Ciencia

¿Por qué nos reímos?

¿Es la risa tan humana como pensamos? ¿Supone alguna ventaja evolutiva?

Albert Einstein
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El ser humano se ríe. Es algo bastante generalizable en este mundo cargado de excepciones. Hay tantas culturas humanas que se vuelve realmente complicado encontrar rasgos que nos unan a todos. No todas las culturas dibujan, ni cantan, ni cocinan… Su modelo de familia cambia, al igual que su economía y su espiritualidad. Incluso cuando tratamos de buscar principios éticos universales, nos encontramos con inquietantes diferencias, como la muy diferente definición de “incesto” que hacen algunas culturas. Por eso resulta tan interesante la risa, porque en principio prácticamente todos nos hemos reído en algún momento, no importa dónde hayamos nacido o en qué cultura vivamos inmersos. Claro que no entendemos la risa del mismo modo, pero ahí está, y durante un tiempo, algunos expertos llegaron a pensar que era tan humana que ningún otro animal era verdaderamente capaz de reír.

Tras esa afirmación tan antropocéntrica, es sano que nuestro cerebro haya intentado buscar contraejemplos, casos de animales que sí ríen y que echan por tierra la idea de que somos únicos. Puede que hayamos pensado en las hienas, por ejemplo, pero aquí hay un detalle que no debemos pasar por alto: ¿a qué estamos llamando risa? ¿Simplemente a un sonido similar al que nosotros hacemos cuando decimos que nos estamos riendo? Porque, según eso, podemos programar a un ordenador para que se ría. Así que, tal vez, cuando hablamos de la risa nos referimos a ese sonido con una causa y un ánimo concretos. Este concepto también tiene sus problemas, pero por ahora nos permite entender por qué algunos científicos descartaron rápidamente que los animales pudieran reír.

Risa nerviosa

El problema de este planteamiento es que se vuelve difícil de rebatir, porque no podemos saber con certeza qué motiva la risa en un animal, cuya mente permanece bastante inaccesible para nosotros. Lo que podemos hacer, en todo caso, es buscar cierta tendencia entre la situación que está viviendo un animal y los momentos en que se “ríen”. Usemos esto para enfrentarnos al caso de las hienas, por ejemplo. Hace ya tiempo que sabemos que estos mamíferos no se carcajean de alegría, precisamente, sino ante emociones negativas. La risa suele brotar ante situaciones frustrantes, cuando la seguridad de la manada o de algún individuo está en riesgo.

En realidad, sabemos que ni siquiera estamos hablando de una risa, sino de una decena de vocalizaciones diferentes que usan para comunicarse. La estructura social de las hienas es muy compleja, y gracias a estos mensajes pueden establecer jerarquías, pedir ayuda y reclamar su territorio, por ejemplo. Para algunos la causa y el ánimo de esta risa no coincidirían con la risa humana y, por lo tanto, no deberíamos considerar que las hienas rían realmente. Pero no debemos olvidar que, incluso entre nosotros, existe la risa nerviosa. También la despiertan emociones negativas y, aunque no tiene como intención una comunicación tan compleja como la que parecen tener las hienas, todos comprendemos lo que significa, por lo que sigue cumpliendo una función comunicativa.

Las cosquillas

Otro caso fronterizo es el de las cosquillas. Porque, desde luego, son capaces de despertar una risa y resulta que está presente en las ratas. Muchos animales sienten cosquillas o, al menos, un cosquilleo, pero hasta hace poco no conocíamos casos de animales que manifestaran estas cosquillas riendo. El motivo es que algunos ríen en ultrasonidos. En 2016, tras grabar a unas ratas durante varias sesiones de cosquillas, un grupo de investigadores dio con unas frecuencias extrañas que hicieron audibles para los humanos: eran risas de roedor. En cualquier caso, la comunidad científica es cauta, y sabiendo la polémica que despiertan estos términos tradicionalmente tan humanos, decidieron llamar a aquellos grititos: paroxismo de chillidos ultrasónicos.

