del Sena. Notre-Dame ardía y con ella se evaporaban siglos de la historia de París. La catedral era bella, pero mucho más que eso, también era un testigo del pasado. Uno especialmente valioso que, en lugar de conformarse con fotografiar los principios del siglo XII, cuando fue construida, había ido incorporando a sus muros recuerdos de los nuevos tiempos. Muchos vivimos la tragedia a través de las redes y lloramos, de uno u otro modo, aquella pérdida de un patrimonio histórico que trasciende fronteras; porque por muy francesa que sea Notre-Dame, es una de esas obras de arte que, por encima de todo, sentimos como esencialmente humanas. Lo que por aquel entonces no supimos es que, en ese horno de gótico francés, se estaba fraguando una segunda tragedia que estaría a punto de envenenar a todo París.

Ese humo que huía río abajo era un mensajero de la muerte y empujaba entre su grisura moléculas de infame plomo. La cubierta de la catedral estaba formada por dos elementos sencillos: tablones de madera y una cobertura de tejas de plomo. Los 760 grados centígrados que alcanzó su interior duplicaban la temperatura a la que se funde el plomo y, por supuesto, eran más que suficiente para reducir la madera a cenizas. El tejado se vino abajo, pero también se vino arriba. Las corrientes de aire, calentado por las llamas, ascendieron como una columna invisible, arrastrando con ella partículas de ceniza y parte del plomo, aunque no todo. De las 420 toneladas que se fundieron aquellos días, se calcula que poco más de 1 se depositó en las calles. El resto, permanecieron fundidas en el corazón de la catedral. Esta es la historia de cómo Notre-Dame mordió la mano que aún le da de comer.

Una ración de plomo

Durante la mayor parte de la humanidad, hemos estado usando metales pesados muy a la ligera. El ejemplo más icónico se remonta a la antigua Roma, donde el plomo era ubicuo: impermeabilizaba sus acueductos, aderezaba sus cosméticos e incluso preservaba sus alimentos. Los romanos ni siquiera podían sospechar que los cólicos y parálisis que sufría su gente estaban relacionados con el acúmulo de este metal en su organismo. Las intoxicaciones por plomo se han asociado con anemia, agresividad, infertilidad, insomnio, problemas del desarrollo del cerebro, convulsiones, pérdida auditiva, hipertensión y toda una plétora de síntomas. A esto hemos de sumar que el plomo, como otros metales pesados, tienen la incómoda costumbre de acumularse en nuestro organismo, haciendo que, incluso las dosis más bajas, si se mantienen en el tiempo, acaban alcanzando concentraciones tóxicas.

Es tan terrible su efecto que existe el mito de que el Imperio Romano calló por culpa del plomo. Sabemos que la caída se debió a muchos otros factores, pero la toxicidad del plomo y nuestra cautela, nos ha hecho retirarlo de allí donde se encontrara: pinturas, cañerías, combustibles… Por desgracia, todavía hay muchos lugares donde podemos encontrarlo, pero mientras no lo inhalemos y, sobre todo, mientras no lo ingiramos, el riesgo de intoxicarnos se vuelve bastante bajo.

Nubes de muerte

No todo el mundo conoce los peligros del plomo y todavía menos personas sabían que la cubierta de Notre-Dame estaba hecha con ese material. Podemos suponer que, incluso quienes estaban al corriente de ambos datos, no los relacionaron inmediatamente con el incendio. Los puentes sobre el Sena se llenaron de personas en un tiempo en que las mascarillas eran cosa de hospitales e industrias químicas. Miles de personas que se expusieron, sin saberlo, a los cientos de kilos de plomo que inundaban el aire. Por una vez nos cubría un “cielo plomizo” en el sentido más literal. Ni siquiera las autoridades parecieron darse cuenta del peligro y ahora se enfrentan a acciones legales de sindicatos por no proveer a los bomberos y a otros trabajadores de las medidas de seguridad adecuadas.

Durante las horas siguientes al incendio, el plomo se precipitó sobre el suelo, y los estudios estiman que hay en torno a una tonelada de plomo en un radio de 1 kilómetro en torno a la catedral. Sin embargo, hay más, porque las corrientes de aire alejaron las nubes tóxicas unos 50 kilómetros hacia el Oeste. Para nuestra tranquilidad, todavía no se han detectado intoxicaciones por plomo relacionadas con el incendio. Un equipo de investigadores tomó muestras de sangre de 259 adultos y, posteriormente, a 1200 niños y determinó que solo un 1% de los menores tiene, en su sangre, concentraciones de plomo consideradas “de riesgo”. De hecho, esa es, más o menos, la proporción que podemos encontrar en cualquier gran ciudad, por lo que es difícil asignarle la culpa al plomo.

Sin embargo, el plomo sigue ahí, en las aceras y los parques. Y lo que la lluvia haya lavado, estará ahora en acuíferos naturales. La naturaleza lo está sufriendo y hay animales mucho más sensibles que nosotros. Por otro lado, sabemos que la exposición repetida, incluso si es a pequeñísimas dosis, puede acumularse hasta alcanzar cantidades preocupantes. Algunos efectos tardarían años en verse y eso significa que no podemos bajar la guardia y que la sombra de aquellas llamas podría ser más larga de lo que creíamos.

QUE NO TE LA CUELEN:

  • Puede que nunca llegue a darse un caso grave de intoxicación por plomo, pero la posibilidad todavía está en el aire. La cautela nos obliga a mantener la pregunta abierta.

REFERENCIAS (MLA):