
Ciencia
El cielo no es azul y hemos estado engañados: este es su verdadero color, según la ciencia
Se trata de un fenómeno estudiado por las investigaciones científicas que explica por qué pensamos esto toda la vida

El azul siempre ha estado muy arraigado a espacios como el mar, pero también al cielo. Existe la creencia de que este lugar de la atmósfera posee este color en sus días despejados, más allá de que por las noches, o con presencia de las nubes y precipitaciones a veces no se pueda disfrutar. Sin embargo, la ciencia matiza que este no es su verdadero color, al contrario de lo que todos pensábamos. Y hay explicaciones científicas que lo confirman.
El hecho de que el cielo se vea azul se debe a un fenómeno físico conocido como dispersión de Rayleigh. Se trata del resultado de la polarización eléctrica de las partículas y causada por las moléculas del aire. Este acontecimiento fue descubierto por John William Strutt Raileigh, matemático y físico británico conocido por sus investigaciones en los fenómenos ondulatorios y descubridor del Argón y Premio Nobel de Física en el año 1904.
Este efecto ocurre cuando la luz del Sol interactúa con las moléculas de gases en la atmósfera (principalmente nitrógeno y oxígeno), dispersando la luz en todas direcciones. De esta forma, se aclara que el color del cielo depende de la luz que atraviesa la atmósfera, de tal manera que no siempre es azul, sino que no tiene un color determinado.
Por ejemplo, en los momentos de atardecer o amanecer, la luz viaja a través de más atmósfera, dispersando los colores y provocando que se pueda ver más rojizo o anaranjado, e incluso violeta. De noche, ante la ausencia de luz suficiente para dispersarse, veremos el cielo de color negro, mientras que en días nublados o con mucha contaminación se dispersa la luz en todas direcciones y lo veremos de color blanco o grisáceo.
La luz solar, que parece blanca, es en realidad una combinación de todos los colores del espectro visible (rojo, naranja, amarillo, verde, azul, índigo y violeta), y cada color tiene una longitud de onda diferente: mientras el rojo y el naranja tienen longitudes de onda largas, el azul y el violenta tienen longitudes de onda cortas.
Los colores con longitudes de onda cortas se dispersan más que los colores con longitudes de onda largas, y aunque el violeta se dispersa mejor que el azul, el ojo humano es menos sensible a él, lo que hace que percibamos el cielo de color azul. De esta forma, para el violeta no tenemos conos y lo percibimos de tal manera, lo que explica que a nuestra vista, el cielo acabe siendo azul, pero con un violeta invisible para nuestros ojos.
Nuestras retinas interpretan la información del color a través de los conos, y cuando se activan, emite un impulso nervioso que viaja al cerebro y nos aporta información sobre el color de lo que vemos. Otro ejemplo de que nuestra vista no percibe todo lo que nos puede transmitir el cielo es la existencia del ultravioleta, más extremo que el propio violeta y aunque sea invisible para nuestra vista, no lo es para nuestra piel, por lo que si no lo controlamos puede provocar cáncer.
Por otro lado, hay animales que, debido a que sus retinas tienen conos diferentes, pueden percibir colores diferentes, como el infrarrojo o el ultravioleta, de tal manera que pueden percibir el cielo de un color diferente que no sea el azul.
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