Habrá quien objete que este sonido tampoco es una risa, porque las cosquillas no tienen la profundidad que tiene el humor o la complicidad. Son algo más mecánico y puede que incluso más cercano al estrés que al disfrute. Algo de razón tienen, aunque el último punto no es del todo correcto. Para algunos individuos las cosquillas son desagradables, incluso cuando suscitan la risa en ellos, pero no todos experimentan este estrés. Tanto en humanos como en ratas, se ha visto que, cuanto más expuestos estamos a las cosquillas siendo jóvenes, más receptivos somos a ellas de adultos, experimentando una dimensión placentera y, por lo tanto, acercándonos un poco más al concepto tradicional de reírse.

El humor

Podríamos ampliar la lista hablando de la confusa risa como sonido, en general. Hay animales que viven con una sonrisa permanente por motivos anatómicos, como los delfines, condenados a parecer felices incluso bajo las condiciones de hacinamiento más lamentables. Al otro lado encontramos animales como nuestros parientes los grandes simios o los perros, que sonríen para mostrar sus poderosos caninos e indicar todo lo contrario a lo que nosotros queremos expresar con nuestra sonrisa. De hecho, se considera que hay más de 70 animales capaces de reírse o, al menos, simular una risa ante nuestros ojos. Aunque sin poder entrar en su mente, es imposible que estemos seguros de si tienen sentido del humor.

Porque, aunque la risa es bastante general para todas las comunidades humanas, el humor que la despierta cambia casi por completo. No nos hace gracia lo que hacía reír a nuestros abuelos y el humor de Centro Europa nos parece ridículamente infantil. Si nos alejamos más y hablamos del humor de los antiguos egipcios, apenas lo distinguiremos de un comentario escatológicamente provocador y difícilmente reconoceremos un “chiste” contado por un inuit. Y, si es tan distinta entre humanos, será incluso más complejo identificar el humor en otras especies. Debemos entonces alejarnos de afirmaciones tajantes, como que ningún otro animal se ríe o, en el polo opuesto de la polémica, que todos los mamíferos tienen alguna forma de humor.

¿Por qué nos reímos?

Solo entonces, teniendo en cuenta este contexto, dónde nos encontramos en el mundo animal y las limitaciones que tenemos para poder definir la risa, podemos preguntarnos de dónde viene nuestra risa. No podemos saberlo con certeza, pero existen especulaciones bastante plausibles. Por ejemplo, sabemos que los simios emiten golpes de aire durante sus actividades lúdicas, para indicar que todo está en orden y para apaciguar posibles conflictos. Cumple, por lo tanto, una función doble. Por un lado, comunicando un estado de bienestar y, en segundo lugar, contagiándolo para regular las relaciones sociales de los grupos. No es descabellado pensar que nuestra risa sea una evolución de aquel sonido, ni mejor ni peor, sino distinto y enfocado a propósitos más humanos y “sofisticados”. Y aquí viene el giro final, porque si aceptamos esto último, entonces tendremos que reconocer que hay, al menos, otro grupo de especies animales capaces de reír por el mismo motivo evolutivo que nosotros: los grandes primates.

QUE NO TE LA CUELEN:

  • Por el bien de la discusión, hemos aceptado el problema de definiciones que (para algunos) existe con el concepto de la risa. No obstante, tenemos que tener en cuenta que no es la primera vez que un concepto se ve obligado a redefinirse hasta el ridículo solo para que los humanos podamos mantener nuestro monopolio. Ocurre frecuentemente con el concepto de “inteligencia”, que hemos adaptado para excluir comportamientos de otros animales que pondrían en riesgo nuestra supuesta exclusividad como seres de una racionalidad superior. Hemos hecho lo mismo con la inteligencia aplicada al comportamiento de algunas máquinas y nos cuesta reconocer que el ser humano tiene instintos como cualquier otro animal. Esa visión de superioridad no es científica, pero históricamente hemos utilizado a la ciencia para justificarnos en nuestros sesgos.

REFERENCIAS (MLA):