Paleontología

Una catástrofe nos muestra con detalle las aves de hace 120 millones de años

La preservación de tejidos blandos, como la piel y plumas, es un fenómeno extraordinariamente raro y que requiere de unas condiciones muy específicas

Pavo real (Pavo cristatus) mostrando su plumaje
Pavo real (Pavo cristatus) mostrando su plumajeParth KansaraCC BY-4.0

Desde que surgieron las primeras formas de vida hace aproximadamente 3 700 millones de años, han ido evolucionando y se han adaptado a un mundo cambiante. Cada una de las especies actuales son el resultado de estas estrategias diferentes, y también son pasos intermedios hacia las especies que poblarán La Tierra dentro de millones de años.Conocer el pasado nos ayuda a entender el futuro que pueda aparecer, y comprender cómo se han formado estructuras características de ciertos grupos de animales puede ayudar a dar con las modificaciones que son más eficientes ante cambios ambientales.

Una de estas modificaciones son las plumas: filigranas proteicas ligeras que ayudan a las aves a volar, mantener el calor, impermeabilizar su cuerpo cuando están en el agua e incluso actúan como reclamo durante la época reproductiva. Los paleontólogos estiman que las primeras protoplumas aparecieron hace aproximadamente unos 250 millones de años, aunque todavía se puede observar cierto debate al respecto, porque ¿cuánto puede diferir una pluma de las actuales para que siga siendo considerado pluma? Además, de esta cuestión, la falta de ejemplares antiguos en los que se haya preservado la piel o tejidos blandos no facilita la respuesta.

Requisitos para conservar plumas

Actualmente, y con métodos modernos, es sencillo preservar una pluma. Primero ha de esterilizarse para evitar que sea degradada por agentes biológicos, ya que, en el mundo orgánico, cualquier resto es aprovechado por otro organismo. Posteriormente, y manteniendo este ambiente aséptico, ha de encapsularse en un lugar anóxico, es decir, carente de oxígeno, porque este gas tiene tendencia a reaccionar con una gran cantidad de moléculas y oxidarlas, cambiando su composición. Por último, la luz de longitudes de onda cortas, como el ultravioleta, puede ir poco a poco rompiendo enlaces moleculares, por lo que taparlo con un material denso como el plomo protegería estos materiales durante larguísimos periodos de tiempo.

Lamentablemente no existían dinosaurios preocupados por la conservación de sus restos -o si existieron, hicieron un pésimo trabajo-, por lo que los paleontólogos han de valerse de los fósiles resultado de los procesos naturales. Estos procesos requerían un enterramiento rápido, ya que si no, era una carroña fácil para otros animales, y este enterramiento debía darse en un terreno suficientemente estable y compacto como para que las imprimaciones de las plumas quedasen plasmadas en el hueco que dejaba el cadáver del animal. Debido a estas condiciones tan concretas hay poco margen de maniobra para conservar tejidos de forma natural, pero existen fenómenos que propician estas situaciones. El yacimiento de Jehol Biota en China es uno de los mejores lugares del mundo para encontrar tejidos blandos fosilizados, como piel, órganos, plumas y pelaje. Pero ¿qué tiene de especial este lugar?

Los secretos del fondo del lago

Incluso en este yacimiento, no todos los fósiles están igual de bien conservados, y comprender el paleoambiente es crucial para entender las diferencias. Sin esta información, a los científicos les resulta difícil calibrar cómo se produce la conservación de los tejidos blandos, lo que limita la interpretación de las pruebas. Pero en Jehol Biota, debido a la variedad de especímenes excavados, se pueden comparar individuos de la misma especie para comprender los efectos tafonómicos, es decir, los efectos de los procesos que sucedieron entre la muerte y la excavación del entorno sobre el tejido blando.

El fósil de Sapeornis chaoyangensis fotografiado por Xuwei Yin en el Museo de Historia Natural de Shangdong Tianyu.
El fósil de Sapeornis chaoyangensis fotografiado por Xuwei Yin en el Museo de Historia Natural de Shangdong Tianyu.Xuwei YinCC BY

Para hallar la respuesta a la pregunta anterior, un estudio publicado en Frontiers in Earth Science analizó cinco fósiles de un ave de principios del Cretácico, Sapeornis chaoyangensis, para estudiar cómo el entorno en el que fueron enterrados modificó la conservación de sus tejidos blandos. Por ello, además de las aves en sí, los investigadores centraron el análisis en los sedimentos de materia orgánica que rodeaban las aves cuando fueron enterradas. En el ave mejor conservada se observó sedimento grueso y de restos de plantas terrestres, al contrario que en los otros cuatro, donde había mayoritariamente algas y sedimento fino. Este ambiente dejaba lugar a dos opciones: o actividad volcánica o una fuerte tormenta.

La tormenta que enterró al ave

Los investigadores descartaron la actividad volcánica ya que las altas temperaturas de la lava queman los tejidos blandos, así que la explicación más probable es que el ave fuera arrastrada por una tormenta y enterrada rápidamente en el fondo de un lago, donde la acumulación de arena encima de ella impedía la entrada de oxígeno. Así, gracias a una catástrofe, el hermoso plumaje de esta ave ha quedado impreso en piedra hasta nuestros días.

QUE NO TE LA CUELEN

  • Las aves actuales son los descendientes de los dinosaurios plumíferos. Las principales diferencias son la presencia de dientes y la estructura de los los picos, las plumas, las estructuras óseas y ciertos cambios morfológicos en las extremidades. Sin embargo, todavía existen restos de los genes que producirían estas estructuras en el genoma de algunas aves.

REFERENCIAS (MLA)